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»Supongo que querían llamar la atención. No aprendí nada de ellos. Conocí chicos y padres, pero no conocí hombres. ¿Entiendes lo que quiero decir? No pensé en ningún hombre como ser individual hasta que te conocí y empecé a observarte con Roy y Cullen. Nunca había estado tan cerca de hombres como para considerarlos individualmente como tales.

– ¿Me has estado observando?

– Sí… lo he hecho. Conoces a muchas mujeres, ¿verdad? Estoy segura de que siempre ha sido así. Aquella con la que fuiste a hablar en el restaurante… era Helene, ¿no?

– ¿Cómo lo sabías?

– Me habías dicho que era pelirroja.

– Sí, pero ahora lo lleva distinto de cuando solíamos vernos. Me refiero a su cabello. Se ha hecho la permanente.

– Me fijé en ella cuando entró, por su forma de mirarte… Le explicaste lo que estábamos haciendo, ¿no es así?

– Tenía que decirle algo, después de la ayuda que nos prestó.

– ¿Pasaste la noche con ella?

– De hecho… -dijo Jack-. Sí. Pero no hicimos nada. «¡Por Dios!» Se oyó a sí mismo y no lo podía creer. Dar esa sensación de culpabilidad, con todas las cosas que podría haber dicho.

– ¿Te fías de ella?

– Sí, claro, me fío de ella. Si no, no se lo hubiera dicho.

– ¿Querías saber su opinión? ¿Era por eso?

– Bueno, tal vez. No lo sé.

– ¿Quieres salirte de esto? Puedes. Sólo tienes que hacerlo. Desde luego, no me debes nada.

– Estoy aquí. -Ella esperó, mirándole.

– ¿Sí? -Él posó sus manos sobre la curva de los hombros de ella y besó sus labios, tiernos y ligeramente separados.

– ¿Seguro que estás aquí? -insistió ella.

Esperó, y él volvió a besarla, porque quería hacerlo, mirando su cara delicada, que resaltaba en la oscuridad de la habitación, y porque no sabía qué decir.

– ¿Qué significa esto?

– Lo analizas todo.

– ¿Quieres acostarte conmigo? ¿Quieres hacer el amor conmigo?

– Un momento. ¿Quieres decir que si lo he pensado? ¿O me estás diciendo que lo hagamos?

– Siempre he pensado -dijo Lucy- que había que tomárselo muy en serio. Que había que ser arrastrado por el deseo.

– Ya, a veces pasa. El caso es que… verás, antes tienes que gustarte a ti misma. Si te gustas, entonces lo tienes todo. No hace falta ser serio, puede resultar muy divertido.

– Nunca he hecho el amor.

– ¿De veras? -preguntó él. Y quiso retirarlo; no quería parecer sorprendido-. Bueno, no, tampoco pensaba que lo hubieras hecho. Con tu voto de castidad, claro que no.

– Realmente, nunca pensé mucho en eso.

– No, te mantenías pura… ¿Pero has estado pensando en ello últimamente?

– ¿Sabes cuándo fue la primera vez?

– Dímelo.

– La otra noche, en el dormitorio, cuando me senté en el borde de tu cama. Luego estuve pensando y me pregunté si había ido a verte por eso, porque quería que pasara.

– Pensé que sólo querías hablar.

– Y así era. Pero cuando estaba allí sentada me sentí muy consciente de que estábamos solos en una habitación oscura. Me di cuenta de que así era como se llegaba a la intimidad. Era el principio, y la sensación me agradó mucho. Quería que me tocaras, pero estaba muerta de miedo.

– Bueno, escucha…

– Aprendí algo de mí misma que antes no conocía.

– Vaya, has salido de las monjas, pero volando.

Ella le sonreía de nuevo. Dijo:

– Nunca te olvidaré, Jack. Me lo recuerdas tanto…

Sabía a quién se refería. El otro día, cuando lo dijo por primera vez, no. Pero en esta ocasión… le bastaba con ver su cara, su sonrisa, para sentir escalofríos en la nuca.

– Antes de que se quitara la ropa y le llamaran pazzo y le tirasen piedras -dijo ella-. Francisco de Asís. Seguro que era igual que tú.

