— Bueno, deberй ocuparme de Drou. No me servirб de nada si languidece y muere con el corazуn destrozado. El la ha hecho llorar mбs de una vez. Ella se retira donde cree que nadie podrб verla.
— їAh, sн? Me resulta difнcil imaginarlo.
— Considerбndolo todo, no esperarбs que le diga que йl no merece la pena. їPero realmente siente aversiуn por ella? їO es sуlo defensa propia?
— Buena pregunta… En cuanto a su opiniуn, el otro dнa el chofer hizo una broma acerca de ella, nada demasiado ofensivo, y Kou se mostrу disgustado con йl. No creo que le tenga aversiуn. Pero sн creo que la envidia.
Cordelia abandonу el tema con esa frase ambigua. Deseaba ayudar a la pareja, pero no podнa ofrecer ninguna respuesta al dilema. Era capaz de imaginar soluciones creativas para los problemas prбcticos que podrнan crearse con las lesiones del teniente, pero ofrecerlas serнa una violaciуn al pudor y la reserva de los afectados. Sospechaba que lo ъnico que lograrнa serнa escandalizarlos. Las terapias sexuales parecнan ser algo desconocido allн.
Como verdadera betanesa, siempre habнa considerado que un doble modelo de conducta sexual debнa ser un imposible. Ahora que tenнa cierto contacto con la alta sociedad de Barrayar por las obligaciones de Aral, y al fin comenzaba a comprender cуmo funcionaba. Todo parecнa reducirse a cercenar el libre flujo de la informaciуn ante ciertas personas, seleccionada y aceptada por algъn cуdigo tбcito para todos los presentes con excepciуn de ella. No se podнa mencionar el sexo frente a mujeres solteras o niсos. Al parecer los varones jуvenes estaban exentos de todas las reglas cuando hablaban entre ellos, pero no cuando se encontraba presente una mujer de cualquier edad. Las normas cambiaban de un modo sorprendente con las variaciones en el nivel social de los interlocutores. Y las mujeres casadas, cuando los hombres no estaban presentes, solнan sufrir las transformaciones mбs asombrosas. Habнa temas sobre los cuales se podнa bromear, pero no discutir seriamente. Algunas cuestiones no podнan ser mencionadas jamбs. Ella habнa malogrado mбs de un conversaciуn con una frase que le parecнa banal, y Aral habнa tenido que llevarla aparte para darle una rбpida explicaciуn.
Cordelia tratу de confeccionar una lista con las reglas que creнa haber deducido, pero las encontrу tan ilуgicas y conflictivas, sobre todo en el terreno de lo que ciertas personas debнan fingir ignorar ante ciertas otras personas, que al final renunciу. Una noche le enseсу su lista a Aral, quien estaba leyendo en la cama, y йste se desternillу de risa.
— їEs asн como nos ves? Me gusta tu Regla Siete. Tratarй de no olvidarla… lamento no haberla conocido cuando era joven. Hubiera podido evitar todos esos atroces vнdeos que nos pasaban en el Servicio.
— Si continъas riendo de ese modo, te sangrarб la nariz — advirtiу ella con dureza -. Estas reglas son vuestras, no mнas. Sois vosotros quienes os regнs por ellas. Yo sуlo trato de deducirlas.
— Mi dulce cientнfica. Bueno, sin duda llamas a cada cosa por su nombre. Nunca intentamos… їte agradarнa violar la Regla Once conmigo, querida capitana?
— Dйjame ver cuбl… Ўoh sн! Claro. їAhora? Y de paso, liquidemos la Trece. Mis hormonas se han elevado. Recuerdo que la co-progenitora de mi hermano me habнa hablado de este efecto, pero en ese momento no le creн. Dijo que uno lo compensa luego, en el posparto.
— ї La Trece? Nunca imaginй que…
— Eso es porque al ser de Barrayar, te dedicas demasiado a seguir la Regla Dos.
La antropologнa quedу relegada durante un rato. Pero ella descubriу que podнa elogiarlo cuando, mбs tarde, escogiу el momento apropiado para murmurarle:
— Regla Nueve, seсor.
La estaciуn estaba cambiando. Esa maсana habнa habido una insinuaciуn del invierno en el aire, una escarcha que habнa marchitado algunas plantas en el jardнn trasero del Piotr. Cordelia estaba fascinada ante la idea de pasar su primer invierno de verdad. Vorkosigan le habнa prometido nieve y aguas heladas, algo que sуlo habнa experimentado en dos misiones de Estudios Astronуmicos. Y antes de la primavera, darй a luz un hijo.
Pero la tarde se habнa vuelto a entibiar con el sol otoсal. En la Residencia Vorkosigan la azotea del ala principal irradiaba calor cuando Cordelia la atravesу, aunque el aire estaba frнo en sus mejillas mientras el sol descendнa sobre el horizonte de la ciudad.
— Buenas tardes, muchachos. — Cordelia saludу a los dos guardias apostados en la azotea.
Ellos le respondieron con un movimiento de cabeza, y el de mayor rango se tocу la cabeza en una venia vacilante.
