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Esperó a que terminara, montando guardia en las sombras, manteniéndose de espaldas a ella por si acaso después de las arcadas se quedaba lo bastante sobria para sentir vergüenza.

– Nick.

Cuando se dio la vuelta, se estaba alejando de él, caminando por detrás de la casa parroquial en dirección a un bosquecillo que separaba la propiedad de la ladera de Cutty's Hill.

– Nick, mira -se detuvo y señaló, y Nick se preguntó si no estaría sufriendo alucinaciones. Entonces, la vio, y a él también se le revolvió el estómago. Resguardada entre los árboles, había una vieja camioneta azul con barrotes en la caja para el transporte de ganado.

– Mañana a primera hora, le pediré al juez Murphy que nos dé una orden de registro -seguía explicando Nick cuando regresaron a la habitación de hotel de Maggie. Ella deseaba que cerrara la boca de una vez; le dolía la cabeza y el estómago. ¿Cómo se le había ocurrido beber tanto whisky con el estómago vacío?

Arrojó el portátil y la parka sobre la cama y se tumbó al lado. Tenía suerte de haber recuperado la habitación con tantos motoristas aislados por la nieve. Nick se quedó en el umbral, con cara de sentirse incómodo, pero no hizo ademán de irse.

– No podía creer cómo le estabas gritando a Keller. Dios, pensaba que ibas a darle un puñetazo.

– Sé que no me crees, pero Keller tiene algo que ver con todo esto. O entras o sales, pero no te quedes ahí parado en el umbral. Todavía tengo una reputación que mantener.

Nick sonrió, entró y cerró la puerta. Una vez dentro, dio vueltas hasta que vio que ella lo miraba con el ceño fruncido. Acercó una silla a la cama para que pudiera mirarlo sin tener que moverse.

– Entonces, ¿qué pasó? ¿Decidiste festejar tu marcha?

– Me pareció buena idea en su momento.

– ¿No vas a perder el vuelo?

– Ya lo habré perdido.

– ¿Y qué pasa con tu madre?

– Llamaré mañana por la mañana.

– ¿Así que has vuelto sólo para decirle a Keller cuatro verdades?

Maggie se apoyó en un codo y hurgó en los bolsillos de la parka. Le pasó un pequeño sobre y volvió a tumbarse.

– ¿Qué es esto?

– Estaba en la cafetería del aeropuerto cuando el camarero me dio eso… Dijo que un tipo de la barra le había pedido que me lo diera, sólo que ya se había ido cuando yo la recibí.

Lo vio leerlo. Había confusión en su rostro, y Maggie recordó que no le había hablado de la primera nota.

– Es del asesino.

– ¿Cómo sabe dónde vives y cómo se llama tu marido?

– Está indagando en mi vida, al igual que yo en la suya.

– Dios, Maggie.

– Forma parte del trabajo. No es tan insólito -cerró los ojos y se frotó las sienes-. Nadie contestó al teléfono de la casa parroquial durante horas. Tuvo tiempo de sobra para ir al aeropuerto y volver.

Cuando abrió los ojos, Nick la estaba observando. Se incorporó, sintiéndose repentinamente vulnerable bajo aquella mirada de preocupación. Tenía la silla cerca de la cama. Sus rodillas casi se rozaban. La habitación empezó a dar vueltas, inclinándose a la derecha, moviéndolo todo. Casi esperaba ver los muebles resbalar por el suelo.

– Maggie, ¿te encuentras bien?

Lo miró a los ojos y sintió la corriente eléctrica antes incluso de que sus dedos le tocaran la cara y la palma le acariciara la mejilla. Buscó el contacto, cerró los ojos otra vez y dejó que su cuerpo absorbiera el mareo y la electricidad. De pronto, se apartó bruscamente de la mano y se levantó a duras penas de la cama para alejarse de él. Respiraba con dificultad, y se sostuvo apoyando las dos manos en la cómoda. Alzó la vista y lo vio en el espejo, detrás de ella. Sus miradas se cruzaron en el reflejo, y ella sostuvo la de él aunque lo que veía en sus ojos le provocaba hormigueos en el estómago. En aquella ocasión, no era por el alcohol.

