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Estaban en el comedor de arriba, sentados cerca de la cristalera que daba al jardín de palmeras, al verde follaje iluminado por focos de luz. Dick Nichols dijo, dirigiéndose a sus invitados, el coronel y su silencioso amigo de Miami:

– Es como estar todo el año en Navidad, ¿eh?

– Feliz Navidad -dijo en castellano Dagoberto Godoy, con un tono seco, aparentemente no demasiado feliz-. Quisiera pasar las próximas Navidades en Managua, pero creo que no podrá ser.

Dick Nichols miró a Crispín Reyna, sentado frente a él, enmarcado por la cristalera, y le dijo, tratando de lograr que hablara:

– ¿Cómo es eso? ¿No les va bien a tus chicos?

El tipo de Miami se encogió de hombros, pero no abandonó su expresión fría ni dijo nada, lo cual podía significar que no lo sabía o que no le importaba una mierda. Así que Dick Nichols se volvió hacia el coroneclass="underline"

– ¿Qué problema tenéis, Dagaberta? Creía que teníais la guerra casi ganada.

– Habrás leído en los periódicos que tenemos diecisiete mil luchadores por la libertad -dijo Dagoberto-. Pero debemos de tener unos catorce mil. Los comunistas tienen setenta mil, más de los que están en la reserva, y todos los «chicos plásticos» de Managua, chicos que no trabajan, que no tienen nada que hacer y que pueden meterlos en el ejército cuando quieran. Y tienen helicópteros de combate, Mi-24 soviéticos. Necesitamos misiles tierra-aire, los SA-7, muchos. Pero sobre todo necesitamos algunos de esos monstruos voladores, los helicópteros.

– Eso ya son palabras mayores. -Alzó la vista y casi entabló contacto visual con una bella mujer de una mesa vecina, pero el camarero, al acercarse, se interpuso-. Eh, Robert, creo que tomaremos otros tres de lo mismo. Mira, sírvenoslos dobles y así te ahorras un viaje, ¿vale? ¿Qué te parece?

– ¿Chivas, señor Nichols?

– Claro, Robert. Oye, haz una cosa, ven por aquí cada doce minutos y medio a ver cómo vamos. -Inexpresivo, esperó a que Robert le mostrara su sonrisa de camarero arrogante-. ¿Te parece bien?

– Sí, señor Nichols, será un placer -contestó el camarero con una sonrisa apenas insinuada y sin mirar a los nicaragüenses.

Dick Nichols bebía whisky escocés con ellos porque le parecía que se lo agradecían. Solía beber whisky escocés o bourbon con los hombres de negocios, cerveza con los guías de pesca de Cajun, y whisky con cerveza cuando se sentaba con los perforadores de Morgan City. Era la mejor forma de enterarse de las cosas. Beber y sonreír, tirarles de la lengua y escuchar. Les dijo a Dagoberto y a su compañero de Miami, a quien se moría de ganas de llamar «Crispy», que conseguir el dinero para comprar un helicóptero ya era mucho, pero que luego tenías que mantenerlo, al muy hijo de puta.

– Una revisión del motor te cuesta ya ciento veinticinco mil dólares, o más. Diablos, si te meten una bala en el sistema de control de combustible, que es como el carburador, te vas a los cuarenta y cinco de los grandes para cambiarlo, y eso en un modelo de cuatro plazas.

Le dijo a Dagoberto que era hablar de muchos pavos si quería mantener una flotilla de helicópteros. ¿Iba a conseguir dinero suficiente para financiar una auténtica guerra o no?

– ¿Quieres que te diga lo que cuesta financiar una guerra? -contestó Dagoberto-. Pagar veintitrés dólares al mes a cada luchador por la libertad antes de poder comprar una sola bala… Un amigo tuyo bien situado, de riqueza inconmensurable, me da un cheque de cinco mil. Lo miro… ¿Sabes para qué servirá? Para comprar arroz para unas cuantas semanas y tal vez veinte mil cartuchos de munición AK-47. ¿Quieres que te diga lo que es comprar armas a los israelíes? ¿Contratar un embarque hacia Honduras y tener que pagar a todos los intermediarios?

– No, si eso te va a deprimir, Dagaberta -dijo Dick Nichols. La mujer de la mesa vecina tenía una cara muy bella pero se concentraba en su comida y no parecía que pudiera sacársele mucho jugo; era del tipo de mujer que antes iría a una reunión de un club que se escaparía con un desconocido.

