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El conserje se miró la mano y empezó a morderse y a pelar las pocas uñas que le quedaban.

– ¿Dónde está Timmy, Ray?

– ¡No sé dónde está ningún niño! -gritó, conteniendo la furia con los dientes amarillos apretados-. Y el que use la camioneta algunas veces para cortar leña no significa nada.

Maggie se pasó los dedos por el pelo. La falta de sueño y de comida le provocaba mareos. ¿Habrían perdido toda la tarde? Keller podría haber escondido fácilmente el móvil en la habitación de Howard. Sin embargo, Maggie sospechaba que el conserje estaba al tanto de todo lo que ocurría en la casa parroquial.

– ¿Dónde cortas leña, Ray?

Se la quedó mirando, todavía lamiéndose las uñas. Intentaba adivinar por qué quería saberlo.

– He visto la chimenea de la casa parroquial -prosiguió Maggie-. Debe de consumir una tonelada de leña en invierno, sobre todo, este año que ha llegado tan pronto.

– Cierto. Y al padre Francis le gusta… -se interrumpió y bajó la mirada al suelo-. Que en paz descanse -murmuró a sus pies, y volvió a alzar la vista-. Le gustaba que esa habitación estuviera muy caliente.

– Entonces, ¿adonde vas?

– Al río. La iglesia todavía tiene allí un trozo de tierra en propiedad. Donde está la vieja iglesia de Santa Margarita. Era muy hermosa, pero se está viniendo abajo. Hay muchos olmos y nogales secos, unos cuantos robles y multitud de arces de río. La madera de nogal es la que mejor se quema -se interrumpió y miró por la ventana.

Maggie siguió su mirada vacía. El sol se hundía en el horizonte cubierto de nieve, proyectando un rojo sangriento sobre el manto blanco. Cortar leña le había recordado algo, pero ¿qué?

Sí, Ray Howard sabía mucho más de lo que decía, y ni la amenaza de cárcel ni la promesa del pollo frito de Wanda's lo inducirían a hablar. Iban a tener que dejarlo marchar.

Nick colgó el teléfono y se recostó en el sillón de su despacho para frotarse los ojos y borrar de ellos el enojo. Sabía que Maggie había visto lo ansioso que estaba por golpear algo, quizá incluso a Ray Howard. ¿Cómo hacía ella para permanecer tan serena?

No podía dejar de pensar en Timmy. Era como si le hubieran instalado una bomba de relojería en el pecho, y el tictac cada vez sonaba más deprisa retumbando en sus costillas. Se les estaba agotando el tiempo.

Aaron Harper y Eric Paltrow habían sido asesinados en un intervalo inferior a dos semanas. Matthew Tanner había sido raptado una semana después que Danny Alverez. Sólo habían pasado unos días y Timmy había desaparecido. Algo estaba acelerando al asesino. Si no conseguían atraparlo, ¿volvería a desaparecer durante seis años? Peor aún, ¿se integraría en la comunidad, como había hecho antes? Si no era Howard ni Keller, ¿quién diablos era?

Nick tomó la hoja arrugada de encima de la mesa. La misteriosa hoja con códigos y direcciones que había encontrado en la guantera de la camioneta tenía una extraña lista de la compra escrita en el reverso. Volvió a leer los artículos, tratando de darles una lógica. Manta de lana, queroseno, cerillas, naranjas, Snickers, raviolis, veneno para ratas. Quizá fuera una sencilla lista para una acampada, pero su instinto le decía que se trataba de algo más.

Llamaron a la puerta, y Hal entró sin esperar una invitación. Tenía los hombros encogidos de agotamiento y el pelo pegado a la cabeza de tantas horas sin quitarse el sombrero.

– ¿Qué has averiguado, Hal?

Se dejó caer en la silla del otro lado del escritorio.

– La ampolla vacía que has encontrado en la camioneta contenía éter.

– ¿Éter? ¿De dónde diablos ha salido?

– Seguramente, del hospital. Hablé con el director, y dijo que tenían ampollas parecidas en el depósito de cadáveres. Lo utilizan como una especie de disolvente, pero podría utilizarse para hacer perder el conocimiento a una persona. Con respirarlo un poco, basta.

– ¿Quién podría tener acceso al depósito de cadáveres?

– Cualquiera, la verdad. No cierran la puerta con llave.

– ¿En serio?

– Piénsalo, Nick. Raras veces se usa el depósito de cadáveres y, cuando lo hacen, ¿quién va a husmear por ahí?

– Cuando se está llevando a cabo una investigación criminal, debería estar cerrado con llave para que sólo pudieran entrar personas autorizadas -Nick tomó un bolígrafo y empezó a tamborilear con él sobre la mesa para desahogar su furia. Todavía sentía deseos de golpear algo.

Hal guardó silencio y, cuando Nick lo miró, se preguntó si hasta Hal pensaría que estaba desquiciándose.

– ¿Has encontrado alguna huella en el vial?

– Sólo las tuyas.

– ¿Y las cerillas?