Vio cómo se acercaba por detrás, y sintió su aliento en el cuello antes de que bajara la cabeza para besarlo. La sudadera de los Packers había resbalado por su hombro, y observó en el espejo cómo los labios suaves y húmedos de Nick empezaban a moverse despacio, deliberadamente, desde el cuello hasta el hombro y espalda. Cuando volvieron a ascender por su cuello, a Maggie le costaba trabajo respirar.

– Nick, ¿qué haces? -jadeó, sorprendida por la reacción e incapaz de controlarla.

– Llevo días queriendo tocarte.

Le lamió el lóbulo de la oreja con la lengua, y Maggie sintió débiles las rodillas. Se recostó en él por temor a caerse.

– No es buena idea -brotó como un susurro, en absoluto convincente. Y, desde luego, no impidió que Nick le rodeara la cintura con sus manos grandes y firmes y apoyara una palma en su estómago, desatando un estremecimiento por su espalda y haciendo que el hormigueo del estómago se propagara entre sus muslos-. Nick…

Era inútil. No podía hablar, no podía respirar, y los labios suaves y apremiantes de Nick la devoraban con tiernas y húmedas exploraciones al tiempo que deslizaba las manos por su cuerpo. Maggie vio el vendaje que tenía en torno a los nudillos. Quería preguntarle lo que había ocurrido, pero no podía concentrarse en nada salvo en respirar.

Vio en el espejo cómo colocaba las manos sobre sus senos, engulléndolos e iniciando una caricia circular, dejándola completamente indefensa. Era demasiado, una sobrecarga sensorial. Ya estaba húmeda entre las piernas antes de que él bajara una de las manos y empezara a acariciarla allí, con dedos suaves y expertos. La estaba acercando al límite cuando, por fin, Maggie reunió fuerzas para darse la vuelta y empujarlo. Pero cuando apoyó las manos en el pecho de Nick, éstas la traicionaron e iniciaron su propia exploración desabrochándole la camisa, desesperadas por acceder a su piel.

Nick tembló cuando por fin unió su boca a la de ella. Maggie vaciló, sorprendida de sus propios gemidos, de su propia urgencia. Nick la apremiaba con mordisquitos suaves pero persistentes, hasta que ella no pudo resistir más y lo besó con la misma intensidad. Una vez más, su cuerpo estaba indefenso, y se apoyó en la cómoda para intentar alejarse del magnetismo ardiente de Nick. Estaba recobrando el aliento cuando él separó sus labios de los de ella y los deslizó por su cuello hasta los senos. Una vez allí, empezó a lamerle los pezones a través del algodón de la sudadera. La sacudida fue tan fuerte que Maggie tuvo que aferrarse al borde de la cómoda.

– Dios mío, Nick -jadeó. Tenía que parar, pero no podía. La habitación daba vueltas otra vez. Le pitaban los oídos. El corazón le golpeaba las costillas y la sangre le abandonaba la cabeza. Y aquel pitido insistente. No, no era en sus oídos, era el teléfono. El teléfono, la realidad, la hizo volver en sí-. Nick… el teléfono -logró decir.

Nick estaba arrodillado delante de ella. Se detuvo y alzó la vista, con las manos en la cintura de Maggie, los ojos llenos de deseo. ¿Cómo había permitido que la cosa fuera tan lejos?, se regañó ella. Había sido el whisky, la condenada nebulosa que tenía en la cabeza. Era aquella boca deliciosa y aquellas manos fuertes. Maldición, debía recuperar el control.

Se apartó de él y se acercó tambaleándose a la mesilla de noche, derribando el teléfono y atrapando el auricular justo cuando la base chocaba contra el suelo. Se mantuvo de espaldas a Nick, para rehuir su mirada y poder detener el temblor de su cuerpo.

– ¿Sí? -dijo, todavía sin resuello-. Soy Maggie O'Dell.

– Maggie, gracias a Dios que te encuentro. Soy Christine Hamilton. No sé qué hacer. Perdona que te llame tan tarde. He intentado localizar a Nicky, pero nadie sabe dónde está.

– Tranquilízate, Christine -lanzó una mirada a Nick.