– ¿Tú crees?
– Le tratan fatal.
– No es mal tipo.
– Parece simpático.
– Sí, cuando se le conoce.
– Son todos bajitos, ¿verdad?
– Pero es duro, te lo aseguro.
– El traje le va demasiado grande.
– Si les falla algo, se las cargará él.
– Pobre tipo.
– Primero lo utilizan, y luego lo dejarán tirado.
– Pero tú no lo harás, ¿eh?
– Estoy intentando ayudarle.
– Eh, Jack…
– De verdad.
– Acaba de tirar de la cadena.
– Bien, me alegro de que sepa hacerlo.
– Chico, si alguien ha nacido para actor, eres tú.
– ¿Lo crees de verdad?
– Es una pena, tantos años perdidos.
– No me va mal.
Al volver, Franklin se paró y se quedó mirando su arma, sobre el sofá, antes de sentarse. Luego miró a Jack e insinuó una sonrisa. Jack se levantó y le sirvió otro vodka.
– ¿Estás contento, Franklin?
– Me siento bien.
– Mañana, de vuelta a casa, ¿eh?
Jack supo que el vodka estaba empezando a funcionar por la forma en que Franklin le sonrió.
– Déjame que te pregunte una cosa, Franklin. ¿Entiendes de qué va la guerra, allí en Nicaragua?
– Claro, luchamos contra los sandinistas.
– Ya. ¿Pero tenéis motivos para ello?
– Son gente de la peor calaña -dijo Franklin-. Queman nuestras casas, nos roban la tierra, matan a nuestra gente y nos hacen vivir donde no queremos.
– ¡Oh! -exclamó Jack.
Hubo un momento de silencio y Franklin siguió mirándole.
– Déjame que te haga otra pregunta -le dijo Jack-. ¿Crees que el coronel va a coger mañana el bananero, con esas sacas llenas de millones?
Le cogió con el vaso levantado, a punto de beber.
– ¿Y con su Mercedes nuevo de color crema? ¿Tú crees que es posible?
Franklin siguió mirándole, pero no contestó.
– Si no puede meter el coche en el barco, ¿crees que lo llevará por carretera hasta Nicaragua? Le ha costado sesenta y cinco mil dólares. No lo va a dejar aquí. Mierda, si lo compró ayer.
– Creía que a lo mejor era de Crispín.
– Eso creías, ¿eh? ¿Y entonces por qué está a nombre del coronel? Lo compró él, Franklin, y eso significa que es suyo… ¿Qué ha dicho Wally de eso?
– Wally sólo ha dicho que le llame si me dejan aquí.
Jack tuvo que pensar sobre eso.
– Tómate una copa y te contaré otra cosa.
Vio que Franklin se tragaba la mitad del vodka, gesticulaba, abría y cerraba los ojos y se pasaba la mano por la boca.
– Wally se interesa personalmente por ti, y me alegro de saberlo -dijo Jack-. Eres un buen tipo, Franklin. No queremos verte metido en ningún lío. Pero creo que será mejor que no esperes.
Franklin se aclaró la garganta y preguntó:
– ¿Que me vaya?
Jack se mordió el labio inferior.
– Maldita sea, me gustaría poderte explicar exactamente cómo trabajo. Supongo que te confundirás, con todas las entradas y salidas que tiene esta especie de juego. ¡Uf, hasta yo me confundo a veces! -Miró de reojo a Helene, su audiencia, que le observaba con la boca ligeramente abierta, sin mover ni un músculo.
Jack volvió a morderse el labio inferior-. Franklin, si te digo algo que no debería, ¿me prometes que no se lo repetirás a nadie, ni siquiera a Wally?… Me has de dar tu palabra de honor.
Franklin asintió.
– Dilo.
– Sí, lo prometo.
– Por tu honor.
– Sí, por mi honor.
– Vale. Primero, ¿sabes dónde está el dinero?
– A lo mejor está en la habitación del hotel.
– ¿Tú crees?
– A lo mejor.
– ¿En qué otro sitio podría estar? Estaba pensando que a lo mejor está en el coche, pero eso no sería tan seguro como tenerlo en la habitación, ¿verdad?
