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– Déjame echarle un vistazo.

Sacó la treinta y ocho enfundada en una pistolera de piel, rodeada por los cordones.

– Ten cuidado, está cargada.

– ¿O sea que no es sólo para asustar? -Cogió la pistolera, sopesándola, y siguió-: Oh, Dios mío, si es una pistolera de hombro, como la de los polis de la tele. ¿De dónde diablos has sacado esto?

– Es de mi padre -contestó Lucy-. Tengo que llevarla en algún sitio, ¿no?

De nuevo se sintió tensa ante la sonrisa de Roy, que estaba soltando los cordones.

– Sí, es lo que usan los polis de la tele, para que se sepa que son polis y no agentes de seguros. ¿Te la has probado? Es la cosa más incómoda que puedas llevar. -Sacó la Smith & Wesson plateada, abrió la recámara y la volvió a poner en su sitio de un golpe-. ¿La has disparado alguna vez?

– Sé cómo funciona.

– Eso no es lo que te he preguntado.

– Mi padre me enseñó a dispararla.

– ¿Cuánto hace de eso? Tuvo que ser antes de meterte monja.

– Cuando iba a la universidad.

– Cuando eras una niña. ¿Y desde entonces nada? Uf, tía, esto es demasiado, de verdad. Estoy ansioso por saber qué llevará Jack. Tú apareces con tu nueva colección de primavera y una pistolera. Vete a saber lo que es capaz de traer Jack. Botas de combate y ropa interior antibalas, y la cara pintada de negro. ¿Habéis estado todos viendo la tele? Y mientras tanto, Cully estará refrescando sus cenizas y le tendrá sin cuidado que consigamos el botín o no.

Roy tiró la pistola y la pistolera sobre la cama, cogió la camisa negra de punto y se la enfundó por la cabeza, bajándola hasta la cintura, ceñida. Luego sacó pecho, se soltó el botón de los pantalones y bajó la cremallera.

– Perdona -dijo-, pero si no miras no te enseñaré nada.

– Roy -contestó ella-, a veces te sobrevaloras demasiado.

– Ya he podido ver que en dos días has tenido bastante conmigo. Cuando me dejé convencer para entrar en esto… no sé, debía de estar en malas condiciones. Viene Jack y me dice: «En tu vida has visto nada como esto.» Y eso se lo concedo: nadie ha visto nada como esto. Pero en el fondo sabes que no tendrías la menor posibilidad de detener a esos tipos si yo os dejara. Igual que sabes que no vas a disparar a matar con ese revólver, porque disparar contra una diana y disparar contra un ser humano son cosas muy distintas. Eso es otra cosa que tendrás que dejar en mis manos. No me imagino a Jack ni a Cullen haciéndolo. Dudo que ninguno de ellos tenga suficiente estómago. Jack es rápido con las manos, te podría robar algo sin que te dieras ni cuenta; pero nunca ha usado armas contra nadie, estoy seguro.

– ¿Y tú?

– ¿Que si alguna vez he disparado a alguien? Tuve que hacerlo dos veces, y ambos están muertos. Pero ¿tienes idea de lo que va a pasar mañana?

– No más que tú -contestó Lucy-. Sólo sé que lo vamos a conseguir.

– Si te tienes que tirar delante de su coche… -dijo Roy-. A ver, descríbemelo. Salen de su habitación mañana, van al garaje, se meten en el coche, supongamos, y se largan. ¿Y luego qué?

– Tienen dos coches -dijo Lucy-. Supongo que abandonarán el Chrysler.

– Supongamos que lo hacen.

– Se meten en el coche, se largan y nosotros les seguimos.

– ¿Qué pasa con el dinero, si no está en la habitación?

– Dijiste que ayer habían ido a cinco bancos y que volvieron directamente al hotel. Si sacaron el dinero tiene que estar en su habitación o en el coche.

– Si lo sacaron -dijo Roy-. Has estado pensando, ¿no? Pero yo les vigilé. Salieron de cada banco con una saca llena. Se notaba.

– O salieron con algo dentro de las sacas -dijo Lucy-, pero no necesariamente el dinero. ¿Y si lo de hoy fuera sólo un ensayo, para ver si es seguro? Si no pasa nada, mañana sacan el dinero y se ponen en camino.

– Eso suena muy bien. Has hecho algo más que rezar tus oraciones, ¿eh? De acuerdo, y entonces ¿qué? Estamos llegando a lo bueno. Les seguimos…

– Y esperamos una oportunidad.

