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Ciudadanos indignados exigían saber lo que se estaba haciendo. El Ayuntamiento quería saber cuánto le costaría a la ciudad el personal y el equipo adicionales. Los reporteros los acosaban pidiendo una entrevista personal, porque no querían esperar a la conferencia de prensa matutina. Algunos ya estaban acampados en el vestíbulo del juzgado, contenidos por hombres que habrían sido más útiles en la calle.

Por supuesto, también había pistas. Maggie tenía razón; la fotografía de Matthew refrescó la memoria de muchos. El problema era distinguir las pistas de verdad de las chifladuras… aunque Maggie afirmaba que las chifladuras no debían descartarse por completo. Al día siguiente, Nick pensaba encargarle a uno de sus hombres que verificara la historia de Sophie Krichek sobre la vieja camioneta azul. Seguía pensando que Krichek no era más que una anciana solitaria que quería llamar la atención, pero no quería que nadie pensara que no había comprobado todas las pistas y, menos aún, Maggie.

– Nick, Angie Clark te ha llamado cuatro veces -Lucy lo alcanzó en el pasillo, claramente irritada por ser la mensajera de su vida amorosa.

– La próxima vez que llame, dile que lo siento, pero que no tengo tiempo para hablar.

Pareció complacida y empezó a alejarse, pero giró en redondo.

– Ah, se me olvidaba. Max va a traerte esas actas de la confesión y el juicio de Jeffreys.

– Estupendo. Díselo a la agente O'Dell, ¿quieres?

– ¿Dónde quieres que las ponga? -caminaba dando saltitos a su lado, mientras él se dirigía a su despacho.

– ¿No puedes dárselas a la agente O'Dell?

– ¿Las cinco cajas?

Se detuvo con tanta brusquedad que ella chocó contra él. La sujetó por los codos y ella se balanceó peligrosamente sobre sus tacones.

– ¿Hay cinco cajas?

– Ya conoces a Max. Es muy exhaustiva, así que está todo etiquetado y catalogado. Me ha dicho que también ha incluido copias de todas las pruebas que fueron aceptadas, así como de las declaraciones juradas de testigos que no llegaron a testificar.

– ¿Cinco cajas? -Nick movió la cabeza-. Que las deje en mi despacho.

– Está bien -Lucy se volvió para alejarse, pero se detuvo una vez más-. ¿Todavía quieres que se lo diga a la agente O'Dell?

– Sí, por favor -su desconfianza, desprecio, o lo que fuera por Maggie empezaba a cansarlo.

– Ah, y el alcalde está en la línea tres.

– Lucy, no podemos permitirnos el lujo de bloquear ninguna de esas líneas.

– Lo sé, pero insistió. No podía colgarlo.

Sí, estaba convencido de que Brian Rutledge habría insistido. Era un auténtico plasta.

Nick se refugió en su despacho. Tras la puerta cerrada, se dejó caer en el sillón de cuero y se aflojó la corbata. Forcejeó con el botón del cuello de la camisa, y a punto estuvo de arrancarlo. Se puso el pulgar y el índice en los párpados,tratando de recordar cuánto tiempo había dormido desde el viernes. Por fin, descolgó el teléfono y marcó la línea tres.

– Hola, Brian. Soy Nick.

– Nick, ¿qué cojones pasa ahí? Llevo esperando casi veinte minutos.

– No pretendía importunarte, Brian. Estamos un poco ocupados.

– Yo también tengo mi propia crisis, Nick. El Ayuntamiento piensa que deberíamos anular Halloween. Maldita sea, Nick, si cancelo Halloween pareceré el maldito Grinch.

– Creo que el Grinch es en Navidad, Brian.

– Maldita sea, Nick. Esto no tiene gracia.

– No me estoy riendo, Brian. ¿Y sabes qué? Tengo cosas más serias de qué preocuparme que la fiesta de Halloween.

Lucy se asomó al despacho, y Nick le hizo señas de que entrara. Abrió la puerta e indicó a los cuatro hombres que la seguían que dejaran las cajas en el rincón, debajo de la ventana.

