– Ahí tienes tu despacho, así que no es una despensa. Y de cualquier modo, tu casa está toda del revés, y los muebles no son los adecuados.
Entrecerró los ojos.
– ¿Qué tiene de malo? Es una buena casa. Tiene buenos muebles.
– Tiene muebles de tío.
– Soy un tío -recalcó-. ¿Qué otra clase de muebles podría tener?
– Pero yo no soy un tío. -¿Cómo podía pasar por alto algo tan obvio?-. Necesito cosas de chicas. Por lo tanto, o hago reformas o tendremos que trasladarnos a otro sitio.
– Me gusta mi casa. -Empezaba a cerrarse en banda con esa expresión que ponían los tíos cuando no quieren hacer algo-. Tengo las cosas justo donde las quiero tener.
Le dediqué una mirada elocuente que empeoró mi dolor de cabeza, porque tienes que entornar los ojos de una manera especial para que quede elocuente de verdad.
– ¿En qué momento se supone que empezará a ser nuestra casa?
– Cuando te instales. -Lo dijo como si eso fuera la conclusión más sencilla y obvia del mundo. Para él, supongo que lo era.
– Pero ¿no quieres que toque las cosas, que compre un sillón para ponerme cómoda, que monte un despacho para mí ni nada por el estilo? -Mis cejas alzadas le dijeron qué pensaba yo de esa idea. Como no, alzar las cejas me dolió, pero resulta difícil de verdad hablar sin expresión alguna, a menos que uses Botox. No obstante, se me ocurrió que durante los próximos días podría intentar en serio imitar a Nancy Pelosi.
Wyatt frunció el ceño.
– Mierda. -Entonces entendió a dónde quería llegar yo con aquella conversación: mi absoluto descontento con el status quo en cuanto al mobiliario de su casa, y que si quería que viviera con él habría que hacer algunos reajustes. No le hizo la menor gracia. Entrecerró otra vez los ojos de aquel modo tan penetrante.
– Mi sillón abatible se queda donde está. Y también mi televisor.
Empecé a encogerme de hombros, luego lo dejé al darme cuenta de que moverme no me convenía.
– Eso está bien. Yo no quiero sentarme en él.
– ¿Qué? -No sólo no le complacía lo que oía, sino que empezaba a cabrearse.
– Piensa en ello. ¿Vemos las mismas cosas en la tele? No. Tú quieres ver béisbol; yo odio el béisbol. Tu miras todos los deportes. A mí me gusta el fútbol y el baloncesto, y punto. Me gustan los programas de decoración, y tú prefieres que te metan astillas bajo las uñas antes que ver un programa de decoración. De modo que si no quieres que me vuelva loca y te mate, tendré que tener mi propio televisor y un lugar donde verlo.
La verdad sea dicha, no veo mucha televisión, excepto el fútbol universitario que, de hecho, hago lo que sea por ver. Hay que tener en cuenta una cosa: algunas noches no llego a casa hasta después de las nueve, e incluso si llego antes normalmente tengo papeleo que resolver. Hay un par de programas que grabo con el vídeo digital y los veo los domingos, pero en general ni siquiera me tomo la molestia. Eso no quiere decir que no vaya a pelearme con Wyatt por el uso del televisor cada vez que quiera ver algo, y mucho menos que esté dispuesta a renunciar a esos pocos programas. Pero tampoco le hace falta saber lo poco que veo la tele; es el principio del asunto.
– De acuerdo -dijo a regañadientes, porque al fin y al cabo hay que reconocer lo justo-. Aunque preferiría tenerte a mi lado.
– La mitad del tiempo tendríamos que ver lo que a mí me gusta.
Y eso sería un desastre. Él lo sabía tan bien como yo, y tras una pausa renunció a la idea y cedió.
– ¿Qué habitación vas a usar? ¿Uno de los dormitorios de arriba?
– No, porque entonces tendría que volver a reformarlo y trasladarlo todo al cabo de pocos años cuando los niños necesiten sus propios dormitorios.
Su expresión no se ablandó, pero registró cierto acaloramiento: el tipo de acaloramiento de «quierodesnudarte», no el de enfado.
– Hay cuatro dormitorios -recalcó, pensando en el proceso de hacer niños para llenar esos dormitorios.
