Había una foto de Wyatt con su padre, fallecido hacía ya un tiempo. Él debía tener entonces unos diez años pues aún mostraba una mirada inocente. Su padre debió de morir poco después de que sacaran la foto, porque Roberta me había contado que Wyatt tenía diez años cuando sucedió. Entonces fue cuando su inocencia se esfumó, ya que todas las fotos sacadas después mostraban a alguien consciente de que la vida no siempre es segura y feliz.
Luego encontré la foto con su esposa.
Primero leí lo que había escrito en el reverso, porque la foto estaba boca abajo. La cogí. Con bonita caligrafía femenina, aparecía la inscripción: Wyatt y yo, Liam y Kellian Greeson, Sandy Patrick y su última monada.
Le di la vuelta y miré la cara de Wyatt. Reía a la cámara, cogiendo distraídamente por el hombro a una pelirroja muy guapa.
Noté una punzada de celos naturales. No quería verle con ninguna otra mujer, sobre todo con la que había estado casado. ¿Por qué no podía haber sido fea o desagradable, alguien que obviamente no encajara con él, en vez de ser tan guapa y…
…mi acosadora.
Me quedé mirando la fotografía sin creer lo que veían mis ojos. La fotografía debía tener fácilmente quince años, y ella parecía jovencísima, poco más que una adolescente, aunque yo sabía que sólo tenía un par de años menos que Wyatt. Llevaba el pelo muy diferente: un voluminoso peinado de los ochenta, adaptado a los noventa, y demasiado maquillaje, aunque mi intención no fuera criticar ni nada parecido. Y esas largas, largas pestañas que le quedaban como si llevara pestañas artificiales.
No cabía duda.
Me fui hacia el teléfono.
No había tono de llamada.
Esperé, porque a veces una unidad inalámbrica tarda unos segundos en dar el tono de llamada. No pasó nada.
Bien, no era la primera vez que no oía señal y no era algo tan importante, pero cuando una acosadora homicida anda detrás de ti y el teléfono no da tono de llamada, hay que asumir automáticamente lo peor. ¡Dios mío, estaba ahí! De algún modo había cortado la línea telefónica, y eso no podía ser tan fácil.
Entonces fue cuando me percaté de lo tranquila y silenciosa que estaba la casa. No se oía ningún zumbido de fondo de la caldera, ni de la luz, ni del frigorífico. Nada.
Miré el despertador digital. Estaba en blanco.
No había corriente. No lo había advertido antes porque el dormitorio tenía suficientes ventanas como para dejar entrar la luz necesaria para poder ver, incluso en un día lluvioso, y como había estado enfrascada en las fotos…
Pero había luz cuando Wyatt se fue, porque había oído la puerta del garaje. Y como no llevaba ni quince minutos fuera, no podía haberse ido hacía mucho rato. ¿Qué demostraba eso? ¿Alguna cosa? ¿Que había esperado a que él saliera de casa para entrar? Y ¿cómo sabía dónde vivía? Habíamos tenido mucho cuidado, nadie nos había seguido hasta allí.
Pero sabía dónde trabajaba él. Por lo tanto, no tendría más que haberle esperado ahí y seguirle a casa. Incluso era posible que lo hubiera hecho antes de que empezara a seguirme a mí. Seguirle a él era lo que la había conducido hasta mí.
Me puse de pie silenciosamente y cogí el móvil de donde lo había dejado, sobre la cama. Lo había subido al piso de arriba porque muchísima gente me llama al móvil si quiere hablar conmigo. La falta de corriente no le habría afectado, a menos que fuera un problema de toda la zona que dejara inutilizadas las torres de telefonía móvil, pero en tal caso no tendría nada de qué preocuparme. Era el hecho de que se limitara a la casa lo que me tenía cagada de miedo.
Estaba temblando cuando tecleé el número de Wyatt; notaba el pelo erizado sobre el cuero cabelludo. No tenía dudas al respecto, estaba espantada. Haciendo el menor ruido, me metí en el baño y cerré la puerta, y amortigüé el sonido de mi voz.