— Seсora.
Cordelia se habнa acostumbrado a contemplar el ocaso desde allн. Desde ese mirador ubicado en el cuarto piso, la vista de la ciudad era excelente. Se alcanzaba a divisar el rнo que la dividнa, detrбs de los бrboles y edificios. Aunque la excavaciуn de un gran hoyo a pocas calles de allн indicaba que una nueva construcciуn pronto le ocultarнa la vista del rнo. La torre mбs alta del castillo Vorhartung, donde asistiera a todas aquellas ceremonias en la cбmara del Concejo de Condes, se asomaba desde un barranco frente al agua.
Detrбs del castillo Vorhartung se encontraban los barrios mбs antiguos de la capital. Ella aъn no habнa recorrido la zona con sus calles demasiado estrechas para vehнculos, pero habнa volado sobre los barrios bajos, extraсos y oscuros en el corazуn de la ciudad. Los sectores mбs nuevos que brillaban en el horizonte eran similares a lo que solнa verse en el resto de la galaxia, diseсados en torno a los modernos sistemas de transporte.
Nada de ello se parecнa a Colonia Beta. Vorbarr Sultana se extendнa sobre la superficie o se elevaba hacia el cielo, en un extraсo cuadro bidimensional. Las ciudades de Colonia Beta se sumergнan en pozos y tъneles a diversas profundidades, y resultaban tan acogedoras como seguras. Allн no se prestaba tanta atenciуn a la arquitectura como al diseсo de interiores. Resultaba sorprendente lo que la gente era capaz de inventar para variar las moradas que tenнan fachadas.
Los guardias suspiraron cuando ella se inclinу sobre la baranda de piedra. En realidad, no les gustaba que se acercase a menos de tres metros del borde, aunque todo el lugar no tenнa mбs de seis metros de ancho. Pero desde allн pronto podrнa divisar el vehнculo terrestre de Vorkosigan acercбndose por la calle. Los atardeceres eran muy bonitos, pero sus ojos descendieron.
Cordelia inhalу los complejos aromas de la vegetaciуn, el vapor y los gases industriales. Barrayar permitнa un sorprendente nivel de contaminaciуn ambiental, como si… como si allн el aire fuera gratuito. Nadie lo controlaba, no existнan tarifas por procesamiento y filtraciуn. їComprendнa esa gente lo rica que era? Todo el aire que podнan respirar con sуlo salir de sus casas, y les parecнa tan normal como el agua helada que caнa del cielo. Cordelia inspirу profundamente, como si hubiese podido almacenarlo, y esbozу una sonrisa…
Una explosiуn distante interrumpiу sus pensamientos y le hizo contener el aliento. Los dos guardias dieron un brinco.
ї Y quй?, has escuchado una, explosiуn. No fiene por quй guardar ninguna relaciуn con Aral. Y con mбs frialdad: Parecнa una granada sуnica, una de las grandes. Por Dios. Una columna de humo se elevaba a pocas calles de allн. Cordelia no alcanzaba a divisar el lugar exacto, y se inclinу sobre la baranda.
— Seсora. — El guardia mбs joven la cogiу por el brazo -. Entre, por favor. — Su rostro estaba tenso y los ojos abiertos de par en par. El otro hombre tenнa el intercomunicador pegado a la oreja. Ella no llevaba ningъn intercomunicador.
— їQuй estб ocurriendo? — preguntу. — ЎSeсora, baje por favor! — La condujo hacia la puerta de la azotea, desde donde descendнa la escalera al cuarto piso -. Seguro que no ha sido nada — la tranquilizу mientras la empujaba.
— Fue una granada sуnica Clase Cuatro, probablemente lanzada por aire — le informу a ese hombre ignorante -. A menos que el atacante haya sido un suicida. їNunca ha oнdo estallar una?
Droushnakovi apareciу en la puerta con un panecillo en una mano y el aturdidor en la otra.
— їSeсora? — Aliviado, el guardia le entregу a Cordelia y regresу con su superior. Gritando por dentro, Cordelia sonriу con los dientes apretados y traspuso la pequeсa puerta.
— їQuй ocurriу? — le preguntу a Droushnakovн. — Aъn no lo sй. La alarma roja se activу en el refectorio del sуtano, y todos corrimos a nuestros puestos — jadeу Drou. Debнa de haberse teletransportado los seis pisos. — Vaya.
Cordelia bajу la escalera a toda prisa, lamentando no tener un tubo elevador. La consola de la biblioteca debнa de estar encendida. Alguien tendrб un intercomunicador. Siguiу descendiendo por la escalera de caracol y corriу sobre las piedras blancas y negras.
El jefe de guardia estaba en su puesto, dictando уrdenes. A su lado se hallaba el jefe de los hombres del conde Piotr.
— Vienen directo hacia aquн — anunciу el hombre de Seguridad Imperial -. Vaya a esperarlos, doctor. — El hombre de uniforme color cafй saliу como una tromba. — їQuй ha ocurrido? — preguntу Cordelia. El corazуn le golpeaba en el pecho, y no sуlo por haber bajado corriendo la escalera.