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Jack contempló a Roy sentarse en silencio con una bebida, sin hacer comentarios, y recorrer la sala con la vista: guardaría sus observaciones para luego. Cullen se acomodó en una silla cubierta de almohadones, estiró las piernas sobre el diván que tenía enfrente y cogió un Vogue. Le había explicado a Jack que la criada se había ido. No, no por su culpa. Se había ido a Algiers a pasar el resto de la semana, a visitar a su hermana. Jack dejó su bebida y un jerez para Lucy en la mesilla de café y se sentó con ella en el sofá. Puso sus manos sobre las de ella y le preguntó si se encontraba bien. Ella asintió, fumando, encerrada en sí misma. Notaba que Roy estaba aguardando a tomar el mando, hacer preguntas y convertirse una vez más en el policía que interroga a los testigos.

– Sólo he mirado, eso es todo. No he llegado a entrar -dijo Jack.

– Pero eras el primero.

– Estaba allí, con la puerta abierta, y un camarero se me ha adelantado. Ha echado un vistazo y se ha dado la vuelta.

– ¿Te ha dicho algo?

– A mí no. Pero se acercaba gente, y he oído que decía: «No entren. Han matado a un hombre.»

– ¿Cómo sabía que Boylan estaba muerto si se ha dado la vuelta nada más entrar?

– Supongo que por la sangre.

– ¿Qué más ha dicho?

– No me he quedado para seguir oyéndole. Nos hemos ido.

– ¿Habéis hablado con alguien?

– Con nadie.

– ¿Te conoce el camarero?

– Creo que no, ése en particular no.

– Esperas que no.

– Te digo que nadie se ha interesado por mí.

Jack cogió su bebida. Necesitaría otra en un par de minutos. Roy se sentó frente a ellos, al otro lado de la mesilla de café. Frente a Lucy, sobre la mesilla, había unas páginas arrancadas de revistas nuevas, un cuaderno, un bolígrafo, varias cartas metidas en sus sobres y una copa de jerez intacta. Roy le preguntó:

– ¿Has oído los disparos?

Ella negó con la cabeza.

Jack le oyó decir que no casi en un susurro. Le dijo a Roy:

– Cuando he vuelto a la mesa la gente se estaba levantando, todo el mundo, mirando hacia la entrada. Nos hemos levantado y hemos salido. Nadie se ha fijado en nosotros.

– ¿Podrías identificar al tipo, al nicaragüense, en un reconocimiento?

– Ya te he dicho quién era, Franklin de Dios, el indio que parece negro.

– A lo que voy -dijo Roy- es a que él también podría identificarte, ¿no? ¿Estabas bastante cerca?

– Claro que podría identificarme. Por Dios, me conoce. Estuvimos hablando en la funeraria. Le pregunté para qué llevaba la pistola. Bueno, ahora ya lo sé. Dijo que por si tenía que usarla, y no bromeaba. A ti te conocería, Roy, de la otra noche, por la forma en que lo sacaste del coche. Tío, lo que yo digo, ese tipo… Salió del lavabo, y en cuanto me vio hizo un ademán como si fuera a meter la mano dentro de la chaqueta. Nos quedamos allí… ¿Sabes lo que dijo? Dijo: «¿Qué tal?»

Cullen apartó la vista de la revista.

– ¿Eso dijo el tipo? ¡No jodas!

– Luego se fue. Para cuando salimos, ya se había ido. Tampoco es que lo buscásemos mucho.

– Entró para cargarse a Boylan, o sea que antes os debió de ver a los tres en la mesa -dijo Roy-. ¿Habéis pensado que si Boylan no llega a ir al lavabo el tipo podría haberle atacado en la mesa? Quiero saber si creéis que deberíais denunciarle. Para protegeros. Pero si os convertís en los testigos principales, nuestro negocio se va a pique. ¿Lo entendéis? Si los de Homicidios se meten en esto, también la meterán a ella. -Roy miraba a Lucy. Como ésta no dijo nada, le preguntó directamente-: ¿Crees que tendrías que ir a la policía?

– No -contestó Lucy.

– ¿A pesar de que conocías a Boylan? ¿A pesar de que conoces al indio negro y el indio negro te conoce a ti?

Lucy encendió otro cigarrillo. Le miró y negó con la cabeza.

Roy le devolvió la mirada y Jack preguntó:

– Roy, ¿qué estás haciendo?