– ¿Cómo la reconoceremos cuando llegue?

– En algún momento tendrán que detenerse.

– De acuerdo, paran en alguna zona de descanso para hacer pipí. O en una gasolinera. Nos pegamos a ellos. Nos ven. Lo siguiente que ves es que el indio negro sale del coche con su pistola. Sabemos que es su pistolero, ¿no? Entonces, ¿vas a dejar que el indio negro te dispare, o vas a esperar a que lo haga yo, sabiendo que si esperas demasiado la palmas? ¿O te vas a encontrar en la típica situación de disparo o no disparo, necesitando reflexionar? ¿Es una pistola lo que lleva en la mano? ¡Bang! No, era una linterna, pero hay un hombre muerto. Ésas son algunas de las preguntas que te has de hacer a ti misma.

Roy caminó hacia el armario, se echó unas monedas en la mano y cogió su monedero.

– ¿Vamos a ir hasta Miami en persecución de nuestro sueño? Porque, en ese caso, tendré que llevarme el traje de baño y algo de ropa de repuesto. ¿Y tú?

– Te gusta la idea -dijo Lucy.

Roy cogió una chaqueta de popelín que había en el respaldo de la silla.

– ¿Qué idea? Eso es lo único que me mantiene en este asunto, que como ni siquiera tenemos un plan, no podemos pensar que no saldrá bien, ni fijarnos en los inconvenientes. Nos vamos dejando llevar, eso es todo. Todavía estamos jugando. Uf, tía, ¿no es emocionante? Esto es algo serio. Hasta tenemos armas de verdad, cargadas con balas de verdad. -Se puso la chaqueta-. Me voy hasta la esquina a tomar algo, recoger unas cuantas cosas que podemos necesitar y ver cómo va Cullen… Ah, y déjame las llaves de tu coche. Me sentaré en él a vigilar el suyo, ya que hoy tengo que hacerlo todo yo. Mientras tanto, tú y Delaney decidid si sois capaces de mirarle a la cara al hombre y dispararle.

– Yo ya lo he decidido.

– Bueno, pues entonces piensa en él disparándote a ti. Si es que vale la pena. Para mí, no -dijo Roy-. Te diré una cosa: si en un momento dado me da por pensar que no tengo nada que ganar en este asunto, me largo. Desde luego, no estoy dispuesto a morir por un montón de leprosos a los que ni siquiera conozco.

Estaban en el apartamento de Darla, situado encima de una tienda de antigüedades de Conti.

– ¿Sabes lo que te costaría eso? -preguntó ella-. ¡Toda la noche y todo el día! Nunca lo he hecho.

– No me importa -le contestó Cullen-. Tú di cuánto. Eres la cosa más mona que he visto en mi vida.

– Bueno, gracias. Normalmente, durante el día descanso. Me arreglo el cabello y las uñas…

– Eres una damita ociosa.

– ¿Estás de broma? Me dejo el culo trabajando allí. Mañana tengo que ir a las seis.

– Me quedaré hasta entonces. Podemos hacer que nos traigan comida china, o lo que tú quieras.

– Me dijo Roy que acabas de salir de la cárcel, o algo así.

– Sí, pero preferiría no hablar de eso, para no arruinar esta maravillosa noche.

– Quiero decir que de dónde vas a sacar tanto dinero.

– He trabajado. He trabajado en los campos por un centavo la hora. Trabajé en la tienda de recambios de automóvil, y me subieron a siete centavos. Luego, por el mismo sueldo, trabajé en la imprenta. Me compré un par de cosas que necesitaba, de vez en cuando algo para la casa, y ahorré cuanto pude. En veintisiete años, cariño, se puede reunir algo.

– Bueno, pues te fue bien, ¿no?

– Ponte otra vez las medias negras.

– Creía que te gustaba desnuda.

– Sólo las medias y las ligas, nada más.

– ¿Crees que funcionará?

– Esta mañana me he despertado empalmado a las seis treinta y cuatro. Y sigue así.

– Eso espero, jolín.

– Sí, funcionará. Eh, si viene alguien, no abras la puerta.

– No vendrá nadie.

– Podría ser, nunca se sabe. Y tampoco contestes al teléfono.

– Bueno, a veces recibo llamadas, no soy una ermitaña.

– Claro que no. Uf, tía, mira. Ven y cuéntame cómo es que eres tan mona, ¿cómo, eh?