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Antes de que Lucy apareciese en la puerta, Jack oyó sus pasos sobre la madera del suelo.

– Ha llegado Roy.

Ella se dio la vuelta, y Jack volvió a oír sus pasos, debilitándose progresivamente.

La casa estaba en silencio. Se quedó escuchando. Ella no volvió inmediatamente. Probablemente, al entrar Roy habría preguntado qué había pasado, y ella se lo estaría explicando. O tal vez mientras caminaban por el pasillo, Roy habría escuchado, se habría parado… Jack sirvió un whisky y se fue con él hacia la puerta. Para dárselo a Roy en cuanto entrase, para quitarle el genio -si aparecía con aquella mirada mortal en los ojos-. Era una de esas situaciones en las que Jack, si no sabía qué hacer, buscaba algo que le sirviese. Su pistola estaba sobre el bar. Si le amenazaba con ella, Roy lo encontraría gracioso. Había un candelabro de bronce en la mesa del teléfono que parecía interesante… Oyó sus pasos en el pasillo, y luego la voz de Roy:

– ¿Qué?

Sólo una palabra. No cabía la menor duda: Lucy se lo estaba contando… Venían hablando mientras se acercaban a la habitación. Jack intentó darle el whisky.

Roy lo apartó de un golpe.

– ¿Has dejado que ese indio negro se llevara la mitad de la pasta?

En sus ojos había aquella expresión mortal.

Jack dejó el vaso en la mesa del teléfono, con la mano y parte de la manga de su camisa mojadas.

– Ha sido al revés, Roy. Ha sido Franklin quien le ha dado la mitad a Lucy. La tenía él.

Roy se dirigió hacia la maleta que había en el suelo.

– ¿Que la tenía él? ¿Qué significa eso? También la tenían los tipos de la habitación, ¿y sabes lo que les ha hecho el negro? ¿Te lo ha dicho? Les disparó, tío. Dos veces, en el pecho.

– ¿Franklin? -preguntó Jack.

– Tu amiguito, con el cual tuviste una larga conversación, te iba a hacer un gran favor. Subir y coger las llaves. Efectivamente, cogió las llaves, y se los cargó. ¿Y tú le has dejado que se largue con un millón de pavos? Un jodido indio que nunca ha tenido ni para zapatos. Joder, Jack, ¿en qué pensabas?

– No nos ha dicho… -empezó Lucy.

Roy la miró.

– ¿Si lo hubieras sabido se lo hubieras dado todo? Me gustaría saber cómo pensáis. Se ha ido, ¿no? Joder, si hasta se ha llevado el coche del tipo, y vosotros os habéis quedado mirando. -Se volvió hacia la maleta y siguió hablando-. Entonces, ¿cuánto nos queda? Supongo que me vas a decir que ella se queda con la mitad… -Abrió la maleta y se quedó mirando los montones de billetes-. ¿Cuánto hay, un millón justo?

– Un millón cien mil -dijo Lucy. Fue a coger su bolso, que estaba en el sofá, y sacó un paquete de cigarrillos.

Roy miró a Jack, detrás de ella, y preguntó:

– ¿Nos lo vamos a partir tú y yo, o hacemos tres partes? Cullen que se joda, no ha hecho nada.

– Tal como han salido las cosas -dijo Jack-, tú y yo tampoco hemos hecho demasiado. Ya te lo he dicho: Franklin le ha dado el dinero a Lucy. Yo estaba allí. Lo he visto. No me lo ha dado a mí, ni ha dicho: «Toma, esto es para Roy.» Qué va, se lo ha dado a Lucy. Ella pensaba que nosotros teníamos que quedarnos algo, pero yo la he convencido de lo contrario. Que se lo lleve a Nicaragua porque, de todas formas, de eso se trataba.

– Si la mierda tuviera algún valor, Jack, barrerías el mercado de abonos -dijo Roy-. Lo que yo veo es que otra vez el cazador ha salido cazado. Diablos, si puedo imaginármelo: «Vamos a ver si podemos joder al viejo Roy. Digámosle que todo el dinero es para los leprosos.»

Lucy meneó la cabeza.

