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– Lucy Nichols, te has alejado mucho del monjerío.

– Pero no de Nicaragua, él la ha traído aquí.

– Bertie sabía que era tu padre, ¿no?

– Le proporcionaron una lista de ricachones del negocio del petróleo. Él consultó los nombres, sabía que Amelita y yo habíamos volado a Nueva Orleans, y se enteró de que vivía aquí. Creo que no se trata de una coincidencia, creo que la idea de utilizar a mi padre le resultó muy atrayente. Podía haber ido a colectar fondos a Hudson, pero no, está aquí. Nueva Orleans es un centro de embarque para los contras: tienen armas y material almacenado esperando a poder sacarlo.

Jack sintió necesidad de levantarse y moverse. En lugar de eso, cogió un cigarrillo. Uno más. Si volvía a fumar, no sería Kool. Se recostó, mirando las piernas de la mujer, en aquel momento estiradas sobre la mesilla de café, con los pies cruzados. Llevaba una sandalia suelta, y pudo verle el puente del pie. Se preguntó cómo sería de niña, antes de hacerse monja.

– Cuando pueda, en los próximos días, tengo que meter a Amelita en un avión y enviarla a Los Ángeles.

– No parece muy difícil.

Se preguntó si alguna vez habría ido a bañarse impremeditadamente con alguien, en ropa interior, en el golfo de México o en Pass Christian.

– Supongo que no, si soy prudente.

Vio cómo daba una chupada al cigarrillo y volvía ligeramente la cabeza para soltar un hilillo de humo.

– Y de alguna manera, antes de que Bertie esté listo para largarse con su dinero, he de pensar en una forma de detenerlo.

Jack esperó un momento y dijo:

– Y… -sintiéndose animado, pero sin querer moverse, para no romper el encanto- te estás preguntando si una persona con mi experiencia, por no mencionar a la cantidad de gente que conozco, podría ayudarte.

Lucy movió los ojos, recuperando su mirada tranquila, y dijo:

– Se me había ocurrido.

Se preguntó si alguna vez habría hecho el amor en la playa, o en la cama. O en cualquier lugar.

– Por lo que estás diciendo, veo que no te importa que Bertie se largue…

– Mientras el dinero se quede aquí.

Jack aspiró el humo, sin prisas. Joder, se apuntaría. Ese juego le iba.

– ¿Qué hace con los talones?

– Son nominativos, a favor de… creo que el Comité de Liberación de Nicaragua, o algo así.

– ¿Los ingresa en el banco?

– Eso creo.

– ¿Y luego? ¿Dónde comprará las armas?

– Supongo que aquí o en Honduras, porque es allí donde tiene sus depósitos de armas y sus centros de entrenamiento. Pero estoy segura de que sacará los dólares y los cambiará por córdobas para pagar a sus hombres.

– ¿Cómo, en un avión privado?

– O en barco.

– ¿Desde dónde?

– No tengo ni idea.

– Pregúntaselo a tu padre.

– No nos hablamos.

– ¿No os habláis, o no le hablas tú?

– Ya veré qué puedo averiguar.

– Pregúntale dónde se aloja Bertie.

– Está en un hotel de Nueva Orleans.

– ¡No jodas!

– Pero no sé en cuál.

– Tendrás que darle besitos a tu padre y reconciliarte con él antes de que empecemos a movernos.

Lucy dudó.

– ¿Estás diciendo que vas a ayudarme?

– Si quieres que te diga la verdad, nunca he oído una historia como ésta. Estás quebrantando la ley, una ley es importante. Pero, mirándolo de otra manera, también estás haciendo algo por la humanidad. -Jack hizo una pausa al darse cuenta de que nunca en su vida había utilizado la palabra humanidad-. O sea, si te hace falta racionalizarlo. Ya me entiendes, decirte a ti misma que lo que haces está bien.

– No creo que nos haga falta justificación moral alguna -dijo Lucy-. Puedo justificar esto mentalmente sin necesidad de pensarlo dos veces. Pero si la idea de salvar vidas no te basta, piensa en lo que podrías hacer con tu parte. A mí me gustaría usar la mitad del dinero para reconstruir el hospital. Para mí, basta eso como justificación. Pero la otra mitad sería para ti, si te parece bien.

Jack esperó. Quería estar seguro.

– ¿Me estás diciendo que nos lo vamos a quedar?

– No sería fácil devolverlo.

– ¿De cuánto dinero estamos hablando?

– Le dijo a mi padre que quería conseguir cinco millones.

– ¡Jesús! -exclamó Jack.

