Le dieron un programa de la ceremonia de confrontación y le condujeron, por una especie de túnel, a un patio central.
Al contemplar la forma del patio, el saliente tejadillo del portal del fondo, el ancho arco de aquella especie de entrada de túnel por donde había llegado, comprendió, con frívola precisión difícil de expresar, que éste era el patio de su colegio; pero el edificio había sido modificado, sus ventanas eran más largas y, a través de una de ellas, podía verse un rebaño de camareros del «Astoria» preparando la mesa para un banquete de cuento de hadas.
Y allí estaba él, con el pijama blanco, descubierto, descalzo, pestañeando, mirando a uno y otro lado. Vio a muchas personas inesperadas: cerca de la sucia pared que separaba el patio del taller de un hosco y viejo vecino que nunca les devolvía la pelota, había un rígido y silencioso grupito de guardias y de oficiales condecorados, y, entre ellos, estaba Paduk, con los brazos cruzados y rascando la pared con un tacón. En otra parte más oscura del patio, varios hombres harapientos y dos mujeres «representaban los rehenes», según decía el programa que habían dado a Krug. Su cuñada estaba sentada en un columpio, tratando de tocar el suelo con los pies, y el barbirrubio marido de ésta empezaba a tirar de una de las cuerdas cuando ella le riñó por hacer oscilar el columpio y saltó de éste con torpe movimiento y saludó con la mano a Krug. Algo apartados, estaban Hedron y Ember y Rufel y un hombre al que no consiguió reconocer, y Maximov, y la mujer de Maximov. Todos querían hablar con el soriente filósofo (pues no sabían que su hijo había muerto y que él se había vuelto loco), pero los soldados obedecían órdenes y sólo permitían a los peticionarios acercarse de dos en dos.
Uno de los Ancianos, llamado Schamm, inclinó su empenachada cabeza en dirección a Paduk y, medio señalando con un dedo nerviosamente tímido, retirando los bruscos movimientos que hacía con él y empleando después otro dedo para repetir el ademán, explicó en voz baja lo que ocurría. Paduk asintió con la cabeza, sin mirar a parte alguna, y volvió a hacer la señal de asentimiento.
El profesor Rufel, un hombrecillo tieso, anguloso y extraordinariamente hirsuto, de hundidas mejillas y amarillos dientes, se acercó a Krug, acompañado de...
—¡Dios mío, Schimpffer! —exclamó Krug—. Mira que encontrarte aquí después de tantos años... Veamos...
—Un cuarto de siglo —dijo Schimpffer, con voz grave.
—Vaya, vaya, esto es como en los viejos tiempos —siguió diciendo Krug, con una carcajada—. Y con el Sapo allí...
Una ráfaga de viento derribó un vacío y sonoro cubo de ceniza, y un pequeño remolino de polvo cruzó el patio.
—Me han elegido como portavoz —dijo Rufel—. Ya conoces la situación. No me entretendré en detalles, porque el tiempo apremia. Deseamos que sepas que no queremos que la palabra que empeñaste influya en modo alguno en tu decisión. Deseamos vivir, lo deseamos ardientemente, pero, hagas lo que hagas, no te lo reprocharemos...
Carraspeó. Ember, que se mantenía alejado, saltaba y se estiraba, como Punch, tratando de ver a Krug por encima de los hombros y cabezas.
—No te lo reprocharemos en manera alguna —prosiguió rápidamente Rufel—. En realidad, comprenderemos perfectamente que te niegues a ceder... Vy ponimaete o chom rech? Daite zhe nme znak, shto vy ponimaete(¿Comprendes de qué se trata? Hazme una señal de que comprendes).
—Está bien, continúa —dijo Krug—. Estaba tratando de recordar. Te detuvieron..., veamos..., inmediatamente antes de que el gato saliese de la habitación. Supongo que... —Krug saludó con la mano a Ember, cuya gorda nariz y rojas orejas seguían apareciendo aquí y allá, entre soldados y hombros—. Sí; creo que ahora lo recuerdo.
—Hemos pedido al profesor Rufel que sea nuestro portavoz —dijo Schimpffer.
—Sí, ya veo. Un magnífico orador. Te oí, Rufel, cuando estabas en tu apogeo, en una elevada tribuna, entre flores y banderas. ¿Por qué será que los colores brillantes...?
