Выбрать главу

Para entonces, ya nada la sorprendía. Acababa de ver cómo rajaba y descuartizaba a dos mujeres a pesar de los gritos desgarradores. Después, las había destripado y les había aplastado los cráneos. No, nada de lo que pudiera haber hecho la habría sorprendido. Así que, en cambio, le había dejado un recordatorio perpetuo de sí mismo.

Detestaba que su cuerpo se estuviera convirtiendo en un álbum de recortes. Ya era terrible que en su mente hubieran quedado tatuadas las imágenes.

Se frotó la cara con las manos observando su reflejo. La sorprendía lo pequeña y vulnerable que parecía. Sin embargo, nada había cambiado. Seguía siendo la mujer decidida y valiente que había sido al ingresar en el cuerpo ocho años atrás. Quizá un poco fatigada y marcada por la guerra, pero en su mirada se reflejaba la misma determinación. Todavía podía verla a través del vaho, tras los horrores que había presenciado. Albert Stucky era un contratiempo temporal, un obstáculo que debía atravesar o sortear, pero ante el que no debía ceder.

Se desabrochó el sujetador y lo dejó caer al suelo. Empezó a bajarse las braguitas cuando recordó el sobre cerrado que había dejado sobre los demás mensajes en la repisa del lavabo. Lo rasgó y sacó una tarjeta de siete por doce centímetros. Una ojeada a las letras mayúsculas bastó para que el corazón se le desbocara. Se aferró al borde del lavabo para no caerse, desistió y resbaló al suelo húmedo de azulejos. Otra vez, no. No podía permitirlo. Apretó las rodillas contra su pecho, tratando de silenciar el pánico que crecía dentro de ella.

Entonces, volvió a leer la tarjeta.

¿HABRÁ QUE DARLE LA EXTREMAUNCIÓN A TU MADRE DENTRO DE POCO?

Era demasiado pronto para que hubiera tráfico. Las farolas seguían iluminadas porque las gruesas nubes de nieve no dejaban aparecer el sol. El parabrisas volvió a helarse, y Nick abrió al máximo el aire caliente, aunque estaba sudando. Subió el volumen de la radio y pulsó varios botones antes de encontrar la KRAP… «Noticias cada día, todo el día».

Temía darle la noticia a Michelle Tanner. Quería que aquellas imágenes… No, necesitaba borrar aquellas imágenes de Matthew y de Danny de su cabeza o no le sería de ninguna utilidad a la señora Tanner. Así que se puso a pensar en Maggie. Jamás se había sentido tan agradablemente incómodo en sus numerosas experiencias con las mujeres. Lo había dejado desconcertado, cosa que no había logrado ninguna otra mujer. Lo peor de todo era que Maggie no había pretendido que la situación fuera sensual, y eso lo había excitado aún más. No podía borrar la imagen de la mejilla de ella sobre su pecho, la caricia de su respiración en la piel. No quería borrarlas, así que la reprodujo una y otra vez, para poder recordarlo todo a voluntad: la fragancia de su pelo, el tacto de su piel, los latidos de su corazón. Resultaba irónico que la única mujer capaz de revivirlo fuera la única que no podía tener.

Entró en la bocacalle de Michelle Tanner justo cuando el locutor explicaba que el alcalde Rutledge había suspendido la celebración de Halloween a causa de la nieve, que seguiría cayendo todo el día.

– El muy cabrón tiene suerte -Nick sonrió y movió la cabeza.

Aparcó delante de la casa, patinando y casi chocando con la parte posterior de una furgoneta. Hasta que no llegó a la puerta principal no reparó en el letrero de Emisora de radio KRAP, medio oculto por la nieve. El pánico le encogió las entrañas; era demasiado pronto para una simple entrevista de «¿Cómo va todo?». Llamó a la puerta mosquitera. Al ver que no salía nadie, la abrió y aporreó la puerta principal.

Se abrió casi de inmediato. Una mujer menuda de pelo gris le indicó que entrara en el salón antes de precederlo y sentarse junto a Michelle Tanner en el sofá. Un hombre alto con calva incipiente y grabadora estaba sentado frente a ellas. En el umbral de la cocina se erguía un hombre corpulento con pelo cortado al cepillo y antebrazos musculosos. Le resultaba familiar y, tras una rápida mirada por la casa, comprendió que se trataba del ex marido, el padre de Matthew. Había varias fotografías enmarcadas de los tres… tomadas en tiempos más felices.

