– O veintinueve, pero es un mes que no se aclara, o sea, que no cuenta.
– Lo capto. Vale, de aquí a veintinueve días. Significa que vas a casarte el trigésimo día. ¿Lo contará así?
– Tiene que concederme los treinta días completos, por lo tanto, sí. -Cogí la libreta y el boli que había estado usando la noche anterior y empecé a escribir unas notas-. Vestido, flores, pastel, adornos, invitaciones. Sin damas de honor. Sin esmoquin para él, sólo un traje. Es factible. -Una boda no tiene que ser lujosa para ser memorable. Yo podía pasar sin lujos, pero me negaba a que no fuera bonita. En un principio, había pensado en una dama de honor para mí y tal vez algún amigo para acompañar al novio, pero estaba recortando cuanto podía.
– La tarta será el problema; el resto del refrigerio se puede conseguir en cualquier sitio, pero la tarta…
– Lo sé -dije. Las dos respiramos hondo. Una tarta nupcial es una obra de arte, lleva tiempo. Y la gente que hace buenas tartas nupciales por lo general está comprometida con meses de antelación.
– Yo me ocuparé de eso -dijo mamá-. Pediré refuerzos, hablaré también con Sally para que nos ayude; necesita una distracción ahora, para dejar de pensar en Jazz.
Qué tema tan triste. Sally y Jazz Arledge estaban a punto de ver cómo se iba al garete su matrimonio de treinta y cinco años si no conseguían superar sus problemas. Sally era la mejor amiga de mamá, de modo que la apoyábamos unánimemente, pese a sentir lástima por Jazz, por lo perdido que se le veía. Sally había intentado atropellar a Jazz con el coche, con la intención tal vez de romperle las piernas; y la verdad, él tendría que haberle dejado hacer, en vez de apartarse de un brinco, porque entonces ella habría considerado que estaban en paz y que podía perdonarle por deshacerse de las inestimables antigüedades de su dormitorio, pero supongo que el instinto de supervivencia le hizo meter la pata y finalmente él saltó y se quitó de en medio, con lo cual Sally chocó contra la casa en vez de contra él, y el airbag se desplegó y le rompió la nariz, empeorando aún más la situación. Jazz tenía problemas muy, pero que muy serios.
– Hoy me toca abrir, de modo que a Lynn le toca cerrar -Lynn Hill es mi ayudante de dirección en Great Bods-, así que me voy a ir de compras esta misma tarde -le dije a mamá-. Compras en plan serio. ¿Alguna sugerencia?
Mencionó unas pocas tiendas y colgamos. Imaginé que hablaríamos varias veces durante el transcurso del día y que me tendría informada de cómo iba el reclutamiento. Mis hermanas, Siana y Jenni, tendrían que entrar en combate, eso seguro.
Mi objetivo inmediato era simple: encontrar volando un vestido, y así disponer de tiempo suficiente para hacer cualquier modificación, en caso necesario. No estoy hablando de un vestido de novia de cuento de hadas; ya usé uno de esos cuando me casé la primera vez, y no funcionó: no fue un cuento de hadas. Lo que quería esta vez era algo sencillo y clásico que aparentara valer un millón de pavos y que dejara a Wyatt casi ciego de deseo. Eh, sólo el hecho de que durmiéramos juntos no era motivo para renunciar a una noche de bodas memorable, ¿de acuerdo?
Tenía que haber una manera de mantener a Wyatt a raya durante el próximo mes, para asegurarme de que el deseo le cegaba por completo. Hasta ahora, de todos modos, en lo relativo a Wyatt, yo no podía decir que saliera muy airosa en el apartado de mantenerle alejado. Sabe cómo vencer mis pocas y penosas defensas, sobre todo porque a mí sí que me ciega el deseo por él.
Pensé en la posibilidad de que se fuera a vivir con su madre durante este tiempo. Eso representaría un obstáculo en sus expectativas sexuales, aunque era perfectamente capaz de secuestrarme y llevarme a su guarida para una noche de desenfreno extasiado. Dios, me encanta este hombre.
Se me ocurrió pensar entonces que si él no podía mantener relaciones, yo tampoco. Pasar un mes entero sin él… tal vez fuera capaz de conseguir que me secuestrara más de una vez.