– Bueno, no es un local de striptease. La Dama de Rosa es un pequeño bar barbacoa del centro de Omaha, situado a una manzana de la comisaría de policía. Muchos agentes de policía son clientes del local. Eddie dice que sirven las mejores hamburguesas de la ciudad.

– ¿Eddie?

– Sí, Gillick era policía municipal antes de mudarse aquí. Pensaba que lo sabías. Claro que hace mucho tiempo de eso… seis o siete años.

– No me fío de él -barbotó Nick; y lo lamentó en cuanto vio la cara de Hal.

– ¿De Eddie? ¿Y por qué no ibas a fiarte de Eddie?

– No lo sé. Olvida lo que he dicho.

Hal movió la cabeza y se levantó de la silla. Ya estaba saliendo por la puerta cuando se dio la vuelta, como si hubiera olvidado algo.

– ¿Sabes, Nick? No quiero que te lo tomes a mal, pero hay muchas personas en esta oficina que piensan lo mismo de ti.

– ¿Y qué es lo que piensan? -Nick se enderezó. Dejó de dar golpecitos con el bolígrafo.

– Tienes que reconocer que conseguiste este trabajo gracias a tu padre. ¿Qué experiencia tienes en la defensa de la ley? Oye, Nick, soy tu amigo, y estaré contigo hasta el final. Pero quiero que sepas que algunos de los chicos tienen dudas. Creen que estás dejando que O'Dell dirija el espectáculo.

Ya estaba… la bofetada que había estado esperando durante días. Se pasó una mano por la mandíbula como si pudiera suavizar el dolor.

– Ya lo había imaginado; sobre todo, desde que mi padre dirige su propia investigación.

– Eso es otra cosa. ¿Sabes que tiene a Eddie y a Lloyd localizando a ese tal Mark Rydell?

– ¿Rydell? ¿Quién diablos es Rydell?

– Un amigo o compañero de Jeffreys.

– Dios, ¿es que a nadie le entra en la cabeza? Jeffreys no mató a los tres… -se interrumpió al ver a Christine en el umbral.

– Tranquilo, Nick, no estoy aquí como periodista -vaciló; después, entró. Tenía el pelo alborotado, los ojos rojos, la cara manchada de lágrimas, la trinchera mal abrochada. Estaba hecha unos zorros-. Tengo que hacer algo. Tienes que dejarme ayudar.

– ¿Te apetece un café, Christine? -preguntó Hal.

– Sí, gracias.

Hal miró a Nick a modo de despedida y se marchó.

– Pasa, siéntate -dijo Nick, y tuvo que reprimir el impulso de levantarse y ayudarla a atravesar la habitación. Lo desquiciaba verla así. Era su hermana mayor, él era el que siempre lo hacía todo mal, ella la fuerte. Incluso cuando Bruce se fue. En aquellos momentos, le recordaba a Laura Alverez con su inquietante calma.

– Corby me ha dado unos días libres, pero con la condición de que el periódico tenga la exclusiva de lo que pase -se quitó la gabardina, la arrojó con descuido sobre una silla y empezó a dar vueltas delante de la mesa, aunque no parecía tener fuerzas ni siquiera para mantenerse en pie-. ¿Has tenido suerte intentando localizar a Bruce? -eludió mirarlo, pero Nick ya sabía que era un tema espinoso que su hermana no tuviera la más remota idea de dónde se encontraba su marido.

– Todavía no, pero puede que se entere de lo de Timmy por la tele y se ponga en contacto con nosotros.

Christine hizo una mueca.

– Tengo que hacer algo, Nick. No puedo quedarme sentada en casa esperando. ¿Qué haces con eso? -señaló la lista de la compra, que había dejado boca abajo, con los extraños códigos a la vista.

– ¿Sabes lo que es?

– Claro, la etiqueta de un fardo.

– ¿El qué?

– La etiqueta de un fardo. Los repartidores reciben una cada día con la prensa. ¿Ves? Señala el número de la ruta, el código de cada repartidor, el número de periódicos que ha de repartir y las paradas de la ruta.

Nick se levantó del sillón y dio la vuelta a la mesa para ponerse a su lado.

– ¿Puedes saber de quién es y de qué día?

– A ver… Es del domingo diecinueve de octubre. El código del repartidor es ALV0436. Por las direcciones que figuran en las paradas parece que… -miró a Nick con los ojos muy abiertos-. Ésta es la ruta de Danny Alverez. Y del domingo en que desapareció. ¿Dónde has encontrado esto, Nick?

Cuando anochecía, anochecía deprisa. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, la perspectiva de una larga noche a oscuras minaba las defensas de Timmy.

Se había pasado el día tratando de idear la manera de fugarse o, al menos, de enviar una señal de auxilio. Desde luego, no era tan fácil como parecía en las películas, pero lo había ayudado a mantenerse centrado. El desconocido le había llevado tebeos de Flash Gordon y de Superman. Aun equipado con los secretos de aquellos superhéroes, Timmy no podía huir. A fin de cuentas, era un niño pequeño y flaco de diez años. Pero en el campo de fútbol había aprendido a sacar partido de su delgadez, colándose entre los jugadores. Quizá no fuera fuerza lo que necesitaba, sino maña.