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Maggie pasó las hojas del informe del forense para verificar que lo que recordaba era cierto, aunque ya sabía lo que iba a encontrar.

– Encontraron el cadáver de Eric Paltrow con los calzoncillos puestos.

Nick movió la cabeza con incredulidad.

– Apuesto a que hasta Jeffreys se sorprendió de encontrar todas esas cosas en su maletero.

Se miraron a los ojos en silencio; ninguno de los dos quería expresar en voz alta su descubrimiento. A Ronald Jeffreys lo habían acusado injustamente de dos asesinatos que no había cometido, y había muchas posibilidades de que las pruebas falsas que lo habían incriminado las hubiera «aportado» un miembro de la oficina del sheriff.

Capítulo 5

Martes, 28 de octubre

El día no había ido bien, y Nick lo achacaba a las dos horas que había pasado durmiendo en el sillón de su despacho. Maggie había regresado a la habitación de su hotel a las tres de la madrugada para descansar, ducharse y cambiarse de ropa. En lugar de recorrer los ocho kilómetros que lo separaban de su casa en el campo, Nick se quedó dormido en su escritorio. Durante todo el día, el cuello y la espalda le habían vuelto a recordar que ya sólo le quedaban cuatro años para los cuarenta.

No había duda de que su cuerpo no era el de antes, aunque sus preocupaciones sobre su rendimiento sexual habían disminuido gracias a la agente O'Dell. La noche anterior, en su despacho, al tocarle los labios, al sentir su mirada, la electricidad había saltado. ¡Dios!, daba gracias porque la ducha de la cárcel sólo proporcionara agua fría. Hasta él tenía normas con las mujeres casadas… aunque su cuerpo quisiera cambiarlas.

Por desgracia, se le había agotado el montón de ropa limpia que guardaba en el despacho. Había recurrido al uniforme marrón, una elección apropiada para la conferencia de prensa matutina. Claro que no había servido de mucho. No había tardado en convertirse en un linchamiento, sobre todo, después del titular de Christine de aquella mañana: La oficina del sheriff no investiga pistas del caso Alverez.

Estaba convencido de que Eddie había comprobado dónde vivía la anciana Krichek hacía tiempo, tras su primera llamada. ¿Por qué diablos no se había percatado de que Krichek disfrutaba de una vista perfecta del aparcamiento en el que habían secuestrado a Danny? Dios, había sentido deseos de estrangular a Eddie o, peor aún, de ofrecerlo a los medios como chivo expiatorio. En cambio, lo dejó marchar después de echarle una bronca en privado y hacerle una advertencia.

Diablos, necesitaba a sus ayudantes más que nunca; no era el momento de perder la calma, cosa que casi había hecho en la conferencia de prensa cuando las preguntas se pusieron feas. Pero O'Dell, con su actitud serena y autoritaria, había dado la vuelta a la tortilla. Había retado a los medios a que los ayudaran a encontrar la misteriosa camioneta azul, haciéndolos partícipes de la caza del asesino para que así dejaran de buscar faltas en la oficina del sheriff. Nick no sabía lo que habría hecho sin ella.

Entró en la calle de Christine justo cuando el sol hacía una insólita aparición por un agujero entre las nubes para después hundirse lenta y suavemente tras una hilera de árboles. El viento era más frío de lo normal y las temperaturas prometían seguir bajando.

Maggie se había pasado el trayecto absorta en el archivo Alverez. Tenía fotografías del lugar del crimen y sus propias instantáneas desperdigadas sobre el regazo. Estaba obsesionada con completar su perfil, como si así pudiera salvar a Matthew Tanner. Tras una tarde de pistas contradictorias y una sucesión de testimonios intrascendentes, a Nick lo preocupaba que fuera demasiado tarde. Desde la desaparición de Matthew, ciento setenta y cinco ayudantes, agentes de policía e investigadores independientes habían estado buscando al niño de forma ininterrumpida. Todo había sido en vano. Parecía que se lo hubiera tragado la tierra.

