Finalmente dije:
– Jenni ha encontrado una pérgola en un garaje con cosas de segunda mano. ¿Podrías ir a recogerla, por favor?
– Seguro. ¿Para qué quiere una pérgola?
Era asombroso que, por mucho que me empeñara en comentar con él los planes de boda, yo daba muchas explicaciones y él evidentemente no escuchaba nada.
– Es para nuestra boda -dije con una paciencia extraordinaria, si se me permite decirlo. Wyatt estaba colgando mi ropa y no quería cabrearle antes de que acabara.
– Entiendo. Jenni no quiere la pérgola, la queremos nosotros.
Vale, o sea, que tal vez sí había escuchado un poco. Por otro lado, era más que probable que papá le hubiera aconsejado que aceptara todo lo que yo planeara para la boda. Buen consejo.
– Aquí está la dirección. -Le tendí la hoja de papel y también cincuenta dólares.
– Jenni ha tenido que adelantarse y pagarla para que la señora no la vendiera, y aquí tienes los cincuenta dólares para dárselos.
Cogió los cincuenta pavos y se los metió en el bolsillo al tiempo que me estudiaba con la mirada.
– ¿Estarás bien mientras estoy fuera?
– No voy a pisar la calle, no voy a levantar nada, no pienso hacer nada que represente sacudir la cabeza. Estaré bien. -Me sentía aburrida y frustrada, pero aceptaba mis limitaciones. Por el momento. Tal vez mañana fuera otro día.
Me besó en la frente mientras sostenía con delicadeza mi nuca con su mano dura y áspera.
– Intenta portarte bien, de todos modos -dijo, como si yo no hubiera dicho nada. No sé por qué esperaba que pudiera meterme en algún lío; oh, alto, podría tener algo que ver con tiroteos, con un coche siniestrado, con acabar secuestrada, retenida a punta de pistola, y ahora casi atropellada en un aparcamiento.
Pensándolo bien, desde que salíamos juntos, mi vida había sido un caos casi continuo, y…
– ¡Eh! ¡Nada de lo que me ha sucedido ha sido culpa mía! -dije indignada, reaccionando a lo que él daba a entender en sentido contrario.
– Desde luego que sí. Atraes los problemas como un imán -dijo, mientras salía tranquilamente por la puerta. Continué, por supuesto:
– ¡Mi vida era tranquila antes de que aparecieras! ¡Mi vida era una balsa de aceite! Si hay alguien aquí que atraiga los problemas como un imán, ése eres tú.
– Nicole Goodwin fue asesinada en tu aparcamiento antes de que yo apareciera -comentó.
– Algo que no tuvo nada que ver conmigo. Yo no la maté. -Y cuánto me alegraba de ello, porque había habido momentos en que podría haberla matado, con sumo gusto.
– Te peleaste con ella y por eso rondaba por tu aparcamiento, motivo por el que la asesinaron allí, hecho que le dio la idea de matarte a la loca esposa del capullo de tu ex marido, para que así le echaran la culpa al asesino de Nicole.
A veces detestaba la manera en que funciona su mente. Me dedicó una sonrisa mientras entraba en la furgoneta. No podía ponerme a dar patadas sin que me doliera la cabeza, no podía hacer gran cosa sin que me doliera la cabeza, y él lo sabía, de modo que me contenté con cerrar la puerta de casa para no ver su mueca, y con ir en busca de papel y boli para empezar a hacer una lista de sus últimas transgresiones. Escribí: «Se mete conmigo y me toma el pelo cuando estoy convaleciente», y dejé la lista ahí tirada para que la viera. Luego, teniendo en cuenta que un solo apunte no crea una lista, volví y añadí: «Me acusa de cosas de las que no soy culpable».
En lo que se refiere a listas, ésta era bastante anémica, y no me dejó nada satisfecha. Hice una bola y la tiré; era mejor no tener ninguna lista que dejar que el impacto se diluyera.
Frustrada, volví al piso de arriba y continué navegando por internet, pero volvió a resultar infructuoso. Casi una hora después, me desconecté. No me estaba divirtiendo lo más mínimo.
Sonó el teléfono y lo cogí al primer ring sin molestarme en comprobar la identidad, básicamente porque estaba aburrida y frustrada.
– Qué lástima, no acerté. -Fue un susurro malévolo; luego se oyó un clic y la desconexión de la llamada.
