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– ¿Estás seguro de que sabes lo que haces?

Y Leo contestó:

– Lo que sé es que a ninguno de los dos nos va bien beber solos.

En aquel momento, Leo decía:

– Pues si no has estado en Carville desde que trabajaste en la Rivés, debe de hacer de eso seis o siete años.

– Más que eso.

– No están muy seguros de cómo se contrae la lepra, quiero decir la enfermedad de Hansen, pero he leído que te la puede contagiar un armadillo. Así que aléjate de los armadillos.

Jack no dijo nada.

– Que yo sepa, ninguna de las hermanas la ha cogido, y están allí desde que abrieron el hospital, hace casi cien años. Son las mismas del Charity Hospital. ¿Recuerdas si conociste a la hermana Teresa Víctor?

Jack no contestó ni dijo absolutamente nada, porque estaba mirando la cara del hombre que yacía en la mesa de preparación, reconociendo formas que le eran familiares bajo las heridas, dándose cuenta de que lo conocía, incluso sin el pelo negro que en otros tiempos se rizara sobre su frente.

– Es Buddy Jeannette, ¿no? -dijo, sorprendido pero tranquilo, un poco atónito-. Por Dios, sí que lo es, es Buddy Jeannette.

Leo se dio la vuelta para mirar el certificado de defunción, que estaba en el tablón que había junto a la máquina de embalsamar Porti-Boy.

– Denis Alexander Jeannette -leyó-. Nacido en la parroquia de Orleans, el 23 de abril de 1937.

– Es Buddy, ¡Jesús! -Jack movió la cabeza-. No puedo creerlo.

Leo conectó el cadáver a la Porti-Boy y la máquina empezó a bombear un líquido rosa llamado Permaglo a través de los tubos de plástico que serpenteaban sobre el cuerpo desnudo de Buddy y se introducían en su carótida, en la parte derecha del cuello. Leo alzó la mirada y estudió a Jack unos instantes.

– ¿Por qué dices que no lo puedes creer?

– Era tan prudente…

Leo cogió la manguera y empezó a aplicar su suave chorro sobre los hombros y el pecho de Buddy Jeannette.

– ¿Dónde lo conociste, en la prisión?

– Antes -contestó Jack. Hubo un momento de silencio, mientras Leo esperaba y le pasaba la manguera a Buddy, enjabonándolo.

Solíamos vernos en el centro. Algún sábado por la tarde nos veíamos en el bar de Roosevelt y tomábamos una copa.

– Suena como si hubierais sido bastante amigos.

Leo iba masajeando a Buddy con el jabón, amasando la carne para ayudar a que penetrase el Permaglo y tomara algo de color natural.

– Éramos amigos cuando nos veíamos. Pero si no nos veíamos, tampoco pasaba nada.

– No recuerdo que lo mencionaras nunca.

– Bueno, hace tanto tiempo…

– ¿De qué?

– De cuando lo conocí. -Estaba empezando a acostumbrarse a mirar las heridas de Buddy. La cabeza del pobre tipo, pelada al cero parecía quemada por el sol-. Un accidente, ¿eh?

– Se salió de la carretera y cayó a un canal. Esta mañana, a primera hora -dijo Leo-. En la autopista de Chef. -Volvió a mirar el certificado-. Veo que tu amigo estaba casado. Vivía en Kenner.

– ¿Ah, sí?

– Lo que pasa es que había alguien con él en el coche. Una mujer joven -dijo Leo-. Si fueras su esposa… ¿te gustaría que te dijesen eso?

– Bueno, son cosas que pasan, supongo.

– ¿Por muy prudente que seas?

– A lo mejor me equivoco -dijo Jack-. A lo mejor no era prudente. O quizá lo fue en su día, pero cambió al atravesar el parabrisas. No sé nada de él, ni qué hacía últimamente.

– Parece que tenemos un asunto delicado.

Leo se dio la vuelta para controlar la presión de la máquina Porti-Boy.

Jack sabía que debía irse inmediatamente; pero se quedó mirando a Buddy.

– ¿Qué le pasó a esa persona que iba con él?