¿Lo veis? Soy lamentable, de verdad, algo de lo que él se ha aprovechado más de una vez.
Oh, Dios, parecía que las próximas semanas iban a ser divertidas.
Wyatt me llamó al móvil a primera hora de la tarde. Yo estaba en medio de una tanda intensiva de ejercicios -como dueña de Great Bods tengo que mantenerme en forma o la gente pensaría que no es un sitio demasiado recomendable-, pero paré para atender la llamada, no porque supiera que se trataba de Wyatt, porque no lo supe hasta que vi su número identificado en la pantalla, sino porque mamá podría estar llamando, con toda la actividad que se había iniciado esa mañana.
– Creo que podré salir a la hora, por una vez -dijo-. ¿Quieres que vayamos a cenar?
– No puedo, tengo que ir de compras -contesté mientras entraba en la oficina y cerraba la puerta.
Wyatt sentía por las compras el respeto habitual en un hombre, es decir, cero patatero.
– Puedes hacer eso después, ¿verdad que sí?
– No, porque no hay después.
Se hizo un silencio, porque cada vez que suelto frases de ese tipo, él hace una pausa, como si buscara significados o ardides ocultos. Da gusto ver la atención que me ha prestado, a mí y a mis métodos.
Finalmente dijo:
– Si el final está próximo, ¿por qué molestarse en ir de compras?
Entorné los ojos pese a que no podía verme. Que me perdonen, pero si el final está próximo, ¿qué otra cosa harías aparte de ir de compras? ¿Esos zapatos fabulosos que has estado mirando pero no ibas a comprar porque no sabías cuándo ponértelos y porque de todos modos valen un dineral? A por ellos, encanto. No es que tengas que preocuparte de la cuenta de la tarjeta de crédito, con el final próximo y todo eso. Vale, tal vez sea verdad que no puedas llevártelos contigo al otro barrio, pero ¿vas a arriesgarte? ¿Y si puedes llevártelos y te enteras demasiado tarde? Ahí estarás con cara de tonta, sin todas esas cosas que de verdad querías pero no te compraste porque no estabas convencida de la utilidad de almacenarlas.
Me libré de aquellos pensamientos y regresé de la eternidad a Wyatt.
– No he dicho que el mundo se esté acabando. Todo esto tiene que ver contigo y con tu estimadísima fecha límite.
– Ah. Ya capto. Mi fecha límite. -Sonaba muy complacido con su fecha límite; había logrado exactamente lo que pretendía, que era hacerme pasar a la acción sin tener en consideración las agendas incompatibles de los demás. Le conocía lo suficiente como para saber que hablaba muy en serio, por supuesto, de otro modo sus técnicas incentivas no hubieran funcionado.
– Por tu fecha límite -continué con dulzura-, lo más probable es que no tenga tiempo para comer durante el próximo mes, y mucho menos salir a disfrutar de una cena sin prisas. Tengo que encontrar un vestido de novia esta noche para disponer de plazo suficiente para hacerle arreglos. Tú tienes un traje negro, ¿verdad?
– Por supuesto.
– Eso es lo que llevarás a la boda entonces, a menos que tenga los puños raídos, en cuyo caso mejor te vas de compras también, porque si apareces en nuestra boda con los puños raídos, ninguno de nosotros te lo perdonará jamás, y juro que te haré la vida muy desgraciada.
– Siempre podría divorciarme de ti en caso de que lo intentaras. -En su tono de voz ahora había una diversión perezosa. Podía imaginarme el destello en sus ojos verdes.
– Puedes intentar divorciarte de mí siempre que quieras, porque yo me dejaré la piel en impedirlo y te perseguiré hasta el fin de la tierra. Siana te acosará también. Y mamá convencerá a todas las estudiantes de su hermandad universitaria para que te hagan la vida imposible. -Siana es abogada y eso tal vez le diera que pensar, pero Wyatt se pasa el día entre abogados y por lo tanto no le impresionan demasiado. Por otro lado, siente un respeto saludable por mi madre, basado en un temor real. Ella sí convencería a todas las estudiantes de su hermandad para que le acosaran.