—Amigo mío —dijo Rufel—, el tiempo apremia. Por favor, déjame proseguir. Nosotros no somos héroes. La muerte es odiosa. Hay, entre nosotros, dos mujeres que comparten nuestra suerte. Nuestra miserable carne se estremecería de gozo exquisito, si consintieses en salvarnos la vida vendiendo tu alma. Pero no te pedimos que vendas tu alma. Sólo...
Krug le interrumpió con un ademán e hizo una horrible mueca. La muchedumbre esperaba, sin atreverse a respirar. Krug rompió el silencio con un tremendo estornudo. —Estúpidos —dijo, sonándose con los dedos—, ¿qué diablos teméis? ¿Qué importa todo esto? ¡Ridículo! Lo mismo que esas diversiones infantiles..., Olga y el chico tomando parte en comedias tontas, ahogándose ella, perdiendo él la vida o algo en un accidente de ferrocarril. ¿Qué diablos importa todo esto?
—Bueno, si nada importa —dijo Rufel, respirando con fuerza—, entonces, ¡maldita sea!, diles que estás dispuesto a hacer lo que te piden, y hazlo, y no nos fusilarán.
—Comprende lo horrible de nuestra situación —dijo Schimpffer, que había sido un muchacho valiente y vulgar, pero que tenía ahora una cara pálida y fofa, salpicada de pecas entre los escasos pelos de la barba—. Nos han dicho que, si no aceptas las condiciones del Gobierno, éste será nuestro último día. Yo tengo una fábrica importante de artículos de deporte en Ast-Lagoda. Me detuvieron en mitad de la noche y me encerraron en la cárcel. Soy un ciudadano cumplidor de la ley, y no comprendo cómo se puede rechazar un ofrecimiento del Gobierno; pero sé que tú eres una persona excepcional y que puedes tener razones excepcionales, y puedes creerme si te digo que no quisiera obligarte a hacer algo estúpido o deshonroso.
—¿Oyes lo que te estamos diciendo, Krug? —preguntó bruscamente Rufel, y, como Krug siguiera mirándoles con benévola y un tanto flaccida sonrisa, comprendieron, con terror, que estaban hablando con un loco.
— Khoroshen'koe polozhen'itze(bonito asunto) —dijo Rufel al pasmado Schimpffer.
Una fotografía en colores, tomada un momento después, mostró lo siguiente: a la derecha (mirando a la salida), cerca de la pared gris, Paduk estaba sentado con las piernas abiertas en una silla que acababan de traerle de la casa. Vestía el uniforme moteado de verde y castaño de uno de sus regimientos predilectos. Su cara era una burbuja rosada y muerta debajo de un gorro impermeable (que antaño había inventado su padre). Llevaba polainas castañas en forma de botella. Schamm, magnífico personaje con peto de bronce y sombrero de terciopelo negro, ala ancha y adornado con plumas blancas, estaba inclinado sobre él, diciendo algo al enfurruñado pequeño dictador. Otros tres Ancianos estaban cerca de ellos, envueltos en capas negras, como cipreses o conspiradores. Varios apuestos jóvenes, en uniforme de opereta y armados con pistolas automáticas moteadas de verde y castaño, formaban un semicírculo protector alrededor del grupo. En la pared, detrás de Paduk y precisamente encima de su cabeza, subsistía una palabra obscena, garrapateada por algún colegial; este burdo descuido estropeaba completamente la parte derecha de la fotografía. A la izquierda, en medio del patio, sin sombrero, ondeando al viento sus ásperos, oscuros y grisáceos mechones de cabello, envuelto en un ancho pijama blanco con cenefa de seda, y descalzo como un Santo de la antigüedad, se erguía Krug. Unos guardias apuntaban sus rifles contra Rufel y Schimpffer, que pretendían discutir con ellos. La hermana de Olga, contraído el rostro, tratando de dar a sus ojos una expresión despreocupada, le estaba diciendo a su inútil marido que avanzase unos pasos y ocupase una posición más favorable a fin de que ambos pudiesen llegar hasta Krug. En el fondo, una enfermera estaba dando una inyección a Maximov: el viejo había sufrido un colapso, y su mujer, arrodillada en el suelo, le envolvía los pies con su negro chal (ambos habían sido cruelmente maltratados en la cárcel). Hedron, o mejor dicho, un habilísimo imitador suyo (pues Hedron se había suicidado unos días antes), fumaba una pipa «Dunhill». Ember, temblando (su perfil aparecía borroso) a pesar de la chaqueta de astracán que llevaba, había aprovechado el altercado entre la primera pareja y los guardias y estaba casi junto al codo de Krug. Podéis moveros de nuevo.