Absorto en sus pensamientos, Nick frenó con brusquedad delante de la casa de Christine, y las fotos salieron despedidas al suelo.

– Perdona -dejó el Jeep en punto muerto y echó el freno de mano, rozando el muslo de Maggie con los dedos. Levantó rápidamente la mano y la alargó para recoger las fotos. Sus brazos se cruzaron, sus frentes entraron en contacto. Nick le pasó las fotografías que había recogido y ella le dio las gracias sin mirarlo. Llevaban esquivándose todo el día; Nick no sabía si era para evitar hablar de su hallazgo sobre el caso Jeffreys o para evitar tocarse.

En el umbral de la casa, el móvil de Maggie empezó a sonar.

– Agente Maggie O'Dell.

Christine los hizo pasar.

– Estaba convencida de que anularías la cita -le susurró a Nick, y lo condujo al salón, dejando a Maggie a solas en el vestíbulo para que pudiera hablar en privado.

– ¿Por tu artículo?

Pareció sorprendida, como si ni siquiera se le hubiera pasado por la cabeza.

– No, porque estás hasta arriba de trabajo. No estarás enfadado por el artículo, ¿verdad?

– Krichek está como una regadera. Dudo que viera nada.

– Es convincente, Nicky; lo que dice tiene mucha lógica. Deberías estar buscando una vieja camioneta azul.

Nick lanzó una mirada a Maggie; podía verla dando vueltas en el vestíbulo. Deseaba poder oír la conversación. De pronto, su deseo se hizo realidad, y la voz airada de Maggie se oyó en el salón.

– ¡Vete al cuerno, Greg! -cerró el teléfono con furia y se lo guardó en el bolsillo. Empezó a sonar de nuevo.

Christine miró a Nick con las cejas enarcadas.

– ¿Quién es Greg? -susurró.

– Su marido.

– No sabía que estuviera casada.

– ¿Por qué no iba a estarlo? -le espetó, y lamentó su brusquedad en cuanto vio la sonrisa de su hermana.

– No me extraña que hayas estado reprimiéndote con ella.

– ¿Qué diablos insinúas?

– Por si no te habías dado cuenta, hermanito, es preciosa.

– También es agente del FBI. Esto es estrictamente profesional, Christine.

– ¿Desde cuándo te ha frenado eso? ¿Te acuerdas de esa bonita abogada de la oficina del fiscal? ¿No era una relación estrictamente profesional?

– No estaba casada -o, si no recordaba mal, al menos, se estaba divorciando.

Maggie volvió a entrar con semblante turbado.

– Perdonadme -dijo, apoyándose en el marco-. Últimamente, mi marido tiene la irritante tendencia de cabrearme.

– Por eso me deshice yo del mío -repuso Christine con una sonrisa-. Nicky, sírvele un poco de vino a Maggie. Tengo que mirar cómo va la cena -le dio una palmadita a Maggie en el hombro al pasar junto a ella.

El vino y las copas estaban en la mesa de centro, delante de él. Llenó dos sin dejar de observar a Maggie por el rabillo del ojo. Daba vueltas por el salón, fingiendo interesarse por el talento decorativo de Christine, pero estaba ausente. Se detuvo delante de la ventana para contemplar el jardín de atrás. Nick tomó las copas de vino y se acercó a ella.

– ¿Estás bien? -le pasó el vino, confiando en poder verle los ojos.

– ¿Alguna vez has estado casado, Nick? -aceptó la copa sin mirarlo, súbitamente interesada en las sombras que engullían el jardín de Christine.

– No, he hecho todo lo posible por evitarlo.

Permanecieron en silencio uno junto al otro. Ella le rozó el brazo con el codo al llevarse la copa a los labios. Nick permaneció inmóvil, disfrutando de la sorprendente subida de temperatura que provocaba el contacto, y ansiando más. Esperó a que continuara, deseando oír cómo su matrimonio se estaba viniendo abajo, pero se avergonzó enseguida de sus pensamientos. Quizá, para justificarse, dijo:

– No he podido evitar darme cuenta de que no llevas alianza.