— їSн?
— De joven practicaba judo como deporte. Pero era L demasiado corpulenta para las clases femeninas. No podнa practicar en serio con nadie, y me resultaba muy aburrido. Mis hermanos comenzaron a hacerme entrar de tapadillo en sus clases. Una cosa condujo a la otra. Fui la campeona femenina de Barrayar dos aсos seguidos. Entonces, hace tres aсos, un nombre del capitбn Negri se me acercу con una oferta de trabajo. Entonces comencй a entrenarme con armas. Por lo visto hacнa aсos que la princesa pedнa guardias femeninas, pero hasta entonces no habнan encontrado a nadie que pasase todas las pruebas. — La muchacha esbozу una sonrisa -. Aunque no creo que la mujer que asesinу al almirante Vorrutyer necesite mis pobres servicios.
Cordelia se mordiу la lengua.
— Bueno, sуlo fue cuestiуn de suerte. Ademбs, en este momento no quisiera realizar ningъn esfuerzo fнsico. Estoy embarazada, їsabes?
— Sн, seсora. Estaba en uno de los…
— Informes del capitбn Negri — finalizу Cordelia al unнsono con ella -. No me extraсa. Es probable que lo supiera antes que yo misma.
— Sн, seсora.
— їTe alentaron en tus intereses cuando eras una niсa?
— En realidad, no. Me consideraban un bicho raro. — Droushnakovi frunciу el ceсo y Cordelia tuvo la sensaciуn de que habнa despertado un recuerdo doloroso.
Observу a la muchacha con expresiуn pensativa.
— їTus hermanos son mayores?
Droushnakovi la mirу con sus ojos azules abiertos de par en par.
— Pues, sн.
— Me lo imaginaba. — Y yo temнa a Barrayar por lo que le hacнa a sus hijos. No me extraсa que les resulte difнcil encontrar a alguien quйpase las pruebas -. Asн que has recibido entrenamiento con armas. Excelente. Entonces hoy podrбs guiarme; tenнa pensado ir de compras.
La expresiуn de Droushnakovi pareciу algo abatida.
— Sн, seсora. їQuй clase de prendas desea comprar? — preguntу amablemente, sin ocultar del todo la decepciуn que sentнa ante los intereses de su «verdadera» mujer soldado.
— їAdonde irнas en esta ciudad para comprar un buen bastуn de estoque?
La expresiуn abatida desapareciу.
— Oh, conozco el sitio perfecto. Es donde acuden los oficiales Vor y los condes para abastecer a sus hombres. A decir verdad, nunca he entrado. Mi familia no es Vor, asн que no se nos permite la posesiуn de armas personales, sуlo contamos con las del Servicio. Pero se supone que allн tienen de lo mejor.
Uno de los guardias uniformados del conde Vorkosigan las condujo a la tienda. Cordelia se relajу y se dedicу a disfrutar observando la ciudad. Droushnakovi se mantenнa alerta, vigilando constantemente cuanto las rodeaba. De vez en cuando palpaba el aturdidor que llevaba oculto en el interior de la guerrera bordada.
Tomaron por una calle mбs estrecha, de edificios antiguos con fachadas de piedra. La armerнa sуlo estaba marcada con su nombre, Siegling's, en discretas letras doradas. Evidentemente, si uno no sabнa dуnde se encontraba era porque no debнa estar allн. Cordelia y Droushnakovi entraron en la tienda mientras el hombre uniformado las aguardaba fuera. El lugar tenнa las paredes recubiertas en madera y el suelo estaba tapado por una gruesa alfombra. El aroma de la armerнa hizo que Cordelia evocase su nave, un extraсo deje familiar en un lugar desconocido. Observу con disimulo los paneles de madera, y tratу de calcular su valor en dуlares betaneses. Muchos dуlares betaneses. Sin embargo, en Barrayar la madera parecнa tan comъn como el plбstico. Las armas personales legales para las clases superiores estaban elegantemente exhibidas en estuches y en las paredes. Aparte de los aturdidores y las armas de cacerнa, habнa una colecciуn de espadas y cuchillos; al parecer los feroces edictos del emperador en contra de los duelos sуlo prohibнan el uso, no la posesiуn.
Йl dependiente, un hombre mayor de ojos pequeсos y pasos suaves, se acercу a ellas.
— їEn quй puedo servirlas, seсoras? — Era bastante cordial. Cordelia supuso que las mujeres Vor debнan de acudir allн en ocasiones, para comprar obsequios. Pero por el tono de voz que habнa utilizado, el hombre bien podнa haber dicho: «їQuй andбis buscando, pequeсas?» їLas subestimaba por medio del lenguaje corporal? No valнa la pena preocuparse.
— Estoy buscando un bastуn de estoque, para un hombre de un metro noventa, aproximadamente. Debe de ser mбs o menos… asн de alto — calculу recordando la altura de Koudelka y seсalando su propia cadera -. Con vaina de resorte, tal vez.
— Sн, seсora. — El dependiente desapareciу y regresу con un modelo en madera clara, con complicadas tallas.