Franklin no contestó. Pareció encoger los hombros y Jack no estaba seguro de que le gustara la forma en que le miraba ahora.
– Tanto da. Éste es el trato, Franklin. Parece que el coronel y su compinche se van a largar a Miami con la pasta. Creemos que será mañana. -Jack le dirigió una pequeña sonrisa-. Tú también lo sospechabas, ¿eh? ¿Hablaste con Wally de esa posibilidad? Pero estoy seguro de que él no te dijo lo que les va a pasar a ese par de gilipollas, ¿no? Comprenderás que no te puedo dar detalles, Franklin, porque son confidenciales. Pero sí te diré algo. Si no quieres pasarte el resto de tu vida en la cárcel, condenado por un delito serio, tendrás que hacerme otra promesa ahora mismo. ¿Lo harás, por tu propio bien?
Pareció que Franklin iba a asentir, estaba a punto de hacerlo, pero esperó.
– Una vez visité una prisión estatal y te puedo decir que no son muy divertidas -dijo Jack-. Sólo te pido que me prometas que mañana por la mañana subirás a ese bananero y te irás directamente a casa a ver a tu familia.
Esta vez asintió.
– ¿No te parece bien? Librarte de este follón y volver a casa… Hombre, claro que está bien. Te deseo buen viaje, Franklin.
Seguía asintiendo.
– Y que Dios te bendiga.
Jack mantuvo su mirada reverente en el indio misquito. No se atrevió a mirar a Helene.
24
Roy abrió la puerta, desnudo hasta la cintura, mostrándole a Lucy el vello que cubría su pecho. Trazó un pequeño círculo sobre él con la mano mientras hablaba:
– Bueno, parece que va en serio, ¿eh? -Miró hacia detrás de ella, hacia la habitación de los nicaragüenses-. ¿Has oído algo al salir del ascensor? ¿Alguna mujer que gritara pidiendo ayuda?
– Música -dijo Lucy-. Nada más.
– Entonces siguen de fiesta. Hace un rato que se les han unido un par de mujeres de la calle.
Al entrar con él en la 509, Lucy comentó:
– Pensaba que dejabas la puerta abierta para poder vigilar.
– Para lo que hay que ver… No irán a ninguna parte. Vaya, pero da que pensar. Ese par de payasos, sentados encima de dos millones de pavos. Pero son típicos, ¿sabes? La mayoría de los delincuentes apenas podrían rellenar una nota para el empleado del banco. Incluso los que parecen más inteligentes se vuelven estúpidos en la desesperación. Como esos dos. No me extrañaría que les estuvieran contando su asunto a las putas; que estuvieran vanagloriándose. Sigo creyendo que tenemos una buena oportunidad en la habitación. Joder, si estuviese mínimamente seguro, podríamos entrar tú y yo y acabar con esto.
Se metió en el cuarto de baño.
Lucy miró la cama de matrimonio, hecha pero arrugada, con las almohadas fuera de su sitio, y trozos de periódico y una camisa de punto negra tirados encima de la colcha. Se sentía en alerta por estar sola con Roy; lo notaba, y se notaba también tensa mientras esperaba allí de pie, con sus sandalias, su chaqueta de lino y un bolso colgado del hombro.
Roy estaba de cara al lavabo con un bote de talco, con la puerta abierta. Lucy le vio frotarse las manos y levantarlas luego para acariciarse el mentón y el cuello mientras se miraba en el espejo.
– Creía que Cullen estaba aquí.
– Ha salido.
– ¿Puedo preguntar adónde ha ido?
– Puedes -dijo Roy-. Pero podría ser que lo que está haciendo no te pareciese bien, y no quiero chivarme. Odio a los chivatos aunque tienen su utilidad.
– ¿Se lo has arreglado?
– No se te escapa nada, ¿eh? -Roy la miró desde el cuarto de baño-. ¿No iba a venir Jack contigo?
– Ahora vendrá. Se ha ido a cambiar.
– Todo el mundo se prepara para la acción -dijo Roy, mientras se frotaba el talco por el cuerpo, por debajo de los brazos, y salía del cuarto de baño-. No te habrás olvidado la pistola, ¿no?
Lucy miró su pecho, gris por el polvo, mientras él se acercaba.
– La llevo en el bolso.