Nick oyó voces y estrépito de cacharros en la cocina. El olor del café recién hecho se mezclaba con el de la cera de rretida. Había una hilera de velas encendidas sobre la repisa de la chimenea, junto a una foto ampliada de Matthew y un pequeño crucifijo.

– ¿Es cierto? -Michelle Tanner elevó la mirada a Nick; tenía los ojos enrojecidos y los párpados hinchados-. ¿Encontraron anoche otro cuerpo?

Todos los ojos se clavaron en él, expectantes. Dios, hacía calor en la casa. Se llevó la mano al nudo de la corbata y se lo aflojó.

– ¿Dónde lo ha oído?

– ¿Y eso qué diablos importa? -quiso saber el padre de Matthew.

– Douglas, por favor -lo regañó la anciana-. El señor Melzer -dijo indicando al hombre de la grabadora-, de la radio, nos ha dicho que ha salido en el Omaha Journal esta mañana.

Melzer levantó el periódico. Otro niño hallado muerto era el titular. Nick no necesitaba ver quién firmaba el artículo, y tampoco tenía tiempo para enfurecerse. El pánico ascendió por su garganta, dejando un sabor ácido en la boca y entorpeciéndole la respiración. Christine había vuelto a metérsela torcida.

– Sí, es cierto -logró decir-. Siento no haber venido antes.

– Siempre va con retraso, ¿no, sherifi?

– Douglas -repitió la anciana.

– ¿Es él? -Michelle lo miró a los ojos, suplicando, confiando. Al parecer, necesitaba oír las palabras. Nick detestaba aquello. Hundió las manos en los bolsillos de los vaqueros y se obligó a mirarla a los ojos.

– Sí, es Matthew.

Esperaba el aullido, pero no por ello dejó de afectarlo. Michelle cayó de nuevo en los brazos de la anciana, que empezó a mecerla. Dos mujeres aparecieron en el umbral de la cocina. Al ver a Michelle, rompieron a llorar y se abrazaron. Melzer las observó, miró a Nick y, después, recogió sus cosas y se marchó sin hacer ruido. Nick quería salir detrás de él; no sabía muy bien qué hacer. Douglas Tanner se lo quedó mirando, apoyado en la pared, con la cara colorada de ira y los puños apretados.

Después, de improviso, el hombre arremetió contra él. Nick no vio el gancho izquierdo hasta que no lo sintió en la mandíbula y chocó con la estantería que estaba detrás. Varios libros cayeron sobre y en torno a él. Antes de que hubiera recuperado el equilibrio, Douglas Tanner le asestó otro puñetazo, en aquella ocasión, en el estómago. Nick se tambaleó y cayó de rodillas. La anciana le estaba chillando a Douglas. La conmoción silenció los gritos de dolor, y las mujeres se quedaron atónitas contemplando la escena.

Nick estaba enderezándose cuando vio otro puño acercándose a él. Agarró a Tanner del brazo, pero en lugar de contraatacar, se limitó a apartarlo. Seguramente, se merecía aquella paliza.

Entonces, vio el destello de metal. Tanner volvió a abalanzarse sobre él y, en aquella ocasión, le lanzó una puñalada al costado. Nick se apartó de un salto y desenfundó la pistola. Tanner se quedó paralizado, empuñando hábilmente un cuchillo de caza en la mano izquierda y mirándolo con una expresión que indicaba que estaba decidido a usarlo.

La anciana se levantó del sofá y se acercó despacio a Douglas Tanner. Le quitó el cuchillo del puño. Después, los sorprendió a todos dándole un bofetón en la cara.

– Maldita sea, madre. ¿Qué coño haces? -pero Tanner permanecía inmóvil, con el rostro colorado y las manos silenciosas a los costados.

– Ya estoy harta de que vapulees a la gente. Llevo muchos años viéndote hacerlo. No puedes tratar así a la gente, ni a tu familia ni a los desconocidos. Ahora, pídele disculpas al sheriff Morrelli.