Aparté el teléfono de mi oreja y me lo quedé mirando. ¿Había oído lo que pensaba que había oído? ¿Qué lástima, no acerté?
¿Qué puñetas…? Si había oído bien, y estaba convencida de que así era, lo único que tenía sentido era que la zorra que conducía el Buick supiera quién era yo, y puesto que ningún periódico había informado de mi accidente -probablemente porque era demasiado insignificante, algo que me daba cierta rabia- eso quería decir que la psicópata sabía con exactitud quién era yo. Eso daba una nueva dimensión a todo el asunto, algo que desde luego no me hacía la menor gracia. Pero ésta era la única vez que alguien «no acertaba», al menos desde la última vez que la esposa de mi ex marido, Debra Carson, me había disparado. La primera vez, me alcanzó el disparo; la segunda, dio accidentalmente a su esposo.
Pero no podía ser Debra, ¿verdad que no? Aunque estaba en libertad bajo fianza -los dos estaban fuera-, la última vez que la había visto estaba contentísima de que Jason la quisiera tanto como para intentar matarme, también él; y puesto que su motivo habían sido los celos, eso parecía descartarlo, ¿verdad?
Comprobé el identificador de llamadas, pero había contestado demasiado deprisa como para dar tiempo a que procesara esa información. La última llamada que aparecía era la de Jenni.
Inquieta, llamé a Wyatt.
– ¿Dónde estás?
– Acabo de descargar la pérgola en casa de mamá. ¿Qué sucede?
– He recibido una llamada. Una mujer ha dicho «Qué lástima, no acerté» y ha colgado.
– Espera un minuto -dijo, y oí unos ruidos, como si buscara algo-, repite eso. -Su voz sonó más clara, un poco más alta, y casi le vi metiéndose el teléfono entre la cabeza y el hombro mientras sacaba la libreta y el boli, que llevaba con él a todas partes.
– Dijo, «Qué lástima, no acerté» -repetí obedientemente.
– ¿Reconociste el nombre en la pantalla de llamadas?
Vaya, tenía que ser eso lo primero que preguntara.
– Contesté demasiado rápido como para que quedara registrado -respondí.
Hubo un breve silencio. Es probable que él siempre espere a ver quién llama antes de contestar. Yo normalmente también lo hago. Aun así, debió de decidir no dar importancia a eso, porque se limitó a decir:
– Vale. ¿Estás segura de que fue eso lo que dijo?
Pensé en ello reproduciendo de nuevo las palabras en mi cabeza, y la sinceridad me hizo admitir:
– Segura del todo, no. Estaba susurrando. Pero sonaba a eso. Si quieres porcentajes, estoy un ochenta por ciento segura de que es lo que dijo.
– Ya que era un susurro, ¿estás segura de que se trataba de una mujer, y no de una llamada de mal gusto de un adolescente?
Su trabajo era hacer preguntas de ese tipo. Yo, a esas alturas, ya sabía que los polis nunca se fiaban de las apariencias, pero empezaba a enojarme. Me tragué mi enfado -ya habría tiempo para eso más tarde- y volví a repasar mentalmente lo que había oído.
– De eso estoy más segura, tal vez un noventa y cinco por ciento. -El único motivo de que no estuviera segura al cien por cien era que hay un breve periodo entre la infancia y la adolescencia en que la voz de un chico puede sonar como la de una mujer, y también porque algunas mujeres tienen voces profundas y algunos hombres tienen voces agudas. No puedes estar segura al cien por cien de algo así.
No hizo más preguntas, no hizo ningún comentario sobre la llamada, se limitó a decir:
– Estaré ahí dentro de quince minutos. Si hay más llamadas, no contestes a menos que sepas quién llama. Deja que el contestador las recoja.
No hubo más llamadas, gracias al cielo, y él apareció al cabo de doce minutos, y no es que yo estuviera mirando el reloj ni nada por el estilo, de eso nada. Doce minutos fueron lo bastante largos para mí como para empezar a preguntarme si no estaba reaccionando de forma exagerada, si no me estaban traicionando los nervios por el incidente del aparcamiento, sumado a la tensión de la fecha límite de la boda. La verdad era que empezaba a sentirme paranoica. Había sido objeto de bromas por teléfono antes, pero no por ello me había preguntado si alguien intentaba hacerme daño.