– ¿Christine, te encuentras bien?
El rostro de Lucy Burton apareció ante ella, con el rostro deformado y los ojos saltones, como el reflejo en un espejo de circo. Sólo que no había espejos. Lucy estaba diciéndole algo más; movía sus labios pintados pero no emitía sonido alguno.
– No puedo oírte, Lucy -dijo, y al instante advirtió que hablaba sólo con el pensamiento.
Notó que resbalaba por la pared. No podía detener su cuerpo, había perdido el control, como si ella también se estuviera moviendo a cámara lenta. Tantos pies, tantos zapatos gastados, uñas rojas, un par de botas de cowboy. Después, alguien apagó las luces.
Nick salió de su despacho a tiempo de ver el corrillo cerca del surtidor de agua. Christine estaba en el centro, caída en el suelo. Lucy la abanicaba con una carpeta mientras Hal la mantenía apoyándola contra su hombro. El padre de Nick contemplaba la escena con los demás, con las manos hundidas en los bolsillos. Hacía tintinear las monedas que tenía en el bolsillo, poniendo de manifiesto su irritación. Nick sabía lo que estaba pensando: ¿Cómo se atrevía Christine a dar muestras de debilidad delante de sus colegas?
– ¿Qué ha pasado? -le preguntó Nick a Eddie Gillick, que estaba en la fotocopiadora.
– No lo sé. No lo he visto -dijo Eddie mientras pulsaba las teclas de la fotocopiadora, de espaldas a la conmoción. Era el único que estaba en aquel lado de la sala. Nick bajó la mirada a las copias que escupía la máquina y vio pedazos de Matthew Tanner cubriendo el rostro sonriente de Timmy. Tal vez se hubiera excedido al pedirle a Christine que sacara copias de su hijo desaparecido.
– Tienes las fotografías de la autopsia -dijo Nick, sin dejar de mirar a Christine.
– Sí, acabo de recogerlas del depósito de cadáveres del hospital. Pensé que querrías tener copias.
– Estupendo. Cuando acabes, deja los originales sobre mi mesa.
Al menos, Christine parecía haber vuelto en sí. Adam Preston le pasó un vaso de papel, y ella bebió el agua como si la hubieran rescatado del desierto. Nick contemplaba la escena paralizado, impotente. El tictac de su pecho sonaba más fuerte que nunca. Lanzó una mirada a Eddie. ¿Podría él oír el tictac?
– Está bien, todo el mundo -anunció su padre-. Ha acabado el espectáculo. Volvamos al trabajo.
Obedecieron sus órdenes sin vacilación. Cuando vio a Nick, le hizo una seña para que se acercara. Nick no se movió, era un esfuerzo desesperado por recuperar un rastro de autoridad. Su padre firmó algo para Lloyd y después se acercó, sin percatarse del desplante de Nick.
– Lloyd ha encontrado a Rydell. Vamos a traerlo para interrogarlo.
– No tienes autoridad para hacer eso -Nick se concentró. Debía mostrarse sereno, templado, al mando.
Las cejas pobladas se elevaron, los ojos azules se clavaron en Nick.
– ¿Cómo dices?
Su padre lo había oído perfectamente. Era parte de su intimidación. Siempre había funcionado… en el pasado.
– Ya no tienes autoridad para detener a nadie -sostuvo la mirada entornada de su padre.
– Intento ayudarte, chico, para que no quedes como un condenado idiota delante de toda la comunidad.
– Mark Rydell no ha tenido nada que ver con esto.
– Claro. Estás apostando tu dinero por un conserje de iglesia simplón.
– Tengo pruebas que inculpan a Ray Howard. ¿Qué tienes tú contra Rydell?
Para entonces, la oficina había vuelto a quedarse en silencio. Sólo que aquella vez, nadie se atrevía a acercarse. Los miraban desde las mesas y los umbrales, fingiendo estar trabajando.
– Todo el mundo sabe que Rydell es marica. Tiene un historial tan largo como mi brazo por dar palizas a otros maricas. Fue el compañero de Jeffreys durante un tiempo. Siempre sospeché que podría haber estado implicado en los asesinatos. Apostaría la granja a que es él el imitador, pero tú no puedes verlo porque no ves más allá del bonito trasero de la agente Maggie.
El calor le ascendió por el cuello. Su padre le dio la espalda, despachándolo, como tenía por costumbre. Nick lanzó una mirada a los ojos que fingían trabajar. Entonces, vio a Maggie en el umbral de la sala de conferencias. Se miraron a los ojos. En aquel instante, supo que lo había oído.
– El asesino no es un imitador -dijo a la espalda de su padre.
– ¿Qué cojones estás diciendo?
Su padre se limitó a volver la cabeza. Tomó las fotografías de la autopsia de manos de Eddie, que le pasó de buena gana los originales sin ni siquiera mirar a Nick.
– Jeffreys sólo fue responsable de la muerte de Bobby Wilson -su padre no levantó la vista de las fotografías-. No mató a los tres niños. Pero claro, eso ya lo sabías -esperó a que captara la acusación. Por fin, su padre lo miró con un ceño normalmente lo bastante poderoso para reducirlo a un adolescente gimoteador. Nick permaneció erguido, sin meterse las manos en los bolsillos. En cambio, cruzó los brazos. Estaba preparado.
