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– ¿De modo que pones la vida en ello?

– Ya puedes apostar el culo a que sí. -Esperé un instante y añadí-. Tu vida, al fin y al cabo.

Resultaba de verdad fastidioso cuando se reía de algo que yo había dicho para hacerle reflexionar un poco.

– Comprobaré esos puños -dijo-. La camisa, ¿de qué color?

Vale, había estado tomando notas después de todo.

– Blanca o gris. Ya te lo haré saber. -No me parecía nada bien que el novio acaparara la atención en vez de la novia. Sí, sé que también iba a ser su boda, pero lo único que a él le importaba era legalizar nuestra relación para que finalmente yo accediera a vivir bajo el mismo techo y tener hijos suyos, aunque estoy casi convencida de que el apartado de los niños no era su preocupación inmediata.

– Pónmelo fácil. Ya tengo camisas blancas.

– ¿Que te lo ponga fácil? ¿Después de lo que me has hecho con tu estúpida fecha límite?

– Aparte de tener que ir de compras esta noche, ¿exactamente que te he hecho?

– ¿Crees que las invitaciones se encargan solas? ¿O que se envían solas? ¿O que los refrigerios aparecen por arte de magia?

– Pues contrata a una empresa de catering.

– No puedo -dije, aún con más dulzura que antes-. Las empresas de catering ya están comprometidas con meses de antelación. Y yo no tengo todo ese tiempo. Idem para la tarta nupcial. Tengo que encontrar a alguien que pueda hacer una tarta de un momento a otro.

– Compra una en la pastelería.

Aparté el móvil de mi oreja y me lo quedé mirando, preguntándome si estaba comunicándome con un alienígena. Cuando me lo volví a acercar, pregunté:

– ¿Hiciste algo para tu primera boda?

– Me presenté y permanecí en pie donde me dijeron.

– Esta vez tendrás que hacer algo más que eso: te encargarás de las flores. Pídele ayuda a tu madre. Te quiero, tengo que irme ahora. Adiós.

– ¡Eh! -Le oí dar un grito mientras yo ponía fin a la llamada.

Me entretuve el resto de la tarde imaginando su estado de pánico. Si fuera listo, llamaría a su madre al instante, pero pese a ser un hombre muy listo, ante todo es un Hombre, por lo tanto supuse que como mucho preguntaría a los sargentos y agentes casados por si de hecho recordaban algo de sus bodas, y en tal caso, ¿a qué tipo de flores me refería? Al final del día habría llegado a la conclusión de que las flores en cuestión no eran de esas que se plantan en macetas. Tal vez se le ocurriera pensar que me refería a mi ramo de novia, y tampoco era eso; de ninguna manera dejaría aquella cuestión en manos de un hombre, por mucho que le quisiera. En algún momento, al día siguiente, uno de ellos recordaría algo así como un arco con cosas en él, tal vez rosas, y en algún otro momento Wyatt también descubriría que tampoco mañana por la noche yo iba a estar libre, y empezaría a ver clara la horrorosa verdad: su vida sexual había quedado aniquilada para el próximo mes, y todo por su comportamiento.

Me encanta cuando los planes cuadran, ¿a vosotros no?

No es que dejara algo tan importante como las flores totalmente al azar. Llamé a su madre, una mujer tan maja que me cuesta creer la suerte de tenerla como suegra, y le facilité todos los detalles.

– No dejaré que se duerma en los laureles -prometió-. Habrá todo tipo de emergencias y retrasos, pero no te preocupes, me aseguraré de que todo sea como tú quieres.

Una vez resuelto eso, acabé la tanda de ejercicios, me duché y me sequé el pelo, me di unos rápidos toques de máscara y barra de labios y me cambié de ropa. Lynn lo tenía todo controlado, como era habitual, de modo que me escapé antes de lo normal y me fui en coche al mejor de nuestros dos centros comerciales. Aunque en la ciudad había varias tiendas de ropa de etiqueta, era posible que encontrara lo que quería en una de las tiendas de categoría del centro comercial. Las habituales que vendían ropa de etiqueta tardaban siglos en hacer cualquier arreglo.