– No te preocupes de lo que haga yo -dijo Roy-. Preocúpate de lo que haga el indio. ¿Habrá huido? No lo creo. Puedes denunciar que estaba allí, pero no con una pistola humeante. El indio podría decir que entró, que advirtió que Boylan estaba muerto, que un tipo salió corriendo y que sólo lo vio él. Bueno, se han cargado a Boylan porque sabían quién era y qué buscaba. No saben que tú también lo buscas. Pero te estás entrometiendo en su camino y podría ser que quisieran sacarte de en medio. ¿Entiendes? Y ahora me gustaría saber si eso le crea algún problema a ella. Si es así, ya podemos olvidarnos de todo esto.

– ¿Quieres saber si tengo algún problema? -dijo Lucy.

Sonó el teléfono. Uno que Lucy había traído y conectado a un empalme de la pared del fondo de la habitación, lejos de donde estaban sentados. Se levantó y rodeó el sofá.

Jack se acercó más a la mesilla de café, mirando a Roy. Esperó a que el teléfono dejara de sonar para estar seguro de que Lucy lo había cogido.

– Roy… Cuando he vuelto a la mesa para llevármela… Cully, escucha esto. Le he dicho: «Tenemos que irnos.» Eso es todo. Ella no ha dicho ni una palabra. Todo el mundo miraba hacia el lavabo y preguntaba qué había pasado. Ella se ha levantado, sin decir ni una palabra hasta que estábamos fuera, de hecho ya estábamos andando por la calle Chartres hacia el Canal cuando se lo he explicado. Ha preguntado: «¿Quién ha sido?» Y después de eso no ha vuelto a abrir la boca hasta que hemos llegado al coche. ¿Quieres saber si es capaz de desenvolverse? Roy, ha visto más muertos y asesinatos que tú… Gente de su hospital asesinada a machetazos, gente a la que ella misma cuidaba…

Vio que Roy alzaba la vista. Lucy llegó hasta el sofá y se volvió a sentar.

– Era mi madre. No puede decidir entre un Claude Montana o un De la Renta. Le he dicho: «Vaya problema, mamá. Déjame que lo piense y ya te llamaré.»

Jack mantuvo la vista fija en Roy. ¿Te das cuenta, te enteras? ¿Lo ves? Notaba que Roy quería decir algo, mantenerse al mando, que no quería que le superase una chica que había sido monja. Roy tomó un largo trago de su bebida, agitó el hielo y volvió a beber, tomándose tiempo. Jack se dirigió a Lucy:

– Parece que todo el mundo tiene problemas, ¿eh? -Y volvió a mirar a Roy-. ¿Y tú?

– ¿Quieres decir además de cómo vamos a organizar esto? ¿Además de que ellos saben quién eres, pero que yo aún no sé quiénes son ellos, ni de qué lado estamos nosotros?

Lucy se inclinó sobre la mesilla de café y empezó a revisar sus papeles y carpetas, mientras Cullen decía:

– Roy, al dinero no le importa de que lado está. ¿Quieres saber cuánto dinero tiene ya el coronel?

Lucy le pasó a Roy las páginas arrancadas.

– Lee la cita del estratega militar de los contras, Enrique Bermúdez. «Hemos aprendido dolorosamente que los chicos buenos no ganan las guerras.» Alfonso Robelo, otro de sus líderes, dice: «Bueno, en todas las guerras civiles ocurren atrocidades.» Mira esa foto en que hay un hombre dentro de una fosa, vivo, con los ojos abiertos, mientras uno de la contra le pasa el cuchillo por la garganta. Mírala.

Abrió una de las cartas.

– Es de una hermana que trabajaba conmigo en Nicaragua. Escucha esto. -Sus ojos se movieron por la página-: «Los contras asaltaron un camión con treinta personas que iban a recoger café. Los que no murieron por las explosiones de las granadas fueron tiroteados o quemados vivos en el camión. Incluso un niño y cuatro mujeres… Y aún tenemos que dar gracias porque luchan por la democracia, contra los comunistas antirreligiosos… Matan a los cosechadores de café, a los trabajadores de las líneas telefónicas, a los granjeros de las cooperativas. ¿Quién les paga? El dinero sale de nuestro gobierno. Ahora he oído que son compañías privadas de Estados Unidos. Hay tanta muerte… No había visto tanta muerte en mi vida.» -Lucy siguió leyendo en silencio. Cuando acabó la página, se dirigió de nuevo a Roy-: ¿Quieres oír más? Concepción Sánchez estaba embarazada de cuatro meses. Le pusieron una pistola en la boca y dispararon. Luego usaron una bayoneta para abrirle el vientre. A Paco Sevilla lo torturaron delante de su mujer y sus siete hijos. Le cortaron las orejas y la lengua y se las hicieron comer. Luego le cortaron el pene y finalmente lo mataron… ¿Más?