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Preguntarle en qué bando estaba.

Siguió al Mercedes a lo largo de unos diez kilómetros. Cuando la carretera se convirtió en calle principal, Vigesimoquinta avenida, de cuatro carriles y limitada al fondo por un edificio alto que se recortaba contra el cielo, Franklin de Dios se preguntó si estaba seguro en cuanto a los bandos se refería. Si estaba en el bando que a él le parecía, o en otro. Empezaba a tener la creciente sensación de estar solo.

19

En el rótulo vertical que había sobre la acera ponía Crom Well’s. Horizontalmente, cruzando la parte inferior, con letras mucho menores, se leía: «Ropa de hombre * Artículos deportivos * Artículos militares nuevos y usados.»

Mientras Jack y Cullen miraban, Alvin Cromwell les preguntó:

– Eh, colegas, ¿queréis buena ropa? ¿Necesitáis ropa de recambio? Decidme en qué puedo ayudaros.

Al dirigirse al fondo del almacén, Jack echó un vistazo a su alrededor. Parecían los únicos clientes. Por decir algo, preguntó si tenía ropa deportiva Hollandia, la que llevaba unos tulipanes pequeños en la etiqueta.

Alvin Cromwell se detuvo a pensar:

– Tengo de esas camisetas que llevan distintos animales. Voy a ver… -Llevaba barba y parecía un levantador de peso, con aquella camiseta negra con unas letras blancas que decían «Olvídese del perro. Preocúpese del dueño». Sin embargo, parecía buen tío-. Creo que no tengo nada con tulipanes -le dijo a Jack.

– Seguro que tienes armas, apuesto algo.

– ¿Sabéis algo de armas?

– Me juego algo -dijo Cullen- a que todavía puedo desmontar un M-1 en la oscuridad y volver a montarlo.

Fue una sorpresa para Jack, pero enseguida se encontró mirando las armas, ordenadas en hileras contra la pared de madera de pino de la trastienda: rifles, pistolas, y unas armas que parecían subfusiles, todos con una etiqueta roja.

Para llegar hasta allí, habían pasado por delante de unas estanterías metálicas que contenían equipos de camuflaje, chaquetas y pantalones. «¡En venta! Rebajado de $29.95 a $24.95.» Había chaquetas de vuelo de la USAF, chalecos de los rangers, «Bonitos y funcionales», camisetas de camuflaje para niños, sombreros de instructor de ala dura, gorras de ranger, de combate y de paseo, pistoleras, prismáticos, cantimploras, cuchillos y bayonetas con el filo dentado…

Al acercarse a los estantes de madera, Alvin Cromwell dijo:

– Si habéis estado en la guerra o sabéis algo de armas de asalto, esto tendría que emocionaros.

– Estuve con el Primero de Caballería en la gran guerra -dijo Cullen-, en la Segunda Guerra Mundial. El primer golpe en la historia del Primero fue cuando saltamos de nuestros caballos y tomamos una isla del Almirantazgo, Los Negros.

Jack le miró. Nunca había oído que Cullen hubiera estado en el ejército. En aquel momento, Alvin Cromwell le daba la mano a Cullen. Así que Jack dijo:

– Yo quería ir al Vietnam al precio que fuese, maldita sea, pero me declararon inútil.

Alvin Cromwell asintió, pero no le dio la mano. Preguntó:

– ¿Sois vosotros los dos colegas que estuvieron aquí ayer preguntando por mí?

– Pasamos por aquí -le dijo Jack-. Mi amigo perdió las llaves del coche. Hemos vuelto para ver si se las había dejado aquí.

– Los tipos de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego también se dejan cosas por aquí y vienen luego a buscarlas. Les explico que sólo vendo armas deportivas y de recreo, semiautomáticas como máximo.

– Si crees que somos agentes -dijo Jack-, saldremos ahora mismo a denunciarte por difamación. Sólo estamos mirando, eso es todo, y ni siquiera sabemos qué miramos.