Roy llamó a las diez menos cinco. Lucy habló con él durante un minuto y luego le pasó el teléfono a Jack, con una mirada de recelo, diciendo:

– Está en el hotel.

Y siguió mirándole cuando él cogió el auricular.

– ¿Roy?

– Oye, estoy casi enfrente de la habitación del tipo, al otro lado del patio. Estoy sentado en la oscuridad dejando una rendija entre la puerta y el marco, mirando hacia el ascensor. Casi puedo ver la 501. Han metido el coche en el garaje y han subido cinco sacas de banco a la habitación, y no han salido desde entonces. Little One ha entrado y salido varias veces, y dice que se han bebido tres botellas de champaña y que ahora le dan al coñac y se han puesto a hablar de tías. Si pudieras hacer que, ¿cómo se llama?, Helene, les hiciera salir un par de minutos, lo tendríamos todo hecho.

– No, de ninguna manera.

– Que llame desnuda a la puerta; cuando abran viene corriendo hasta aquí, y los cogemos.

– Ella no está metida en esto.

Vio que Lucy le estaba mirando y oyó que Roy le decía:

– Bueno, mierda, todo el mundo está metido en esto menos ella, y resulta que ha hecho más que muchos.

Permanecían en la galería. Cullen, al otro lado de la habitación, estaba sentado en su sillón favorito, mirándole por encima de la revista.

– Jack, ¿es Roy?

Jack asintió y, mientras Cullen decía «Quiero hablar con él», siguió hablando por el teléfono:

– ¿Y el indio?

– Ha estado un rato abajo, pero ahora debe de haberse llevado el Chrysler. La última vez que he mirado ya no estaba.

– Nos ha seguido a Gulfport.

– ¿Sí? ¿Y qué ha pasado?

– Nada, le he despistado.

– Bueno, ¿qué habéis averiguado?

– Alvin Cromwell tiene preparado un barco bananero. Cree que irá con ellos mañana.

– Vaya, os ha ido bien, ¿eh?

– Así que esta noche no saldrán… Roy, ¿has bebido?

– Unas copas. ¿Cómo lo sabes?

– Porque todavía no has insultado a nadie.

– Bueno, escucha. Si no te gusta mi primera idea, tengo otra. Cuando entre Little One a llevarles algo o a recoger, entramos con él. Mierda, detrás de Little One cabríamos los cuatro.

– Roy, un vez entré en la suite presidencial de un hotel. Había seguido a una pareja durante cinco noches y estaban cargados: la mujer llevaba un conjunto de joyas distinto cada vez que la veía. Se anunciaba a sí misma. Miradme, qué rica soy. Entré en su habitación, y ¿sabes qué encontré?

– Quieres decir algo -dijo Roy-, pero todavía no veo por dónde vas.

– No encontré nada. Ella había metido las joyas en la caja fuerte del hotel. Y él había encerrado también hasta el dinero suelto. La moraleja es: «Si parece demasiado bueno para ser cierto, es porque no lo es.»

– Jack, no se pueden meter cinco sacas de banco en una caja, ni siquiera en la del hotel.

– ¿Has mirado dentro de las sacas, Roy?

– De acuerdo, ¿dónde pueden haberlo metido?

– No lo sé; pero cuando lo hacen tan a las claras, montando el espectáculo con las sacas, ya sabes que no está en la habitación. Si entramos detrás de Little One y no encontramos nada, ¿qué? Se acabó. Nos largamos, los polis cogen a Little One, examinan su expediente, hacen un trato con él y volvemos a la granja. Llegaremos a tiempo para plantar soja.

– Quiero saber dónde podrían esconderlo -dijo Roy.

– Esperemos hasta mañana -dijo Jack-, y ya veremos. No utilices a Little One para nada, ¿de acuerdo? Está limpio y quiere seguir estándolo.

– ¡Qué aburrido eres! -dijo Roy-. Mierda. Escucha, envíame a Cullen para que me ayude y luego venís tú y Lucy, después de medianoche, con los dos coches. Así estaremos a punto en cuanto amanezca. Dile al tipo de la recepción que tenemos una fiesta aquí arriba, en el 509. Mierda, también podríamos tenerla.

En cuanto Jack colgó, Lucy dijo:

– ¿Soy yo la que no está metida en esto?