– ¿Qué pasa? -me dijo al oído.
– Es Megan -solté-. Es Megan. Estaba mirando fotos antiguas y… es ella.
– ¿Megan? -repitió. Sonaba estupefacto-. Eso no tiene…
– ¡No me importa lo que no tenga! -susurré frenéticamente-. ¡Es ella! ¡Es la acosadora! Y se ha ido la luz. Y ¿si está aquí? Y ¿si está en casa…?
– Ahora vuelvo -dijo sin vacilar lo más mínimo-. Y voy a llamar a la patrulla más próxima. Si crees que está en la casa entonces sal de ahí como sea. ¿Entendido? Ya son demasiadas veces, ya has tenido demasiados avisos y te has salvado por los pelos en demasiadas ocasiones. Si tienes que volver a salir por la ventana, hazlo.
– Vale -contesté, pero ya había colgado y la línea se quedó muerta.
Wyatt venía hacia aquí. Llevaba fuera unos quince minutos, que es lo que tardaría en regresar, a menos que condujera como alma que lleva el diablo. También era posible que hubiera un coche patrulla más cerca.
Aunque suene raro, saber que confiaba en mi intuición me calmó un poco. Tal vez fuera porque no me sentía tan sola, porque la ayuda venía en camino.
Puse el móvil en modo silencioso y lo introduje en el bolsillo. Al menos esta vez no me pillaba con un pijama ligerísimo y sin zapatos. Una camiseta de manga larga y unos pantalones de chandal con bolsillos ofrecían mucha más protección. Bueno, aún no me había puesto los zapatos, pero como mínimo llevaba calcetines; y aunque hubiera llevado los zapatos puestos, me los habría quitado para no hacer ruido.
Lo más probable era que los nervios me estuvieran jugando una mala pasada, pero la última vez que me tranquilicé con este argumento, me quemó la casa. Yo parecía tener un sexto sentido que me permitía saber cuándo estaba cerca, y mi intención era seguir ese instinto.
Al menos ya no tenía que preguntarme por qué sucedía todo aquello, qué había hecho para que alguien quisiera matarme. Ahora lo sabía. Era Wyatt. Wyatt me quería e íbamos a casarnos, y ella no podía soportarlo.
Roberta me había dicho que cuando Megan solicitó el divorcio, Wyatt se largó sin más. No se había preocupado ni por intentar salvar su matrimonio ni por repensarse su decisión de hacerse policía. Ella no era lo bastante importante para él. Aquello tuvo que haberla corroído mucho durante todos esos años, el no haber sido suficiente mujer para el hombre que amaba. Yo podía entender cómo se sentía, pero no me daba lástima ni alguna otra estupidez por el estilo. Por favor, esa zorra psicópata había intentado matarme.
Se había vuelto a casar al cabo de un año más o menos, según me había contado Roberta. Su segundo matrimonio por lo visto tampoco había funcionado, ¿cómo podía, si estaba enamorada de Wyatt? Pero había esperado, porque él no había vuelto a casarse, y podía aferrarse a la idea de que, en lo más profundo, todavía la quería y tal vez un día volvieran a estar juntos; hasta que aparecí yo. Nuestro anuncio de matrimonio había salido en el periódico. ¿Tendría ella la costumbre de conectarse a internet y leer el diario local, o de introducir en Google el nombre de Wyatt de vez en cuando? Tal vez algún conocido de la ciudad se lo había dicho. Cómo lo había descubierto no importaba, pero su reacción a las noticias sí, y mucho.
Intenté pensar en lo que tenía a mi disposición para defenderme. Cuchillos, por supuesto, abajo en la cocina. Si estuviera en mi casa, bajaría segura a por uno, porque mi sistema de alarma me diría si alguien había entrado, pero Wyatt no tenía sistema de alarma. Tenía cerraduras, cerraduras con candados, y ventanas de panel triple que sólo permitían entrar a alguien que estuviera muy decidido a hacerlo. Por desgracia, ella lo estaba.