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– No les iba a dar la mano.

– Ni siquiera al equipo médico. Mantuvo las manos detrás de la espalda. Dijo: «Sor, esto es horroroso. ¿Qué necesitas?» Y yo contesté: «¿Qué tal si llevas a los enfermos a dar una vuelta en tu coche?» En vez de eso, me dio un cheque de cien mil dólares.

Jack bebió un trago, preguntándose si su padre la había besado al llegar. Podía entender que su padre no fuera un tío dado a tocamientos. ¿Cuántos lo eran? Dijo:

– Ya sé por dónde vas.

– No, no lo sabes -contestó ella.

– Es más fácil darles algo que acercarse a ellos.

– Jack -dijo ella sin reaccionar, manteniendo su tono tranquilo, segura de lo que iba a decir-, la semana pasada firmó otro cheque, éste de sesenta y cinco mil.

– ¿Para el hospital?

– Para el hombre que destruyó el hospital, el hombre lo hizo arder hasta los cimientos y mató a diez pacientes a puñaladas. Yo estaba allí, Jack. Los vi llegar en un camión. Saltaron los hombres y empezaron a disparar, todos con armas automáticas. Dispararon a los perros, a los cristales de las ventanas… Salí de la casa de las hermanas, le oía gritar y pensé que estaba intentando detener el tiroteo. Efectivamente, estaba gritando en castellano: «¡Con los machetes! ¡Hacedlo con los machetes!» Algunos de los pacientes se escaparon o pudieron esconderse. Yo metí a alguno en nuestra casa. Pero los que estaban en tratamiento, los que no podían correr, fueron apuñalados hasta morir en sus propias camas, gritando… Ya sabes de quién hablo, de Dagoberto Godoy y sus contras. Cuando vino a matar a Amelita y no la encontró… -Hizo una pausa, y añadió-: Antes de eso, nunca le había puesto los ojos encima y ahora no podría olvidarle. -Volvió a interrumpirse, y luego dijo, levantándose-: Le daré las buenas noches a Amelita y te prepararé algo de comer, si tienes hambre.

Volvió con un paquete de Kool, sacando un cigarrillo. Jack cogió el encendedor de plata de la mesa y le ofreció fuego. La vio sentarse, exhalando un fino hilo de humo, relajándose sobre los almohadones del sofá, y dijo:

– ¿Te importa?

Cogió un cigarrillo -«sólo fumaría uno»- y aspiró el humo por primera vez en casi tres años, mientras le decía que seguía sin tener nada de hambre, ni siquiera un poco. Estaba alterado, y le dijo que se sentía un poco confuso, intentando aclarar una serie de cosas en su mente. Dijo que le parecía que cada vez que ella le explicaba algo surgían en su mente nuevas preguntas y no sabía por dónde empezar.

– ¿Qué te gustaría saber? -dijo ella.

– Ese tipo intenta matar a Amelita y ella dice que bueno, que estaba muy enfadado, pero que quiere que ella esté con él. Incluso le llama Bertie.

La cabeza de Lucy permanecía apoyada en el almohadón.

– Ya lo sé. Amelita es un poco retorcida. Bertie… Me gusta. Cambió su vida y ella no quiere creer que es un asesino. Pero no estaba en el hospital cuando vino él. Estaba con su familia. Por eso pude sacarla de allí.

– Eso no tiene mucho sentido.

– Claro que no.

– ¿Los mató porque eran leprosos?

– A machetazos… no necesitaba razón alguna. Se cargó a tiros al doctor Meza. Asesinó a un cura mientras estaba celebrando misa y ejecutó formalmente a seis catequistas en Estelí. Mataron a un trabajador de la reforma agraria con las bayonetas, le dispararon a su mujer en la columna vertebral y la dejaron abandonada para que muriera… Ella vio cómo estrangulaban a su hijo, que sólo tenía un año. Pregúntale a Bertie por qué dejó hacer eso a sus hombres. Rajaron la garganta a nueve granjeros cerca de Paiwas, violaron a varias de sus hijas y violaron y decapitaron a una chica de catorce años en El Guayaba. Mataron a cinco mujeres, seis hombres y nueve niños en El Jorgito… ¿Quieres una lista completa? Te la daré. ¿Quieres ver fotos? También te las enseñaré. ¿Has visto alguna vez la cabeza de una niña empalada?

Hubo un momento de silencio en la habitación, que en aquellos momentos a Jack le parecía un gran escenario, con el telón de fondo del papel de la pared, lleno de plátanos, mientras ella le contaba una historia de muertos de ambiente tropical.