– ¿Quieres decir a la joven que no era su esposa? Lo mismo que a tu amigo -explicó Leo-. Causa de la muerte, heridas múltiples. Escoge la que quieras. Me sorprende que no hicieran una lista en el depósito de cadáveres. Lo único que hicieron fue sacarles sangre.

»La joven está en Lakeview. ¿Sabes dónde quiero decir? En Metairie, un edificio nuevo. Deben de celebrar lo menos doscientos funerales al año. La señora Jeannette pidió que a tu amigo lo trajesen aquí. Pero parece que tú no la conoces.

– No la conozco. Ni siquiera sabía que se había casado.

– ¿Y la amiga?

– ¿Te refieres a la que estaba con él? ¿Qué intentas averiguar Leo?

– Tú conoces a muchas chicas. Simplemente, pensaba que podías conocer a la que estaba en el coche.

– Explícame por dónde vas.

– Estamos hablando de mujeres, Jack. ¿Dónde puede uno conocerlas hoy en día? -Leo se metió en la cabina de la Porti-Boy-. Tengo entendido que el bar Bayou, el del Pontchartrain, no está mal.

– Es verdad.

Leo se encaró hacia Buddy Jeannette con un trocar de cuarenta centímetros, un tubo cilíndrico de bronce cromado, con un mango en un extremo y una punta de bisturí en el otro.

– Estuviste allí hace unos días, ¿no?

– Leo, no empieces con el trocar todavía, ¿vale? Aclaremos esto. ¿De qué día estás hablando?

– Esta semana has trabajado tres noches, o sea que debió de ser el lunes. Creo que hacia las seis.

Jack asintió, pero sin admitir nada con énfasis, con su conciencia diciéndole que era inocente.

– Ajá; ¿y con quién estaba?

– Sabes muy bien con quién estabas -dijo Leo. Cogió un trozo de tubo de plástico conectado a un aspirador metálico que había en el fregadero y empalmó el tubo con el mango del trocar-. ¿Vas a decirme que no estabas con ella? ¿Con una chica a la que se puede reconocer a más de un kilómetro por su pelo rojo?

– Sí, estaba con Helene.

– ¿Lo admites?

– Quiero saber quién te lo ha dicho.

– Si lo admites, ¿qué más da?

– Leo, no estás comentando simplemente que estaba con ella, estás acusándome por eso.

– Si te lo tomas así…

– ¿Pero de qué me acusas? Ya no estoy en libertad condicional, Leo. Me han rehabilitado. No tengo que vigilar todo el día y seguir tragando mierda, ¿vale? Quisiera saber qué he hecho.

– No lo sé. ¿Te la llevaste a una habitación?

– Nos encontramos por casualidad. No la había visto desde… ya sabes desde cuándo, han pasado muchos años.

– Desde que fuiste a la cárcel.

– Tomamos una copa, eso es todo.

– ¿Pero sentiste la necesidad?

– ¿De qué?

– De llevártela a una habitación.

– Leo, no se puede mirar a una mujer como Helene y no sentir esa necesidad, así nos ha hecho Dios. -Vio que Leo se acercaba a Buddy con el trocar-. Tengo la impresión de que te preocupa que pueda estar metiéndome en algo -dijo Jack-. O que me vuelva a meter en líos porque este tipo era amigo mío hace años.

– Más o menos en la misma época que Helene.

– ¿Lo ves? Eso es lo que digo. Ellos ni siquiera se conocían. El pobre tipo se sale de la carretera de Chef con una chica que podría ser su cuñada, una amiga de la familia, vete a saber. Pero tú empiezas a imaginar historias. Yo soy culpable porque él es culpable, y en verdad no sabes si lo es. Pero resulta, Leo, que incluso si la joven del coche hubiera sido su amiga, ¿qué tiene que ver eso conmigo?

– Me preocupo por ti.

– ¿Por qué?

– No sé. Supongo que por causa de tu carácter, de tus tendencias; eso me pone un poco nervioso.

– Somos muy distintos, Leo.

– Desde luego.

– A ti te gusta este trabajo. A mí no. A ti te gusta tumbarte en la hamaca de Bay, leyendo un libro, oliendo el guiso que Raejeanne está preparando en la cocina…