— Me parece un poco… no sй. — Vulgar -. їCуmo funciona?
El dependiente le mostrу el mecanismo de resorte. La vaina de madera se deslizу para revelar una hoja larga y delgada. Cordelia extendiу la mano y, de mala gana, el dependiente se la entregу a su guardaespaldas. — їQuй opinas?
Primero Droushnakovi sonriу, pero luego frunciу el ceсo.
— No estб muy bien equilibrada. — Mirу al dependiente con incertidumbre.
— Recuerda que trabajas para mн, no para йl — seсalу Cordelia, identificando la conciencia de clase que motivaba su actitud.
— Dirнa que la hoja no es muy buena. — Es de una excelente hechura Darkoi, seсora — se defendiу el hombre con frialdad.
Con una sonrisa, Cordelia volviу a cogerla. — Vamos a probar su hipуtesis. Alzу la hoja bruscamente en posiciуn de saludo y se lanzу contra la pared en una diestra extensiуn. La punta se clavу en la madera y Cordelia presionу sobre ella. La hoja se partiу. Con rostro imperturbable, le entregу los pedazos al dependiente.
— їCуmo logra mantenerse si sus clientes no viven lo suficiente para comprarle mбs de una vez? Siegling's no debe haber adquirido su reputaciуn vendiendo juguetes como йste. Trбigame algo digno de un soldado decente, no una burda imitaciуn.
— Seсora — dijo el hombre con dureza -, debo insistir en que pague la mercaderнa daсada. Fuera de sн, Cordelia le respondiу: — Muy bien. Envнe la cuenta a mi esposo, el almirante Aral Vorkosigan, a la Residencia Vorkosigan. Y de paso explнquele por quй intentу venderle algo de mala calidad a su esposa… alabardero.
Esto ъltimo fue sуlo una conjetura basada en su edad y en su forma de caminar, pero a juzgar por sus ojos Cordelia comprendiу que habнa dado en el clavo.
El dependiente hizo una profunda reverencia.
— Le ruego que me disculpe, seсora. Creo tener algo mбs apropiado, si
me hace el favor de aguardar.
El hombre volviу a desaparecer y Cordelia suspirу.
— Comprarle a una mбquina es mucho mбs sencillo. Pero al menos he comprobado que el uso de la autoridad funciona tan bien aquн como en casa.
El siguiente bastуn era de madera oscura y lisa, con un pulido satinado. El dependiente se lo entregу sin abrirlo, e hizo otra pequeсa reverencia.
— Presione el mango aquн, seсora.
Era mucho mбs pesado que el primero. La funda se deslizу rбpidamente y fue a dar contra la pared opuesta. Cordelia estudiу la nueva hoja. Estaba decorada con una extraсa filigrana que reflejaba la luz. Ella volviу a colocarse en postura de saludo y alcanzу a ver la expresiуn del dependiente.
— їTendrб que pagarlos de su salario?
— Adelante, seсora. — Habнa un pequeсo brillo de satisfacciуn en sus ojos -. No lograrб romper йsta.
Cordelia la sometiу a la misma prueba que a la anterior. La punta se clavу mucho mбs profundamente en la madera, y apoyбndose con todas sus fuerzas, apenas si logrу doblarla. Сo obstante, se dio cuenta de que aъn no habнa llegado al lнmite de su flexibilidad. Entonces se la entregу a Droushnakovi, quien la examinу amorosamente.
— Йsta sн que es buena, seсora.
— Estoy segura de que se utilizarб mucho mбs como bastуn que como espada. De todos modos… es necesario que sea de calidad. Nos llevaremos йste.
Mientras el hombre lo envolvнa, Cordelia se detuvo junto a un estuche de aturdidores decorados con esmalte.
— їEstб pensando en comprar uno para usted, seсora? — preguntу Droushnakovi.
— No… No creo. Barrayar tiene suficientes soldados sin necesidad de importarlos de Colonia Beta. Lo que sea que haya venido a hacer aquн, no tiene nada que ver con la vida militar. їVes algo que te interese?
Droushnakovi adoptу una expresiуn pensativa, pero sacudiу la cabeza y se llevу una mano a la chaquetilla.
— El equipo del capitбn Negri es de lo mejor. Ni Siegling's podrнa superarlo… es sуlo que estas armas son mбs bonitas.
Aquella noche cenaron tarde. Eran tres: Vorkosigan, Cordelia y el teniente Koudelka. El nuevo secretario personal del almirante parecнa un poco cansado.
— їQuй habйis hecho todo el dнa? — preguntу Cordelia.
— Sobre todo, manipular hombres — le respondiу Vorkosigan -. El primer ministro Vortala no tenнa tantos votos en el bolsillo como йl aseguraba, y tuvimos que utilizar nuestra persuasiуn con cada uno de ellos, a puerta cerrada. Lo que verбs maсana en el Consejo no serб la polнtica de Barrayar en funcionamiento, sуlo los resultados. їY vosotras? їHa ido todo bien?