– Halloween es algo serio, Nick. ¿Y si ese loco acaba haciendo algo cuando todos esos niños andan correteando por ahí en la oscuridad?

La voz quejicosa y aguda de Rutledge le estaba poniendo los nervios de punta. Sonrió y dijo «gracias» con los labios a Maxine Cramer, que había entrado con la última caja. Incluso al final de la jornada y tras cargar con una caja por el pasillo, su traje azul cobalto estaba impecable. Le devolvió la sonrisa a Nick y salió por la puerta.

– Brian, ¿qué quieres de mí?

– Quiero saber lo serio que es esto, maldita sea. ¿Tenemos algún sospechoso? ¿Vas a detener a alguien próximamente? ¿Qué cojones estás haciendo ahí?

– Un niño ha muerto y otro ha desaparecido. ¿Cómo de serio crees que es esto, Brian? En cuanto a cómo llevo la investigación, no es asunto tuyo, maldita sea. Necesitamos mantener esta línea abierta para cosas más útiles que guardarte las espaldas, así que no vuelvas a llamar -colgó con ímpetu y vio a O'Dell de pie en el umbral, observándolo.

– Perdona -parecía avergonzada de haber presenciado su furia. Por segunda vez en un día. Debía de pensar que era un loco, un lunático histérico o, peor, sencillamente, un incompetente-. Lucy me ha dicho que las actas están aquí.

– Así es. Pasa y cierra la puerta.

Maggie vaciló, como si dudara si estaría a salvo tras una puerta cerrada con él.

– Era el alcalde -le explicó Nick-. Quería saber si iba a detener a alguien antes del viernes para saber si no tendría que cancelar Halloween.

– ¿Y qué le has dicho?

– Más o menos, lo que has oído. Las cajas están debajo de la ventana -giró el sillón para señalárselas y, después, se mantuvo en aquella posición para mirar por la ventana. Estaba harto de las nubes, de la lluvia. No recordaba cuándo había brillado el sol por última vez.

O'Dell estaba de rodillas. Había destapado varias cajas y desperdigado archivos sobre el suelo, a su alrededor.

– ¿Quieres sentarte? -le ofreció, pero no hizo ademán de abandonar su sillón.

– No, gracias. Así será más fácil.

Tenía cara de haber encontrado lo que buscaba. Abrió el archivo y empezó a leerlo por encima, pasando las hojas, hasta que se detuvo en una. De pronto, su semblante se tornó muy grave. Se sentó sobre los talones.

– ¿Qué pasa? -Nick se inclinó hacia delante para ver qué había captado tan poderosamente su atención.

– Es la confesión original de Jeffreys, justo después de su detención. Es muy completa, desde la clase de cinta que usó para atar las manos y los pies de la víctima hasta las señales del cuchillo de caza que usó -hablaba despacio, sin dejar de recorrer el documento con la mirada.

– El padre Francis ha dicho que Jeffreys no había mentido, luego los detalles son ciertos. ¿Entonces?

– ¿Sabías que Jeffreys solamente confesó haber matado a Bobby Wilson? De hecho -dijo, pasando algunas hojas-, no se cansó de asegurar que no había tenido nada que ver con los asesinatos de los otros dos niños.

– No recuerdo haber oído nada de eso. Seguramente, pensaron que estaba mintiendo.

– Pero ¿y si no mentía? -lo miró, con los ojos castaños torturados por algo más que el archivo que sostenía.

– Si no estaba mintiendo y sólo mató a Bobby Wilson… -Nick no terminó la frase. De pronto, sentía náuseas.

– Entonces, el verdadero asesino en serie quedó libre, y está matando otra vez.

Christine trató de disimular su alivio cuando Nick la llamó para anular la cena. Si aquella nueva pista daba fruto, estaría trabajando hasta muy tarde para volver a acaparar la portada del periódico del día siguiente.

– ¿Podemos quedar mañana? -preguntó su hermano, casi en tono de disculpa.

– Claro, no hay problema. ¿Ha ocurrido algo interesante? -añadió, sólo para pincharlo.

– Tu reciente éxito no te favorece, Christine -parecía cansado, sin fuerzas.

– Me favorezca o no, me siento de maravilla.