Los ojos de Lucy sonrieron.

– Nuestro Señor.

7

Jack condujo hasta la entrada principal del Centro de Salud Carrollton. Ya había salido del coche fúnebre cuando un joven de piel ligeramente oscura, vestido de blanco, apareció corriendo por la puerta giratoria, haciendo gestos con los brazos y diciéndole:

– ¡Saque eso de ahí! Hombre, si alguno de esos viejos mira por la ventana le va a dar un ataque y se va a morir, o se va a caer y se romperá la cadera.

Jack leyó el nombre de aquel individuo en la placa que llevaba prendida en la camisa blanca.

– Cedric, he venido a recoger a… -Tuvo que sacar la tarjeta del bolsillo de la chaqueta y mirarla-. He venido a recoger a un tal señor Louis Morrisseau.

– Está listo, pero tendrá que hacerlo por detrás.

– ¿Y el certificado de defunción?

– Lo tiene Miz Hollenbeck.

– ¿Y dónde está Miz Hollenbeck?

– Ahí, en el despacho de enfrente.

– ¿Por qué no entras, coges el certificado y llevas el coche a la parte trasera? ¿Qué te parece?

– Pero eso es lo que me ha dicho Miz Hollenbeck que le diga -explicó Cedric, encogiéndose de hombros y dando la espalda al edificio. Y luego movió la cabeza, con una ligera inclinación hacia un lado-. ¿Ve a una persona que mira por la ventana como un cocodrilo? Es Miz Hollenbeck.

Jack repasó con la vista la hilera de ventanas.

– ¿Quiere que se muera alguien? ¿Quiere que esa mujer me haga polvo?

– Eh, Cedric, date la vuelta.

– ¿Está mirando?

– Mira, ¿quieres? En la segunda ventana hay un tipo con un albornoz marrón, ¿sabes cómo se llama?

– ¿Dónde? -preguntó Cedric, dándose la vuelta como quien no quiere la cosa-. Con albornoz… Sí, es el señor Cullen.

– ¡Lo sabía! -dijo Jack, sonriendo, y gritó-: ¡Eh Cully, viejo hijo de puta!

– Pero hombre -dijo Cedric-, ¿quiere hacer el favor de irse?

Jack se ocupó del señor Louis Morrisseau, lo metió en una camilla y lo dejó dentro del coche, que había aparcado en la entrada de servicio. Miró hacia la puerta, volvió a entrar deprisa, y allí estaba Cullen, esperándole.

El ladrón de bancos. Una celebridad en Angola.

– ¡Estás fuera! -dijo Jack-. ¡No puedo creerlo!

Se abrazaron.

– Mi chico quería que me quedara con ellos, o sea, que viviese allí -explicó Cullen-. El problema era Mary Jo. Desde que Joellen se largó a Muscle Shoals para hacerse artista musical había estado pensando que tendría un ataque de nervios… Ya ves, lo único que sabe hacer Mary Jo es cuidar de la casa. No ve la tele, siempre está encerando los muebles o haciendo galletas o cosiendo botones. Nunca había visto a una mujer que pasara tanto tiempo cosiendo botones. Le dije a Tommy Junior. «¿Qué hace, arrancarlos para poder volver a coserlos?» Tengo grabada su imagen cuando mordía el hilo. El primer día que pasé allí, miro a mi alrededor y no veo ningún cenicero. Hay uno, pero está lleno de botones. Voy a usarlo, y Mary Jo me dice: «Eso no es un cenicero. En esta casa no hay ceniceros.» Le digo que bueno, que por qué no me da una lata de café o algo que pueda utilizar. Y me dice que si he de fumar tendrá que ser en la parte trasera. Allí no. Tenía miedo de que me viesen los vecinos y tuviera que presentarme. «Ah, éste es el padre de Tommy. Ha estado en el talego los últimos veintisiete años.» Mira, ya es bastante malo que Joellen se haya largado con ese tipo que dice que la va a convertir en estrella. Mary Jo me ve durmiendo en la habitación de su niña, llena de animalitos y Barbie y Ken, y no lo puede soportar, ni siquiera cosiendo botones todo el día. No para de pincharse con la jodida aguja, y es por mi culpa. Así que me tengo que ir. Tommy Junior dice: «Papá, Mary Jo te quiere, pero…» Todo lo que dice acaba en «pero». «Ya sabes que queremos que seas feliz, pero Mary Jo piensa que estarías mucho mejor en el lugar que te corresponde, con gente de tu edad.» ¿Qué te parece? Este es el lugar que me corresponde.