No le gustó, sobre todo porque me quería en su casa de forma permanente, ya. O, más bien, desde hacía dos meses, y no llevaba bien lo de no salirse con la suya. Un consejo para los prudentes: si buscas una pareja tranquila, poco agresiva y nada arrogante, jamás te fijes en un poli. Y cuando el poli en cuestión además resulta ser un antiguo jugador de fútbol americano profesional, debes saber que estás tratando con una personalidad capaz de patear culos y pedir la documentación a la gente.
A veces, tengo que admitirlo, intento de forma intencionada sacarle de quicio, sólo porque resulta divertido, pero esta vez estaba siendo sensata. El también lo sabía, de modo que contuvo su tendencia natural a dar órdenes.
– Conforme. Después del trabajo iré a casa a coger mis cosas. De todos modos, no sé a qué hora llegaré a la tuya, así que asegúrate de cenar algo antes de que Siana se marche.
– No tienes que pasar la noche conmigo, estaré bien sola -contesté, porque era lo cortés.
– Sí, claro -dijo con algo que sonaba sospechosamente como un resoplido. Era tan listo que ni siquiera se le ocurrió escucharme. Si me hubiera dejado sola con aquella conmoción, me habría cabreado muchísimo. Oh, Siana podía quedarse conmigo, pero digamos que consideraba que era más bien obligación de Wyatt, parte del trato general que habíamos aceptado al comprometernos. Yo cuidaba de él, él cuidaba de mí. Sencillo. Aunque por supuesto, hasta ahora no había hecho falta cuidar de él, a menos que se quiera incluir las erecciones en esa categoría. Pero me alegraba de eso, porque me estremezco sólo de pensar en que pueda sucederle algo a Wyatt. Le quiero tanto que no soportaba esa idea; además, lo más probable es que fuera un paciente horrible.
De cualquier manera, dejé pasar el comentario sarcástico, y él me besó y se marchó. Siana, sincronizada de forma exquisita, entró en la habitación pocos minutos después de que Wyatt se fuera.
– ¿Cómo se lo ha tomado? -me preguntó.
– Creo que ha pensado que estábamos hablando de verdad de su polla, por usar sus propias palabras. -Puse una pequeña mueca-. En cuanto a lo de pillarle escuchando a escondidas, eso no le ha importado lo más mínimo. Pero he conseguido sacarle un acuerdo para reformar su casa, así que en conjunto ha ido bien.
Una mirada de admiración apareció en su rostro.
– No tengo claro como pasaste de escuchar a escondidas a reformar casas, pero el resultado final es lo que cuenta.
Una vez más, no quería explicar lo de los orgasmos en la despensa, por lo tanto me limité a sonreír. A veces una hermana pequeña tiene que tomar ejemplo de su hermana mayor.
Pasamos la tarde viendo culebrones, lo cual resultó interesante. Siana me explicó que había oído decir que en los culebrones sólo suceden cosas los viernes, y creo que debe ser cierto. Vimos un intento de asesinato, un secuestro y probablemente unas catorce parejas manteniendo relaciones, un cómputo impresionante para tan sólo dos horas.
Estábamos en medio de Oprah cuando entró una doctora y se presentó. Tenía cincuenta y pico años, parecía cansada, y se intuía que su principal interés era acabar la ronda, por lo tanto no le eché la bronca sobre lo de no haber venido antes. En la placa de identificación que llevaba enganchada al bolsillo de su bata blanca decía: «Tewanda Hardy, Medicina General». Me estudió los ojos, leyó mi gráfica, hizo unas pocas preguntas, luego me dijo que la enfermera me daría una lista de instrucciones y que podía irme a casa. Y había salido de la habitación antes de darme tiempo de decir algo más que un apresurado «gracias».
¡Por fin!
