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– Podría haberte matado si no hubiera sido por mí.

Roy estaba manteniendo su protagonismo. Jack dijo:

– Me sorprendería que yo hubiera sabido hacer la o con un canuto antes de conocerte, Roy. Estás hablando de cuando estábamos en la granja. Déjame pensar… Aquella vez que estaba viendo la tele y llegaron aquellos cerdos y cambiaron el canal.

Vio que Roy asentía. Había sido una de las primeras noches en la prisión. Las luces se apagaban a las diez y media en el dormitorio, pero la televisión podía quedar encendida en la sala de las sillas plegables hasta las doce.

Aquel mismo día, justo antes de que a las seis abandonasen el trabajo y se fuera cada uno a donde fuese, el preso negro se le había acercado haciendo ruido de besos y diciendo:

– Eh, putón, me parece que tú eres mi tipo, desde luego.

Y repitió el sonido de besos y Jack le pegó en la fruncida boca, se dio media vuelta y le lanzó el golpe con todo el peso de su cuerpo. Cogió al individuo por sorpresa y le pegó tal como hacía cuando tenía quince o dieciséis años y peleaba a la orilla del río, aunque entonces era por diversión, no por librarse del acoso de un tipo cuando las luces se apagan. Había oído a unos con otros en la oscuridad, ¡Jesús!, y no podía creerlo. Inmediatamente después de golpear al tipo y de que le rodease una multitud, Roy se destacó y dijo:

– ¿Piensas pelearte con cualquiera que te quiera como compañero?

Jack tenía toda la adrenalina a mano y contestó:

– ¿Quieres comprobarlo?

– Me necesitas, Delaney -dijo Roy. Y sabía su nombre-. Ellos son setenta y uno y nosotros dieciocho. -Se refería a blancos y negros en el dormitorio-. Si no te importa formar parte de un matrimonio mixto diles que eres del círculo de Roy Hick. ¿Entiendes? Que eres amigo mío de la vida civil. Eso te librará de romperte las manos o de morir, una de dos.

Sentado a la mesa del jardín del hotel, Roy le dijo:

– Estabas viendo «Vidas de ricos y famosos», y aquellos tres cerdos aparecieron y cambiaron de canal para ver Bugs Bunny o cualquier otra gilipollez.

– «Vidas de ricos y famosos» el programa preferido de todos los ladrones, todavía no lo hacían. Estaba viendo una película, te diré cuál era, era The Big Bounce, una película horrible, pero salía Lee Grant y entonces yo estaba enamorado de ella. Esa mujer tiene una nariz maravillosa. Y aquellos cerdos vinieron y lo cambiaron por «Vacaciones en el mar», que yo no soportaba. Así que me levanté y lo volví a cambiar.

– Entonces llegué yo -dijo Roy-. ¿Y quién fue el que volvió a poner «Vacaciones en el mar»?

– El negro más grande que haya visto en mi vida, incluso contando cuando el Refrigerator jugaba con los bears en la Superbowl. ¿Pretendes decirme que Little One trabaja en este hotel?

– Es camarero -le explicó Roy-. Lo acabo de ver metiendo una mesa en el ascensor. Little One… Aquella noche volvió a cambiar el canal y tú no sabías qué hacer.

– ¿De qué estás hablando? Yo iba a cambiar en cuanto se sentara. Tú entraste, me miraste y dijiste: «¿Por qué estás viendo esta mierda?» Yo no la estaba viendo, yo estaba viendo la película.

– Te hubiera matado.

– Podía haberlo intentado.

– Le dije: «Little One, siéntate», ¿te acuerdas? Le dije: «Si no te portas bien, no te dejaré entrar en Dale Carneggie Club.» Joder, yo estaba en el comité ejecutivo y Little One lo sabía. Se moría de ganas por entrar en el club, porque ya sabes que le encantaba hablar. Pero no le dejaban porque era un mamón.

– Recuerdo que intentaste que me apuntara yo.

– Tendrías que haberlo hecho. El Dale Carneggie cambió la vida de Little One. Incluso le dejaron entrar en algunos grupos de Angola.

– ¿Le has hablado del recaudador de fondos?

– Claro que sí. Lo conoce. Dice que ese tipo está amontonando una cuenta increíble, pero que no da una jodida propina.