»Eh, ¿no podéis más? -dijo Nichols. Y contempló cómo se ocupaban de sus bebidas. Un par de machos bananeros-. Una vez tuve un geólogo que examinó un terreno y me dijo: “Señor Nichols, si es capaz de sacar petróleo de ese terreno, me lo beberé.” El miope hijo de puta no lo había examinado lo suficientemente a fondo -dirigió su mirada al coronel, que jugueteaba ociosamente con la cubertería de plata-. Pero nunca he forzado a nadie a beber algo que no quisiera.

Miró hacia el camarero y dijo:

– Robert, llegas a tiempo. -Esperó a que les sirviera y se fuese. Luego se volvió hacia el coronel-. Dagaberta, mi niña dice que te gusta matar a la gente. ¿Es eso cierto?

El coronel dejó de toquetear los cubiertos e intentó dirigirle una mirada tranquila y reposada a Dick Nichols.

– Tu hija veía la guerra desde el punto de vista de un civil. Naturalmente, no lo entendía. En una guerra, el propósito es matar enemigos.

– Dice que matabas mujeres y niños.

– ¿Acaso no lo hacíais vosotros cuando bombardeabais ciudades en vuestras guerras? Son cosas que pasan.

– No sabía que tu gente dispusiera de aviación.

– Quiero decir que es lo mismo. En la guerrilla se trata de disparar y correr, disparar y correr. Como no tenemos prisiones, no hacemos prisioneros. Pero no puedes dejarlos libres, ¿no? Si no, al día siguiente intentarán matarte ellos a ti.

– Hay muertes y hay crímenes a sangre fría, que no es lo mismo.

– Y hay asesinatos, separados de una y otra cosa por una fina línea en la guerra -dijo Dagoberto-. Mira, tu propio gobierno, la CIA, nos instruye en el uso selectivo de la violencia para neutralizar a nuestros enemigos. ¿Qué significa neutralizar? Tu propio presidente, Reagan, nos dice lo que significa: «Bueno, sólo tenéis que decirle al tipo que está sentado en el despacho que ya ha dejado de estarlo.» Qué bonito, ¿no? Él cree que es así de fácil. Me gustaría que tu presidente hubiera estado con nosotros en Ocotal. Vi a uno de los nuestros tan asustado que no podía moverse y se estaba cagando de miedo, pegado a la pared. Le dije: «Venga, hombre, vamos.» Pero no se movía, y había otros detrás, mirándonos. Cogí su revólver y vi que el cargador estaba lleno. «Hombre -le grité-, no has disparado ni un solo tiro.» Por el amor de Dios, ¿qué ejemplo estaba dando aquel hombre? Lo neutralicé con su propio revólver y neutralicé a varios enemigos hasta que arrancamos la bandera sandinista y la quemamos. Lo que quiero decir, es que lo único neutral es el revólver. No le importa a quién mata.

– ¿Cuántos años tenía el hombre al que disparaste?

– Los suficientes para morir por la libertad.

– ¿Qué libertad? Mi hija dice que en Nicaragua nos hemos equivocado de bando y que llevamos setenta y cinco años equivocándonos.

– El 21 de junio de 1979 -dijo Dagoberto-, un hombre de la Guardia Nacional mató en Managua a un periodista de la ABC y todo el jodido mundo lo vio filmado. Eso no tenía que haber pasado, pero pasó y por esa razón no les gustamos a algunos. El 9 de julio los sandinistas tomaron León, y el 16 de julio, el mismo día en que asaltaron la guarnición de Jinotepe, Estelí. Me encontré con un M-16 ante la cara, negándome a cerrar los ojos, mientras Somoza volaba a Miami con su familia y sus jefes y los ataúdes de su padre y su hermano. Nos abandonó a la muerte.

Dick Nichols vio que el nicaragüense miraba a su amigo de Miami.

– Del mismo modo que abandonó a la familia de Crispín a la muerte, en su cafetal, al llevarse a la Guardia Nacional. Anastasio Somoza Debayle, Jefe Supremo y Comandante de la Guardia Nacional, Inspirado e Ilustre Caudillo, Salvador de la República. ¿Quieres más títulos? ¿Qué opinas tú de ese hijo de puta que nos abandonó a la muerte?