– Así es, Roy. Es para el hospital.

– Ya lo sabe -intervino Jack-. Sólo busca excusas.

– ¿Para qué hablar de eso? -dijo Roy. Cerró la maleta y la levantó-. Si soy capaz de quitárselo a los nicaragüenses, también lo soy de quitároslo a vosotros, que sois un par de casos perdidos. -Pasó por delante de Lucy-. Si tenéis alguna queja, contádsela a la policía. Explicadles lo que habéis hecho.

Jack cerró su puño sobre el candelabro, lo quitó de la mesa del teléfono y lo sostuvo a un lado del cuerpo.

Roy se detuvo a unos pasos de él y se abrió la chaqueta.

– ¿Qué vas a hacer, golpearme? Jack, por un millón de pavos dispararía a mi madre.

Detrás de él, Lucy dijo:

– Yo también.

Estaba junto al sofá, sosteniendo el revólver plateado del treinta y ocho con ambas manos, con los brazos extendidos.

Jack la vio cuando Roy, delante de él, se dio media vuelta para mirarla.

– Oh, mierda, me olvidaba. ¿Llevas la pistolera? Enséñanosla. Jack, es como las que llevan los polis de la tele.

– Si intentas irte con eso -amenazó Lucy-, te prometo que dispararé.

– Hermana, si te atrevieses merecerías el dinero.

Se volvió y dio dos pasos hacia la puerta.

Lucy disparó y Roy gritó.

28

Helene tenía la puerta del coche fúnebre abierta, y la carretilla medio fuera. Intentaba plegar las malditas patas. Jack se acercó a ella, dijo «ahora» y quitó el seguro.

– Yo lo cogeré -dijo Jack.

Tan tranquilo. Helene le vio alejarse empujando la carretilla por el camino enladrillado que daba al jardín. Cuando llegó a la sombra de los árboles, se abrió una puerta y Lucy la mantuvo abierta. No tardó mucho. Helene le vio volver con un hombre tumbado en la carretilla. Entonces se detuvo, le dijo algo a Lucy y la besó en la mejilla. Cruzó por el jardín hasta la entrada de la casa y llegó a la parte trasera del coche. Helene no se dio cuenta de que el hombre no estaba muerto hasta que Jack ya casi había metido la carretilla en el coche.

Tenía los ojos abiertos. Llevaba toallas enrolladas entre el brazo y el costado. Decía cosas feas, haciéndose el bruto y llamando a Jack por un nombre que Helene no quiso escuchar, normalmente utilizado para mujeres. A Jack no parecía importarle. Acabó de meter al hombre en el coche y cerró la puerta.

– Jack, no se puede recoger a alguien que no esté muerto, ¿no? -dijo ella.

Le dijo que se diera prisa y saludó a Lucy, que seguía en el patio, Lucy devolvió el saludo.

Se metieron en el coche y se fueron. Conducía Helene, y Jack se reclinó en el asiento y encendió un cigarrillo, como si no le preocupase nada en absoluto. Lo primero que Helene quiso saber fue por qué no habían llamado a una ambulancia. Jack le explicó que hubieran preguntado cómo había recibido el tiro, y se acercó a ella y la tocó encima de la cadera. Justo allí. Sólo que en ese lugar Roy tenía algo de grasa. Jack dijo que Roy se inventaría una historia en el hospital.

– Bueno, ¿y no está cabreado? -le preguntó Helene.

Jack dijo que no importaba, que Roy no podía denunciar a nadie sin denunciarse a sí mismo. Le pidió que guardase las preguntas para más tarde.

– Llevemos al viejo Roy al Charity.

Al llegar a la entrada de emergencia del hospital, lo pusieron en una camilla, y Jack eludió las preguntas del camillero.

– Ponte bien pronto, ¿me oyes? -le dijo a Roy. El camillero ya se lo estaba llevando, por lo cual Helene no pudo oír su respuesta.

Se fueron en el coche fúnebre. Jack dijo:

– Sube por Canal. Nos pararemos en el Mandina a tomar algo, ¿qué te parece? Leo y yo solíamos pasar por allí después de los funerales, para descargarnos.