Tenía exactamente mi altura y, aunque esto le hacía parecer enclenque a primera vista, el cuerpo que se descubría bajo la ropa negra que había escogido para esa noche tenía un aspecto firme y musculoso. Sabía que no era sólo fuerte. También era ágil. Descubrí cicatrices de quemaduras a lo largo de su espalda y sus hombros, como si fueran callos blancos sobre la delicada seda de su cuerpo. Las cicatrices se remontaban a cuando un pescador quemó su piel de foca. En tiempos, Roane podía ponerse su piel de foca y convertirse en una foca y luego quitársela y convertirse en humano, o, mejor dicho, adquirir apariencia humana. Entonces un pescador descubrió su piel y la quemó. La piel no era sólo un objeto mágico para cambiar de forma, era una de sus partes igual que los ojos o el pelo. Roane es la única persona foca de la que he oído decir que sobrevivió a la destrucción de su otro yo. Sobrevivió, pero no podrá cambiar de forma nunca más. Quedó condenado a permanecer atado a la tierra eternamente y olvidar para siempre la otra mitad de su mundo.
A veces, por la noche, yo encontraba la cama vacía. Si estábamos en mi apartamento, él miraba por la ventana poniendo cualquier pretexto. Si estábamos en su casa, observaba el océano y su mente se fundía con las olas mientras yo miraba por el balcón. Nunca me despertó ni me pidió que acudiera a su lado. Era su dolor particular y no lo podía compartir. Supongo que era justo, porque en los últimos años en que habíamos sido amantes, yo jamás había dejado caer mi encanto completamente. Él no había visto nunca las cicatrices de los duelos. Las heridas me delataban como alguien relacionado íntimamente con los sidhe. Por más que fuera una negada en hechizos ofensivos, había pocos mejores que yo para mantener el encanto personal. Esto me ayudaba a esconderme, pero poco más, Roane no podía quebrar mis defensas y, no obstante, sabía que existían. Sabía que, incluso en los momentos de descanso, me reservaba. De haber sido humano, habría preguntado por qué, pero como no lo era no lo preguntó, del mismo modo que yo nunca le pregunté sobre la llamada de las olas.
Un ser humano no habría podido dejar de curiosear, pero un amante humano tampoco habría podido sentarse tan tranquilo mientras otro hombre manoseaba mis pechos. Roane no era celoso. Sabía que eso no significaba nada para mí y, por tanto, tampoco significaba nada par él.
La otra mujer de la habitación era la detective Lucinda Tate, a la que todos llamaban Lucy. Habíamos trabajado con ella en diversos casos de acciones perpetradas por no humanos, y cuyas víctimas estaban siendo hechizadas o asesinadas. En realidad, la primera vez que se amplió la Ley sobre el Ejercicio de la Magia par incluir el trabajo policial fue cuando Jeremy y el resto de nosotros actuamos circunstancialmente como policías. Todos nosotros cumplíamos con los requisitos de tener dotes mágicas y eso nos hacía idóneos para la labor, porque significaba que podían prescindir de toda la prelación que un compañero no mágico habría necesitado y que nos podían poner a trabajar de inmediato. Una especie de ayudantes de emergencia. La Ley sobre el Ejercicio de la Magia me permitió sacarme el carnet de detective ahorrándome el montón de horas de preparación que se exige normalmente para obtener una licencia en California.
La detective Tate se apoyaba en la pared y movía la cabeza.
– Joder, Klein, no me extraña que hayas tenido demandas por acoso sexual.
Maury pestañeó para recuperar la atención. Tenía el aspecto de alguien que está al final de un hechizo poderoso, como si se estuviera despertando pero el sueño todavía no se hubiera acabado. La capacidad de concentración de Maury era envidiable. Finalmente, se dirigió a la detective, con las manos todavía en mi sujetador.
– No sé a qué se refiere, detective Tate.
La miré por encima de la cabeza gacha de Maury.
– De verdad no lo sabe -dije.
Tate me sonrió.
– Perdón por el manoseo, Ferry. Si no fuera el mejor en lo que hace, nadie se lo toleraría.
– Casi nunca utilizamos equipos de sonido ni cámaras ocultas -dijo Jeremy-, pero cuando lo hacemos, me gusta pagar por lo mejor.
Tate lo miró.
– El departamento no se lo podría permitir, sin duda.
Maury habló sin quitar su atención de mi pecho.
– En otra época trabajé como autónomo para la policía, detective Tate.
– Y nos gustó de verdad, señor Klein.
El brillo travieso en la mirada de la detective y el semblante cínico no se correspondía demasiado con sus palabras. El cinismo parecía ser un gaje del oficio. El brillo travieso formaba parte de la esencia misma de Lucy Tate. Siempre parecía reírse de todo por lo bajo. Yo estaba bastante segura de que se trataba de un mecanismo de defensa para mantener oculta su verdadera identidad, pero todavía no había descubierto qué trataba de esconder. No era asunto mío, aunque admito cierta curiosidad muy impropia de duendes acerca de la detective Lucy Tate. Era la suma perfección de su camuflaje, el hecho de que no se podía ver más allá de esa careta divertida, lo que me animaba a penetrar en ella Veía el dolor de Roane, y por eso lo podía dejar en paz, pero no conseguía ver nada en Lucy, y tampoco Teresa, lo cual significaba, por supuesto, que la detective Tate era un ser con unos poderes psíquicos considerables. Algo había sucedido en su más tierna edad que le hacía ocultar sus poderes hasta tal punto que ni ella misma sabía que los tenía. Ninguno de nosotros le había explicado esta idea. La vida de la detective Tate parecía en orden y ella tenía aspecto de ser feliz. Si tocaba la herida que había forzado el declive de sus poderes, todo podía cambiar. El suceso quizá fuera tan traumático como para que no se recuperase nunca. Así que la dejábamos tranquila, pro nos preguntábamos por ella, y en algunas ocasiones resultaba especialmente difícil no probar con ella estratagemas mágicas o psíquicas, sólo para ver qué pasaría.
Maury retrocedió y por fin apartó las manos de mi pecho.
– Creo que ya está. Pondré sólo un poco de cinta para asegurarme de que no se mueve y listo.
Chris le pasó trocitos de cinta adhesiva que ya había preparado previendo la petición de Maury. Éste las cogió sin hacer comentarios.
– ¿Ha visto lo que he tenido que hacer para poner el micrófono dentro? Bueno, este tipo tendrá que hacer lo mismo para encontrarlo.
Me había pedido que sostuviese el sujetador de manera que él pudiera trabajar con las dos manos. Era lo más amable que había hecho en los últimos cuarenta y cinco minutos.
Maury dio un paso atrás.
– Póngase el sujetador como lo lleva normalmente.
Fruncí el entrecejo.
– Así es como normalmente lo llevo.
Hizo un pequeño movimiento con las manos a la altura del pecho.
– Ahuéquelo para que quede como el otro.
– Ahuecarlo -dije, pero reí porque finalmente le había entendido.
Suspiró y dio un paso hacia delante.
– Se lo mostraré.
Yo levanté una mano para detenerle.
– No necesito ayuda.
Me incliné y sacudí mi pecho derecho dentro de copa del sujetador, utilizando la mano para colocar todo en su sitio. Mi pecho, ya bastante bonito de por sí, quedaba tan levantado que adquiría un aspecto casi obsceno, pero cuando puse la mano en el área donde debería haber sentido el micrófono, lo único que noté fue el aro y la tela.
– Es perfecto -dijo Maury-. Puede quedarse con el sujetador, mientras lo lleve puesto él no se dará cuenta nunca.