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– Mañana -dijo Jack.

La idea no le gustaba ni una pizca.

– Lo que no entiendo -dijo Cullen- es que estemos aquí sentados trazando un plan… Es la primera vez que lo he hecho sin que nadie haga la gran pregunta, la más importante de todas.

– ¿La de cuánto será el botín?

– Hombre, por fin. -Cullen le sonrió-. De momento, te diré que tal como van las cosas ese individuo nunca conseguirá los cinco millones.

– Nunca esperé que los consiguiera -dijo Roy.

– Ni siquiera se acercará -dijo Cullen-. Hasta el momento sólo tiene dos millones doscientos.

Hubo un instante de silencio hasta que Roy dijo:

– ¿Y qué hay de malo en eso?

– Nada -dijo Jack. Y miró a Lucy. Ella no dijo nada.

Metió la mano bajo la pantalla de la lámpara para apagarla, pero entonces se detuvo y miró a Jack, que estaba en el sofá.

– Será mejor que espere a que vuelvan.

– Si quieres irte arriba, yo les abriré.

Roy y Cullen habían ido a buscar algo de comer, Cullen tenía verdadera obsesión por las gambas hervidas, después de veintisiete años de pescado congelado. Encontrarían algo abierto en el Magazine, y al volver controlarían la calle, darían un paseo por los alrededores. Había sido idea de Roy. Dijo que sería mejor que se quedasen los tres. Había que vigilar si los nicaragüenses y el indio negro serpenteaban por allí durante la noche.

– No sabrás dónde dormir.

– Puedo tumbarme aquí mismo, se está bien.

– Hay siete dormitorios arriba, sin contar las habitaciones del servicio -dijo Lucy-. A mi madre ni se le ocurre mudarse. Tiene una mujer para la limpieza que viene cada día, y un jardinero dos veces por semana. Le pregunté a Dolores qué hacía todo el día. Me dijo: «Principalmente, cuidar de la casa.» Le pregunté qué hacía mi madre y me contestó: «Se arregla para salir.»

La vio coger su vaso y acercarse al bar, esbelta en sus vaqueros y su suéter negro. Una Lucy distinta. ¿Pero en qué? Había algo en sus ojos. O faltaba algo en sus ojos.

– ¿Cómo está tu bebida?

– Ya he tomado bastante -dijo Jack-. Gracias.

Ella se sirvió jerez.

– ¿Te has fijado en las fotografías de carnaval de la entrada? Es mi madre.

– Parece increíblemente joven para ser tu madre.

– Las máscaras no cambian tanto. -Lucy se volvió con su jerez en la mano-. Esas fotos son de hace unos treinta años. Mamá fue la Reina de Como y no lo ha superado. Se arregla y sale para que la vean. Mi padre gana dinero y se rodea de posesiones. Tiene prisionero a un roble de quinientos mil dólares. En otro tiempo poseyó a mi madre.

La nueva Lucy estaba apoyada en el mueble bar, en una posición que resaltaba sus caderas, enfundadas en los vaqueros. Podía preguntarle cómo los había comprado…

– Ven, siéntate y dime qué te pasa.

Ella lo hizo sin prisa. Se sentó en el borde del sofá, bebió un poco de su jerez y dejó el vaso en la mesilla antes de acomodarse. Estaba cerca, pero desviaba la mirada. No importaba, así podía contemplar su perfil, la nariz y las largas pestañas, aquel labio inferior que le gustaría morder, y seguir preguntándose si alguna vez se había acostado con un hombre… No llevaba los labios pintados, aquella noche no llevaba nada de maquillaje.

– No me gusta tu amigo Roy.

– ¿Es eso lo que te preocupa?

– No, tanto da. Pero me extraña que pueda ser amigo tuyo.

– No sé… Supongo que no es una persona muy agradable. -Jack se interrumpió. ¡Agradable!-. Parece salido de la edad de piedra. Es difícil de tratar, es de mente estrecha, tiene un carácter fatal… No sé, ahora que lo dices…

– Cuando hablas de él, parece como si estuvieras orgulloso de él.

– No, creo que más que nada es fascinación. ¿Sabes?, él es como es. Tampoco nos vemos tanto.

– Pero te gusta.

– Yo no diría tanto como que me gusta. Lo acepto. ¿No es eso lo que hay que hacer?

Ella se volvió para mirarle.