En el centro comercial había un aparcamiento cubierto, además de otro más amplio al aire libre. Todo el mundo intentaba aparcar en el cubierto, por supuesto, lo cual dejaba algunas excelentes plazas libres afuera. Di unas vueltas con mi pequeño Mercedes negro, doblando las esquinas como un enérgico gato, y localicé uno de esos espacios excelentes justo fuera de una de las tiendas que me interesaban. Me metí a toda prisa en la plaza, sonriendo un poco con la maniobra. Nada como un Mercedes para conducir.

Iba casi dando brincos al entrar en la tienda; nada como un desafío para acelerarme, y además tenía una misión que implicaba probarme ropa. A veces algunos planetas están alineados o algo parecido, y se dan estas pequeñas ventajas adicionales, así de sencillo. Y ya estoy contenta. Ni siquiera me enfadó especialmente que la primera tienda no tuviera lo que quería, porque iba preparada para una larga búsqueda. Encontré un par de zapatos que eran justo lo que tenía en mente, con tiras y cómodos, con un tacón de cinco centímetros que pudiera llevar durante horas. Y lo mejor de todo: relumbraban con lentejuelas y cristales. Me van los zapatos con un toque especial, y además necesitaba tener cuanto antes el zapato que me pondría en la boda para así saber si el largo del vestido, una vez consiguiera encontrarlo, era el correcto.

Buscaba un vestido de color champaña claro. Nada de blanco, ni siquiera color hueso o crema, porque, seamos realistas, ¿venía al caso? El blanco sigue transmitiendo el mensaje tradicional, que en un segundo matrimonio resulta de verdad tonto. Aparte, el champaña me queda realmente bien, y ya que toda la idea era dejar a Wyatt ciego de deseo…

Lo intenté a la antigua usanza. Me recorrí de arriba abajo todas las tiendas, parando sólo para cenar una rápida ensalada en la zona de restaurantes. Durante el recorrido encontré algunos conjuntos de ropa interior fabulosos, algunos pendientes que tuve que quedarme, así de claro, otro par de zapatos -esta vez, unos zapatos de salón negros que cortaban la respiración-, una fantástica falda tubo que me iba como un guante, e incluso unos pocos regalos de Navidad, ya que este año las compras de regalos navideños iban a ser el doble de los años anteriores, con la familia de Wyatt sumada a la mía, por lo que tenía que empezar pronto.

Lo que no encontré fue el vestido color champán.

A eso de las nueve, renuncié a conseguir nada más por aquella noche. Tendría que empezar mañana a recorrer los comercios de ropa de etiqueta y, a menos que hubieran cambiado desde mis días del baile de la facultad -vale, sí, de eso hace ya quince años, más o menos, y es posible que haya habido cambios-, aunque encontrara un vestido que me gustara, seguro que se lo habría probado tanta gente que tendría que encargar uno nuevo, lo cual llevaba su tiempo, y tiempo era lo que no tenía.

Mientras salía del centro comercial, mis pensamientos iban a cien por hora. Una modista. Necesitaba una modista. Mañana intentaría otra vez encontrar un vestido confeccionado, que sería la solución más sencilla, pero si no aparecía algo mañana por la noche, volvería a mi plan be, que era comprar la tela y encargar el traje. Eso aún requería más tiempo, pero era factible.

No prestaba atención a mi entorno, lo admito, tenía cosas importantes en la cabeza. Al salir de la tienda, advertí que no quedaban muchos coches en el aparcamiento, pero había aparcado el mío cerca, había buena luz, ningún desconocido del que desconfiar merodeaba cerca de mi coche, y en ese mismo momento salía más gente del centro comercial, etcétera.

Hice malabarismos con mis paquetes para poder sacar la llave del bolsillo y di al botón del control remoto mientras bajaba del bordillo. Había una furgoneta aparcada en la plaza de minusválidos, que por supuesto era la primera de la fila, y yo había aparcado justo en la segunda plaza. Mi precioso cochecito me hizo una señal de bienvenida con sus faros.