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Nick siguió mirando por la ventana para no tener que mirarla a ella. Maggie ya se había acostumbrado a la oscuridad y podía observarlo a placer. A pesar de su desaliño, era notablemente atractivo, con todos los rasgos clásicos: mandíbula fuerte y cuadrada, cabellos oscuros sobre piel morena, labios sensuales… hasta las orejas las tenía perfectamente esculpidas. Sin embargo, todas aquellas características físicas que le habían parecido tan atractivas en un principio habían quedado relegadas a un segundo plano. Era su voz fluida y firme lo que anhelaba oír, y sus cálidos ojos celestes los que le dejaban débiles las rodillas. Le gustaba su manera de abrazarla, como si fuera la persona más importante del mundo, y su manera de mirarla a los ojos, como si quisiera vislumbrar su alma. Aquellos ojos la hacían sentirse desnuda y viva. Vuelta como tenía Nick la cara, se sentía privada de su luz, del vínculo íntimo que había empezado a formarse entre ellos. Al mismo tiempo, sabía que no debía sentirse tan compenetrada con un hombre al que sólo conocía desde hacía una semana. Guardó silencio y esperó, temiendo que le revelara algún secreto que los uniría aún más. Al mismo tiempo, en parte, deseaba que lo hiciera.

– Soy un incompetente. No sé cómo dirigir la investigación de un asesinato. Si lo hubiera reconocido en un principio quizá… quizá Timmy no habría desaparecido.

La confesión la sorprendió. No era el mismo sheriff arrogante y gallito de días atrás. Sin embargo, no se estaba compadeciendo de sí mismo, ni siquiera lamentándose. Maggie intuía que, para él, era un alivio poder decirlo en voz alta.

– Has hecho todo lo que has podido, Nick. Créeme, si pensara que deberías haber hecho alguna otra cosa o que deberías estar actuando de otra manera, te lo habría dicho. Por si no te has dado cuenta todavía, no soy tímida en ese aspecto.

Otra sonrisa. Nick apoyó la espalda en la pared y separó las rodillas del pecho. Después, estiró aquellas piernas fuertes y largas.

– Maggie, estoy tan… No hago más que imaginar que lo encuentro. No hago más que verlo… tumbado en la hierba, con esa misma mirada vacía. Nunca me había sentido… -la voz fuerte y fluida se atascó con el nudo que se le había hecho en la garganta-. Me siento tan endiabladamente impotente -volvió a flexionar las rodillas, rozándose la barbilla.

Maggie levantó la mano, pero la dejó en el aire, cerca de la nuca de Nick. Quería consolarlo, acariciarlo. Retiró la mano, se apartó un poco más e intentó ponerse cómoda, controlar aquel poderoso impulso de tocarlo. ¿Qué tenía Nick Morrelli que le hacía desear estar entera otra vez? ¿Que le hacía comprender que no lo estaba?

– Sabes que me he pasado la vida haciendo lo que mi padre me decía… me sugería que hiciera -mantuvo la barbilla sobre las rodillas-. Ni siquiera era por el deseo de complacerlo; simplemente, me resultaba más fácil así. Sus expectativas siempre me parecían menores que las mías. Se suponía que ser sheriff de Platte City consistía en poner multas, rescatar a perros perdidos y poner fin a unas cuantas peleas de bares de vez en cuando. Quizá hasta un accidente de tráfico. Pero no un asesinato. No estoy preparado para afrontar un asesinato.

– Nada puede preparar a una persona para el asesinato de un niño, por muchos cadáveres que haya visto.

– Timmy no puede acabar como Danny y Matthew. No puede. Y aun así… No hay nada que pueda hacer para impedirlo -volvía a hablar con voz entrecortada. Maggie lo miró y él volvió la cabeza hacia el otro lado para que no lo viera-. No hay ni una maldita cosa que pueda hacer.

Oyó las lágrimas en su voz, aunque hacía lo posible por camuflarlas con ira. Maggie volvió a alargar el brazo, volvió a vacilar con la mano en el aire. Por fin, le tocó el hombro. Imaginó que se sobresaltaría, pero permaneció inmóvil y en silencio. Empezó a acariciarle los omóplatos y la espalda. Cuando el consuelo comenzó a resultarle demasiado íntimo, retiró la mano, pero él se la atrapó y la envolvió con suavidad en la suya, más grande. La miró a los ojos y acercó la palma de Maggie a su rostro para frotarla contra su mandíbula hinchada.