Siana sacó mis ropas del armario, y mientras llamaba tanto a mamá como a Wyatt para hacerles saber que me iba a casa, entré con cuidado en el baño para cambiarme. La ropa que me había traído mamá, pantalones y una blusa, eran de una mezcla de lino y rayón suave, y tan holgada que no rozaría ninguno de los rasguños. Además, la blusa se abrochaba por delante para no tener que meterme nada por la cabeza. Vestirme con ropas de verdad hizo que me sintiera mucho mejor otra vez, pese a que aquel esfuerzo empeoró el dolor de cabeza. No sé cómo podía describir aquello como «sentirme mejor», pero así era. La ropa tiene ese efecto en mí.
Una enfermera se acercó con algunos papeleos para firmar y una lista de prohibiciones hasta que el dolor de cabeza desapareciera por completo. Básicamente eso era todo, y yo ya sabía cómo tratar los rasponazos. No me recetaron ninguna medicina; podía tomar remedios sin receta para el dolor de cabeza, en caso necesario. ¿En caso necesario? ¿Nadie había dicho a los miembros de la profesión médica lo que duele una conmoción cerebral?
Tuvieron que sacarme en silla de ruedas, por supuesto, pero no me importó. Siana bajó mis compras y mi bolso cuando fue a buscar el coche para acercarlo a la entrada; o salida, como era el caso. Cuando paró bajo el pórtico, la enfermera empujó la silla de ruedas a través de las puertas automáticas y noté una ráfaga de aire gélido.
– Hace frío -dije con incredulidad-. ¡Nadie me había dicho que teníamos una ola de frío!
– Ha entrado un frente esta mañana temprano -dijo amablemente la enfermera, como si ahora necesitara que me lo explicaran-. La temperatura ha bajado unos quince grados.
Siempre disfrutaba con la primera ola de frío verdadero del otoño, pero normalmente voy mejor vestida para una cosa así. El aire incluso olía a otoño, con un aroma vigorizante a hojas secas pese a que los árboles aún no habían empezado a cambiar de color. Era viernes, noche de fútbol en los institutos. Pronto la gente se dirigiría a los estadios, vestida con suéters y chaquetas por primera vez desde la primavera. No había ido a ningún partido desde la apertura de Great Bods, y de repente eché mucho de menos los olores y sonidos y toda la excitación. Wyatt y yo tendríamos que proponernos ir a algún partido este año, bien de la liga universitaria o de la de institutos, no importaba.
Comprendí que tendría que contratar algún otro empleado para Great Bods, alguien capaz de sustituirme a mí o a Lynn. Si todo salía como estaba planeado, para Navidades estaría embarazada. Mi vida pronto iba a cambiar, y no podía esperar.
Entrar en el coche de Siana y no estar tan expuesta al viento fue un alivio.
– Me dan ganas de tomar un chocolate caliente -dije mientras me ponía el cinturón.
– Suena bien. Prepararé un par de tazas mientras esperamos a Wyatt.
Condujo con cuidado, nada de acelerones ni paradas bruscas, y llegué a casa sin sufrir ningún dolor aparatoso. Mi coche estaba aparcado en su sitio debajo del pórtico, lo que significaba que mientras mamá había tenido mis llaves, había mandado a alguien a buscar el coche al aparcamiento del centro comercial. La noche pasada yo había pensado en eso, pero había olvidado mencionarlo a los demás cuando nos despertamos por la mañana.
Wyatt me llamó al móvil justo cuando entrábamos por la puerta, y me paré a buscar el teléfono en el bolso.
– Estoy en casa -le dije.
– Bien. He salido antes de lo que pensaba. Voy de camino a buscar mis cosas ahora, así que estaré ahí antes de una hora. Puedo ir a buscar algo para cenar, ¿te apetece alguna cosa en especial? Y pregunta a Siana si quiere quedarse a cenar con nosotros.
Transmití su invitación y aceptó; luego teníamos que decidir qué queríamos. Una decisión importante como ésa no podía tomarse de forma precipitada, de modo que dije a Wyatt que llamara cuando ya saliera de su casa. Luego me senté y me quedé muy quieta hasta que disminuyó el martilleo en mi cabeza. Ibuprofeno, allá voy.