– ¿Qué insinúas?
– He leído el informe de la detención de Jeffreys, he visto los informes de las autopsias. Es imposible que Jeffreys cometiera los tres asesinatos. Hasta Jeffreys te lo dijo, una y otra vez.
– ¿Así que ahora crees a un asesino maricón de mierda antes que a tu padre?
– Tus propios informes demuestran que Jeffreys no mató a los otros dos niños. Pero tú estabas demasiado ciego. No, querías ser un héroe. Así que pasaste por alto la verdad y dejaste que se escapara un asesino. O puede que hasta amañaras las pruebas. Y ahora, tu propio nieto va a pagar por tus errores y tu jodido orgullo.
El primer puñetazo lo tomó por sorpresa. Le sacudió la mandíbula y lo empujó hacia atrás, contra la fotocopiadora. Recuperó el equilibrio, pero todavía tenía la vista borrosa cuando el segundo puñetazo le cruzó la cara. Alzó la vista y vio a su padre en el mismo sitio, en la misma postura, con las fotografías en las manos y una mirada de sorpresa en la cara. Nick ni siquiera se dio cuenta de que no eran los puños de su padre los que lo habían golpeado hasta que no vio a Hal conteniendo a Eddie Gillick.
Maggie esperó, pero no la sorprendió que Nick no regresara a su sala de interrogatorios improvisada. Adam Preston les llevó la cena de Wanda's. Maggie le dijo a Ray Howard que podía quedarse y comerse tranquilamente el filete y que, después, podía irse a casa. La miró con recelo hasta que Adam le colocó delante el plato humeante. Entonces, pareció olvidarlo todo.
Maggie se disponía a marcharse cuando Adam, que seguía abriendo y sacando comida, la detuvo.
– Agente O'Dell, esto es para usted.
– No tengo mucha hambre -se volvió hacia él, pero no era un sandwich lo que le pasaba. Se quedó mirando el pequeño sobre blanco que estaba al otro lado de la mesa-. ¿De dónde has sacado eso?
– Estaba en el pedido de Wanda's. Tiene su nombre en el anverso -se lo pasó, estirando el brazo por encima de la mesa, pero ella no hizo ademán de tomarlo. Hasta Howard levantó la mirada de su festín-. Agente O'Dell, ¿qué pasa? ¿Quiere que lo abra yo? -los ojos verdes de Adam la miraban con seriedad. Su semblante reflejaba preocupación.
– No, no hace falta -tomó despacio el sobre por una esquina, fingiendo, aunque demasiado tarde, que no era nada del otro mundo. Para demostrarlo, lo abrió sin vacilar mientras Adam la miraba. Los dedos se mantuvieron firmes aunque el estómago empezó a hacerle piruetas.
Leyó la nota. Era sencilla, una única frase:
SÉ LO DE STUCKY.
Maggie miró a Adam.
– ¿Está Nick por aquí? -necesitaba mantener la respiración regular, contener el pánico que le devoraba las entrañas.
– Nadie lo ha visto desde que…
– Desde que Eddie lo tumbó de un puñetazo -terminó Howard por Adam. Les sonrió por encima de su tenedor lleno de puré de patatas-. Eddie es mi hombre -dijo, y se metió el tenedor en la boca.
– ¿Qué quieres decir con eso? -le espetó Maggie, y la mirada de Howard le indicó que había sido demasiado brusca. Había vuelto a ponerlo nervioso.
– Nada. Es amigo mío, nada más.
– ¿El agente Gillick es amigo tuyo? -miró a Adam, que se limitó a encogerse de hombros.
– Sí, es un amigo. Eso no es ningún delito, ¿no? Hacemos cosas juntos. Nada del otro mundo.
– ¿Qué cosas?
Howard miró a Adam; había dejado de cortar el filete y de llevarse comida a la boca. Enderezó la espalda. Cuando volvió a mirar a Maggie, ésta vio el frío desafío en sus ojos.
– A veces, viene a la casa parroquial y juega a las cartas con el padre Keller y conmigo. A veces, él y yo salimos juntos a comer hamburguesas.
– ¿Gillick y tú?
– ¿No ha dicho que podía irme?
Se lo quedó mirando. Sí, aquellos ojos sagaces de reptil sabían mucho, mucho más. En el fondo, Maggie estaba convencida de que no era el asesino, a pesar de las corazonadas de Nick. Howard podía haber tenido la desgracia de estar en posesión de su móvil, pero no era el asesino. Su cojera jamás le permitiría correr por la pronunciada ladera próxima al río, ni mucho menos cargar con un niño de entre treinta y treinta y cinco kilos de peso. Y, a pesar de sus astutos comentarios, no era lo bastante inteligente para llevar a cabo una serie de asesinatos.
– Sí, he dicho que podías marcharte -contestó finalmente, sin dejar de mirarlo. Quería que viera la sospecha, que sudara un poco, que metiera la pata. En cambio, Howard siguió cargando el tenedor de comida, sujetándola con el cuchillo, para luego llenarse la boca y empezar a masticar.