– No pretendo excusarle -dijo Jack-. Y tampoco le critico. No me atrevería.

– Pero confías en él -dijo Lucy.

– Si Roy dice que va a hacer algo -dijo Jack al cabo de un rato-, puedes apostar todo tu dinero a que lo hará. Es el tipo de persona que conviene tener como amigo. Tanto si te gusta como si no.

– Porque hay tipos de la misma calaña en el otro bando. No hay ninguna diferencia, ¿verdad?

Jack posó la mano sobre su brazo y apretó hasta sentir la carne y el hueso bajo la suave lana. Dijo:

– Soy un ex presidiario, ya lo sabes. Roy es un ex presidiario que había sido policía. Es un tipo vulgar y miserable, pero me mantuvo intacto durante tres años. Cullen es un individuo que solía robar bancos. ¿Y tú qué eres? En este preciso momento, ¿qué eres?

Ella le estaba mirando y no apartó los ojos, pero tampoco contestó.

– ¿Has cambiado ya de piel?

Sin apresurarse, se acercó, cerró los ojos al besarla y ella le retuvo, moviendo la boca para acoplarla a la suya. Vio sus ojos entre las pestañas oscuras; los vio abrirse y vio sus labios ligeramente separados.

– Ya no eres una monja.

– No. -Volvió a besarla del mismo modo, suavemente, con ternura.

– Te has convertido en otra cosa.

– Una nueva identidad -dijo ella.

Y pareció que casi sonreía, sin dejar de mirarle. Luego le tocó, posó su mano en su pierna para levantarse. Dijo:

– Quiero enseñarte una cosa.

Y salió de la habitación.

Era distinta… o tal vez volvía a ser la de antes. Porque en aquel momento, al pensarlo, le recordaba más a la que él veía como hermana Lucy, la del domingo en el coche fúnebre, la que le contaba lo de Nicaragua, metiéndose a fondo para que él pudiera sentirlo. O la de aquella otra noche, cuando se dio cuenta de que ella le estaba atrapando y le gustó -incluso le encantó-, y dijo: «Te preguntas si yo podría ayudarte.» Y ella le había mirado con aquellos ojos tranquilos y había contestado: «Se me había ocurrido.» Volvía a ser la misma Lucy. Metida a fondo en algo, sintiéndolo. Pero no lograba que él también lo sintiera. En esa ocasión, no.

«Tal vez seas tú el que está distinto -pensó-. El que está cambiando. Y ella es la misma chica que se fue de casa para cuidar a los leprosos.»

Decidió que podía tomarse otro vodka, uno más, y estar así preparado para lo que fuese. Pero entonces la oyó detrás de él, se volvió, y la vio bajo la luz de la lámpara, sosteniendo algo en la mano, apoyado en la pierna. Se agachó casi delante de él, mirándole, y dejó un revólver plateado encima de la mesita de café.

– Ya formo parte de esto -dijo.

Él guardó silencio, mirando el arma. Tenía que ser de su padre. Un treinta y ocho con cañón de dos pulgadas. Se preguntó si estaría cargada. Miró a Lucy.

Ella le miraba.

– Aprendí algo de Jerry Boylan -dijo ella-. O algo suyo se me pegó. No fue algo que dijera, sino el hombre en sí, lo que era y la forma en que murió.

– ¿Te caía bien?

– Sí, me caía bien.

– ¿Te fiabas de él?

– No, pero eso forma parte de lo que digo. ¿Para qué iba a querer ayudarnos? Tenía su propia causa, eso es lo que aprendí de él. Hay que tomar partido, Jack. No puede uno quedarse fuera y entrar cuando le convenga. Hay que comprometerse. Tú y yo hablamos de lo que éramos, ¿te acuerdas? En el restaurante. Mientras asesinaban a Jerry Boylan por lo que era.

– ¿Quieres saber por qué murió? -dijo Jack-. Porque no miró hacia atrás. Eso es lo que tenía Jerry Boylan, que era despistado.

– Pero estaba allí porque creía en algo. Y no era sólo por el dinero.

– ¿Qué nos dijo? Que si no hiciera eso, estaría recogiendo basura. Y si yo no estuviera aquí estaría recogiendo cadáveres. Tú estarías dándoles medicinas a los leprosos y Roy estaría preparando bebidas para los turistas. Pero, si no estamos en esto por el botín, ¿entonces qué somos? ¿Tú cómo nos ves?