– Me pregunto cuándo volverá.

– El recepcionista piensa con el culo. Ese tío no ha salido. Está sentado ahí mismo, en el bar. -Roy asintió-. En aquella puerta de la esquina. El comedor y el bar.

Jack no se movió.

– ¿Ha dicho Little One que está allí?

– La última vez lo ha visto.

– ¿Me lo ibas a decir, o te lo ibas a guardar para ti?

– Te lo acabo de decir, ¿no? -Roy se recostó en la silla y siguió hablando-. Jack, si no nos divertimos, no vale la pena hacerlo. Pensaba que estábamos de acuerdo en eso.

Jack se sentía descentrado, tenso, pero pensaba que no se le notaba. Dio una chupada al cigarrillo, exhaló un fino chorro de humo y dijo:

– Lo olvidaba. Hagámoslo fácil.

– Como jugamos con los dos tipos del coche. Sin problemas.

– Está en el bar, ¿eh?

– Creo que no deberías meter la cabeza ahí dentro y dejar que te viese -dijo Roy-. No tendría mucha gracia, ¿verdad? Podríamos tomarnos otra copa y esperar a que salga. Es imposible que te reconozca, con esta mierda de luz. Aunque podrías poner tu silla un poco más atrás, detrás del árbol.

– Buena idea -dijo Jack.

Roy le sonrió:

– Sabía que te gustaría.

Tenían ya otras bebidas sobre la mesa cuando Jack vio que Roy levantaba la mirada, abriendo los ojos con expectación. Jack volvió la cabeza tanto como pudo mientras los pantalones negros y la chaquetilla blanca aparecían junto a él.

– Little One, ¿eres tú?

– Señor Delaney, es un placer volver a verle, pero será mejor que no nos demos la mano. Ese hombre está a punto de salir y yo no los conozco, señores, ni a ningún otro tipejo presidiario que venga por aquí -contestó Little One yendo hacia el vestíbulo.

– Debe de ser él -dijo Roy.

Jack miró por encima del hombro, y quedó sorprendido de ver a dos figuras: el clown y el augusto. El coronel llevaba el mismo traje marrón y la misma corbata negra, se movía con el mismo aire seguro, perezoso, y hablaba gesticulando mucho con las manos.

– El bajo -dijo Jack.

– Ya lo sé, pero ¿quién es el gringo?

Era un individuo de unos cincuenta años; llevaba traje oscuro y camisa de vestir, pero sin corbata, y gafas oscuras. Su fino cabello era trigueño. Little One les abrió la puerta, miró hacia atrás y les siguió al vestíbulo.

Hubo un momento de silencio en la mesa hasta que, en voz baja, Jack dijo:

– A lo mejor es un contribuyente, un petrolero.

– No -dijo Roy-. Es la ley. No podría decir de qué rama del gobierno, pero puedes apuntar que es un federal.

11

El martes por la mañana, Jack tuvo que recoger un cadáver en el hotel Dieu, una mujer de ochenta y cinco años que se había pasado el último mes de su vida en el hospital del hotel. La encontró ligera como una pluma cuando la puso en la camilla mortuoria. Cuando volvió a Mullen e Hijos, metió la camilla en el montacargas, apretó el botón y la vio elevarse por el agujero del techo hasta el segundo piso. Jack subió por las escaleras traseras, sacó la camilla del montacargas y la metió en la sala de preparación, donde Leo estaba llenando de Permaglo la máquina de embalsamar.

– Ha llamado un tipo que se llama Tommy Cullen. Le he dicho que habías salido.

– Luego quisiera hablar contigo. Me gustaría tomarme un descanso.

– ¿Cuánto tiempo, unos días, una semana?

– Pienso dejar esto.

Leo estaba poniendo el cadáver en la mesa de preparación. Alzó la vista desde su posición inclinada, con la vieja en brazos.

– ¿Qué estás diciendo? ¿Vas a dejarme?

– Leo, hay tíos jóvenes que se mueren de ganas de ser enterradores. Encontrarás ayuda, seguro.

– ¿Después de que te saqué de la cárcel?

– Me ayudaste, y te lo agradezco, pero no me sacaste, exactamente. Llevo tres años aquí, y sabes que nunca he planeado quedarme.

– ¿Qué vas a hacer?