– ¿Todo eso hizo?

– Y no cuento a los desaparecidos -dijo Lucy-. Ni a los que torturaron. Ni a quienes asesinaron con métodos más refinados. Un cura de Jinotega abrió el maletero de su coche y voló en pedazos. Fue Bertie quien lo asesinó. Se había enterado de que ese cura nos había llevado a León a comprar el coche cuando huimos. Tengo una carta de una de las hermanas; algún día te la leeré, cuando tenga tiempo.

Jack se sentía molesto; no sabía qué decir.

– ¿Qué le vas a hacer? Así es la guerra.

– ¿A eso le llamas guerra? ¿Matar niños y gente inocente?

– Quiero decir que no puedes hacer que lo arresten.

– No, ni siquiera si estuviese aún en Nicaragua. Pero ahora está aquí, reuniendo dinero para comprar armas y pagar a sus hombres. Hace tres días, en Lafayette, mi padre almorzó con Bertie, oyó el sermón del tipo y extendió un talón de sesenta y cinco mil dólares.

– ¿Tu padre le ayuda? ¿Por qué?

– Hay gente, Jack, que cree que si no estás con Bertie estás con los comunistas. Es como si dijeras que si no te gusta la cerveza Dixie, entonces tiene que gustarte el vodka. -Volvía a hablar con aquel tono seco, con la mirada tranquila, con la cabeza apoyada en el cojín.

»Mi padre y sus amigos sacando a Bertie de paseo, invitándole a sus casas… Es una celebridad. Tiene una carta del presidente, y eso le proporciona un talón cada vez que la enseña.

– ¿El presidente de qué? ¿Te refieres al Presidente?

– De Estados Unidos de América. Trata a los contras como hermanos. «Luchadores por la libertad.» Una cita: «El equivalente moral de nuestros padres fundadores.» Y si crees en eso puedes unirte al club de mi padre. Pero hay una parte que no podrás creer.

Vio que Lucy se levantaba de la silla para aplastar su cigarrillo en el cenicero, con la luz resbalando sobre su cabellera oscura. Estaba encantado de que hubiera decidido no hacerse la permanente.

– Cuando comíamos, mi padre ha empezado a contarme lo del antiguo agregado militar de la embajada nicaragüense, un héroe de guerra al que había invitado a comer, amigo personal de varios personajes importantes de la Casa Blanca. -Volvió a sentarse y siguió hablando-. Y cualquiera que pertenezca a esa sociedad es amigo íntimo de mi padre, sin más averiguaciones. Mi padre no me había dicho el nombre del héroe, pero yo ya sabía que era Bertie. Primero, me cuenta que ese tipo es un comandante de la guerrilla, que mantiene una intensa lucha contra los comunistas. Y luego, como quien no quiere la cosa, me dice: «Ah, por cierto, me dijo el coronel que os habéis visto alguna vez en algún sitio.» Yo todavía no había abierto la boca. Pero estaba segura de que si lo hacía me lo iba a cargar. Sentía que me iba poniendo tensa. Y mi padre ha dicho: «Sí, está buscando a una chica que está por aquí, una amiga suya, o que era su novia, y se pregunta si tú podrías ayudarle a encontrarla.» -Lucy hizo una pausa-. ¿Te va gustando?

Jack aguardó en silencio.

– Yo le he dicho: «¿Te ha explicado el coronel dónde nos conocimos?» Y mi padre ha negado con la cabeza: «No, no lo ha hecho.» Le he preguntado si el coronel le había dicho por qué quería encontrar a la chica. Y mi padre ha contestado: «No, creo que no me lo explicó.» Le he dicho entonces: «¿Quieres que te lo diga yo?» Y ha contestado: «Sí, claro.» -Lucy hizo una pausa-. «Porque quiere matarla. Sólo por eso.»

Hubo un silencio. Jack no se movió. Ella se quedó mirándole y él le dijo:

– Así que le has metido una bronca.

– Le he referido todos los asesinatos y atrocidades que recuerdo. Y mi padre ha dicho: «No creerás esas historias, ¿verdad?» «Papá -le he dicho-, yo estaba allí. Vi cómo pasaba.» Eso no le ha gustado, y me ha dicho: «Ya, pero así es la guerra, sor. Pasan cosas terribles en la guerra.» Y yo le he preguntado: «¿Y tú qué sabes? Tú no luchas en las guerras, sólo las financias.» -Levantó el vaso y tomó un sorbo de jerez-. Por el almuerzo con papá… he comido cangrejos de río.