– No hay nada malo en eso -dijo Alvin Cromwell-. A ver qué hay por aquí… De izquierda a derecha: ésa es la Ruber Mini-14, la Uzi, la Tech-9. Al lado, el H y el K 91. Para disparar el 672 de la OTAN, o un Winchester 308. ¿Habéis reconocido el Thompson? Se hizo famoso entre la gente de la Segunda Guerra Mundial, que pagaría con gusto por tenerlo. Al lado, el AR-15 Armalite de mano. Con un equipo de conversión se puede hacer de él un M-16, si se quiere. Os diré una cosa: en Vietnam duraba menos que una lata de cerveza. «Ya los tenemos» pensaba todo el mundo. «Ah, tío, aquí tengo mi automático de gas.» Pero ¿veis?, el gas se amontonaba en el orificio de salida y volvía hacia atrás y te jodía. O sea, que lo que teníamos que hacer era cargarnos a un vietnamita y apropiarnos de su AK-47, porque, tío, ésa sí que es un arma, sólo inferior a la FN-FAL de los belgas. No sé cómo saben hacerla tan bien, pero, mierda, es buena. Los ingleses la usan y cualquiera puede echarle las manos encima, como esos locos gilipollas del Líbano. Hemos conseguido algunas para los contras, pero no muchas.

– En Nicaragua -dijo Jack.

– Sí, mierda. Tío, necesitan toda la ayuda que se les pueda prestar. Si los contras no lo consiguen, tío, tendremos que ir nosotros allí abajo.

– ¿Tú crees?

– Yo ya he estado -dijo Alvin Cromwell-. Te diré lo que me hizo ir. Cuando pienso en el Vietnam, lloro de vergüenza de acordarme de cómo esos mamones nos sacaron de allí. Cuando volví, no sabía qué dirección tomar. Probé en el Klan, pero son una partida de tíos negativos, nada más. Nombras cualquier cosa, negros, judíos, católicos, y ellos están en contra. Les dije: «¿Sabéis cuál es el único diablo al que hay que detener en el mundo? El comunismo.» Odio a los comunistas, siempre los he odiado. Pero el odio no te sirve de nada si no puedes orientarlo. Fue a través de una convención de un club de propietarios de armas como me uní al CVP, el Civilian Volunteer Program, y encontré una nueva orientación para mi vida. Lo que hacemos es ayudar a los luchadores por la libertad allí abajo. Les llevamos suministros, alimentos y equipo, y los entrenamos tácticamente. En el Vietnam estuve de ametrallador en un Cobra… Nos dieron en el aire, en la ofensiva del Test, y me pasé seis meses en el hospital luchando por que mis piernas volvieran a funcionar. En cualquier caso, caí allá… Mira, me he gastado una cuarta parte de mi dinero enseñando a los indios misquitos a disparar una ametralladora M-60. Una mierda de arma, pero es lo único que tenemos. Me los llevé de Honduras a Nicaragua en lo que llamamos «ejercicios de aplicación práctica», ya me entendéis. Pero nunca digáis que os lo he contado. Del mismo modo que no he mencionado para nada a la CIA en este asunto, ¿verdad? Bien, pues en siete semanas con los misquitos perdí catorce kilos, comiendo judías y arroz, lo poco que tenían. Pero, tío, al volver a casa me sentía muy bien. Sé que la cosa se mueve y que nos va a costar ganar ahí abajo. Ya veis, es muy distinto de lo del Vietnam. Aquí los malos tienen las armas y los jodidos helicópteros.

– Estuviste con los indios -dijo Jack.

– Sí, señor, y me di cuenta de que ya no tengo veintiún años. Esos tipos lo están pasando mal, con lo que les hacen los sandinistas.

– ¿No son una gente algo rara?

– Son buena gente. Están allí desde antes de Colón y hasta que llegaron los sandinistas y los jodieron, sólo se metían en sus cosas. ¿Sabéis a quién me recuerdan los comunistas? A los del Klan, porque tampoco son capaces de ver más allá de su nariz. Pienso que son tan malos los unos como los otros.

– ¿Vas a volver?

Alvin Cromwell miró hacia la parte delantera de su vacía tienda.

– Mi mujer no quiere que vaya. Yo le dije: «Cariño, tengo mucho más que hacer allí que aquí.» Tengo dos señoras y un colega que trabajan para mí y ni siquiera los necesito. Ahora se han ido a comer y les he dicho que se estén todo el rato que quieran. Que luego se vayan a casa y echen una siesta. Mi padre siempre se iba a casa a echarse una siesta después de comer. Pero los tiempos cambian, ¿eh? -Volvió a mirar hacia la tienda y luego a Jack-: Te diré una cosa si no te vas de la boca. Tengo la oportunidad de ir este fin de semana y, mierda, la voy a aprovechar. Para hacer algo bueno en este mundo.