– Lo sé. Nosotros ocuparemos el dormitorio principal, tendremos dos niños -no descarto tener tres, pero pienso que probablemente serán dos- y tendremos una habitación de invitados. Creo que el salón será lo mejor. ¿Quién necesita un salón de diseño formal? Oh, y necesitaré cambiar el tratamiento de todas tus ventanas. No es por ofender, pero tu gusto para el tratamiento de las ventanas da pena.
Volvió a poner los brazos en jarras.
– ¿Y qué más? -preguntó en tono resignado.
Aja. Estaba rindiéndose más fácilmente de lo que yo había pensado. Aquello ya no era tan divertido.
– Pintura. No digo que los colores neutros no fueran una buena elección, teniendo en cuenta que la decoración no es para nada lo tuyo -añadí de pasada-. Sólo que la decoración sí es lo mío, o sea, que ahora puedes relajarte y dejar todas esas decisiones en mis manos. Confía en mí, un poco de color en las paredes hará maravillas a la casa. Las plantas también. -No tenía plantas de interior, algo que ya le había hecho saber con anterioridad. ¿Cómo podía un humano cuerdo vivir sin plantas de interior?
– Ya te he comprado una planta.
– Me has comprado un arbusto. Y está plantado afuera, que es su sitio. No te preocupes, no tienes que hacer nada con las plantas, aparte de moverlas a donde te diga que las muevas, cuando yo te lo diga.
– ¿Por qué no las pones donde tú quieras ponerlas y las dejas tranquilas sin moverlas?
¿Era eso un punto de vista masculino o qué?
– Con algunas plantas, sí, eso es lo que haré. Otras las sacaré fuera, al porche, cuando haga calor y sólo las meteré en invierno. Tú confía en mí para lo de las plantas, y ya está.
Wyatt no veía nada solapado que yo pudiera hacer con unas plantas, de modo que hizo un gesto de asentimiento a regañadientes. -Vale, podemos tener unas pocas plantas. ¿Unas pocas? Qué negado era. Pero, daba igual, le quería. -Y algunas alfombras. -Tengo moqueta.
– Las alfombras van encima de la moqueta. Se pasó la mano por el pelo con pura frustración. -¿Por qué puñetas ibas a poner una alfombra encima de la moqueta?
– Por lo bien que queda, tonto. Y debería haber una alfombra debajo de la mesa del comedor de la cocina. -El suelo de la zona del comedor tenía las mismas baldosas que el suelo de la cocina propiamente dicha, y eran frías. Una alfombra ahí sería una de las primeras compras. Le sonreí, sonreír no dolía-. Eso es todo. -Por el momento, al menos.
De pronto, él también sonrió.
– Vale, parece bastante llevadero.
Una horrible sospecha empezó a cobrar forma. ¿Me la habían jugado? ¿Me había estado vacilando? Reconozco que, por regla general, al menos la mitad de las cosas que salían de mi boca yo las decía porque disfrutaba vacilándole, pinchándole y provocándole, pero eso era parte de la diversión de tratar con un hombre tan alfa como él. Hacedme caso, tomar el pelo a Woody Alien no sería ni la mitad de emocionante que tomar el pelo, digamos, a Hugo Jackman.
Pero sólo porque me guste vacilarle no quiere decir que acepte que él me lo haga a mí.
– ¿Has estado hablando con papá? -pregunté con desconfianza.
– Por supuesto que sí. Sé que me meto en un asunto muy serio con esto de casarme contigo, de modo que aceptaré cualquier consejo experto que reciba. Me dijo que seleccionara las batallas, que no empezara a defender el territorio por tonterías que no me importaban un carajo. Mientras dejes en paz mi sillón y la tele, yo conforme.
No sabía si enfurruñarme o sentir alivio. Por otro lado, papá no iba a darle mal ejemplo, y mi vida sería mucho más fácil si no tenía que ocuparme yo sólita de toda la formación de Wyatt. Por otro lado, bien, me gusta tocar los cataplines.
– Pues entonces ya puedes firmarme un talón y me pondré manos a la obra -dije con alegría-. Cuando necesite más, te lo haré saber. Conozco un carpintero genial, y aunque es probable que no tenga tiempo para empezar de inmediato, podría quedar con él la semana que viene y enseñarle lo que quiero para que se ponga a pensar en los bosquejos.