– Me alegro de que estés aquí -la miró a los ojos-. Maggie, creo que…

Maggie recuperó la mano, repentinamente incómoda ante aquella inminente revelación. Ya no era un mero coqueteo, veía que estaba experimentando, forcejeando, con sentimientos de los que ella no quería saber nada.

– Pase lo que pase, no será culpa tuya, Nick -cambió de tema aun fingiendo seguir con él-. Estás haciendo todo lo que está en tu mano. Llega un momento en que uno tiene que desvincularse.

Él la miró con aquella mirada profunda que la hacía sentirse como si estuviera desnudándole el alma.

– Tus pesadillas -le dijo en voz baja-. Hay algo de lo que tú no te has desvinculado. ¿De qué, Maggie? ¿De Stucky?

– ¿Cómo sabes lo de Stucky? -Maggie se incorporó, tratando de repeler la tensión que le producía la sola mención de aquel hombre.

– Aquella noche, en mi casa, gritaste su nombre varias veces. Pensé que me hablarías de él. Cuando no lo hiciste… En fin, me dije que no era asunto mío. Puede que aún no lo sea.

– A estas alturas, ya es del dominio público.

– ¿Del dominio público?

– Albert Stucky es un asesino en serie a cuya captura contribuí hace poco más de un mes. Le pusimos el apodo de El Coleccionista. Secuestraba a dos, tres, a veces, incluso a cuatro mujeres a la vez, y las guardaba, las coleccionaba en algún edificio cerrado o almacén abandonado. Cuando se cansaba de ellas, las mataba descuartizándolas, golpeándoles el cráneo, dándoles mordiscos.

– ¡Dios!, y yo que pensaba que el tipo al que estamos persiguiendo estaba como un cencerro.

– Stucky es único en su especie. Fue mi perfil lo que lo identificó. Lo estuvimos siguiendo durante dos años. Cada vez que nos acercábamos, se trasladaba a otra parte del país. En algún momento, Stucky descubrió que yo era la experta en perfiles. Fue entonces cuando comenzó el juego.

La luz de la luna entraba a raudales por la ventana. Maggie lo miró, incómoda ante el escrutinio de aquellos ojos azules penetrantes llenos de tanta preocupación como interés.

– Háblame del juego -le dijo con expresión seria.

– Stucky hurgó en mi pasado. Averiguó que mi padre había muerto, que mi madre era alcohólica. Parecía saberlo todo. Hace cosa de un año, empecé a recibir notas de Stucky. Y empezó a enviar pistas sobre dónde guardaba a las víctimas. Si acertaba, me recompensaba con una nueva pista. Si fallaba, me castigaba con un cadáver. Fallaba bastante; siempre que encontrábamos a una de sus víctimas en un contenedor tenía la sensación de que era culpa mía.

Cerró los ojos, permitiéndose ver los rostros. Todos ellos con la misma mirada de horror. Los recordaba todos, podía enumerar sus nombres, direcciones, características personales. Era como una letanía de santos. Abrió los ojos, rehuyó los de Nick y prosiguió.

– Descansaba un tiempo, pero sólo para mudarse a otra parte del país. Por fin, lo localizamos en Miami. Después de unas cuantas pistas, creí estar segura de que estaba utilizando un almacén abandonado próximo al río. Pero temía volver a equivocarme, no quería sumar otra mujer muerta a mi lista de cargos de conciencia. Así que no se lo dije a nadie. Decidí ir a investigar yo sola. Así, si me equivocaba, nadie moriría. Sólo que acerté, y Stucky me estaba esperando. Ni siquiera lo vi venir.

Respiraba con dificultad, tenía el corazón desbocado, hasta le sudaban las manos. Era agua pasada, ¿por qué la alteraba tanto?

– Me ató a un poste de acero y me hizo mirar. Vi cómo torturaba y mutilaba a dos mujeres. Ni siquiera se inmutaba al oír sus aullidos de dolor.

Dios, le costaba respirar. ¿Cuándo dejaría de ver aquellos ojos suplicantes, de oír aquellos gritos insoportables?