¡Tierra pletorita de riquezas naturales que no produce nada y necesita de todo, acabada de arruinar por el cataclismo mundial que ha multiplicado sus sufrimientos; desgraciada y fascinadora Mongolia!
A esta tierra me condujo el Destino para pasar en ella seis meses de lucha por la vida y la libertad, después de mi infructuosa tentativa para llegar al Océano Indico atravesando el Tíbet. Mi fiel amigo y yo nos vimos obligados, de buena o mala gana, a tomar parte en los graves acontecimientos que se produjeron en Mongolia en el año de gracia de 1921. En el curso de este periodo agitado he podido apreciar la calma, la bondad y la honradez del pueblo mongol; he podido leer en el alma mongola, ser testigo de los tormentos y de las esperanzas de esta nación y conocer todo el horror al miedo que les anonada frente al misterio, allá, donde el misterio impera en toda la vida.
He visto los ríos, durante el riguroso invierno, romper con fragor de trueno sus cadenas de hielo, y los lagos arrojar a sus orillas los despojos humanos; he oído voces desconocidas y extrañas en los barrancos montañosos; he divisado los fuegos fatuos revolotear sobre los cenagosos pantanos; he visto arder los lagos; he levantado los ojos a picos inaccesibles; he encontrado en invierno enormes hacinamientos de serpientes en lo hondo de las zanjas; he cruzado ríos eternamente helados; he admirado rocas de formas fantásticas semejantes a caravanas petrificadas con sus camellos, jinetes y carretas, y más que todo esto me ha sobrecogido el espectáculo de las montañas peladas, cuyos pliegues parecen del manto de Satán cuando la púrpura del sol poniente las inunda de sangre.
– ¡Mirad allá arriba! – me gritó un viejo pastor, señalando las pendientes del Zagastai maldito -. No es una montaña; es él acostado e n su manto rojo y esperando el día de levantarse de nuevo para reanudar la lucha contra las buenos espíritus.
Oyéndole hablar me acordé del cuadro místico de Vrubel. Eran las mismas montañas desnudas, revestidas del traje púrpura y violeta de Satán, cuyo rostro está medio oculto por una nube gris que se acerca. Mongolia es el país terrible del misterio y de los demonios; así que no es sorprendente que cada violación del antiguo orden de cosas que rige la vida de las tribus nómadas haga correr la sangre por el demoniaco placer de Satán, tumbado sobre las montañas mondadas, envuelto en un velo gris de desesperación y tristeza o en el manto púrpura de la guerra y la venganza.
A nuestra vuelta de la región de Kuku Nor, y después de algunos días de descanso en el monasterio de Narabanchi, fuimos a Uliassutai, capital de la Mongolia exterior occidental. Es la última población verdaderamente mongola del Oeste. En Mongolia no hay más que tres ciudades enteramente mongolas; Urga, Uliassutai y Ulankon. La cuarta ciudad, Kobdo, tiene un carácter esencialmente chino; es el centro de las administración china de aquella comarca, habitada por tribus nómadas, que solo conocen nominalmente la influencia de Pekín o de Urga. En Uliassutai y Ulankon, además de los comisarios y destacamentos irregulares chinos, hay gobernadores o saits mongoles nombrados por decreto del Buda vivo.
En cuanto llegamos a esta ciudad nos vimos sumergidos en la efervescencia de las pasiones políticas. Los mongoles, en plena agitación, protestaban de la política china aplicada a su país; los chinos, llenos de rabia, exigían a los mongoles el pago de los impuestos de todo el periodo comprendido desde el día en que la autonomía de Mongolia fue arrancada por la fuerza al Gobierno de Pekín; los colonos rusos que años atrás se habían establecido junto a la ciudad y en las cercanías de los grandes monasterios estaban divididos en bandos que se combatían unos a otros; de Urga vino la noticia de la lucha entablada para el mantenimiento de la independencia de la Mongolia exterior bajo la dirección del general ruso barón Ungern von Sternberg. Los oficiales y refugiados rusos se agrupaban en destacamentos, sobre la existencia de los cuales reclamaban las autoridades chinas; pero que los mongoles acogían con agrado; los bolcheviques, hartos de ver formarse partidas blancas en Mongolia, enviaron sus tropas de las fronteras de Irkustsk y Chita a Uliassutai y Urga, y numerosos emisarios de los soviets transmitían a los comisarios chinos toda clase de proposiciones; las autoridades chinas de Mongolia entraban poco a poco en relaciones secretas con los bolcheviques, y en Kaitka y en Ulankon les entregaron algunos refugiados rusos, contraviniendo así el derecho de gentes; en Urga, los bolcheviques instalaron una municipalidad rusa comunista; los cónsules rusos permanecían inactivos; las tropas rojas en la región del Kogosol y en el valle del Selenga tuvieron varios porfiados encuentros con los oficiales blancos; las autoridades chinas establecían guarniciones en las poblaciones mongolas, y para coronar esta confusión, la soldadesca china hacia registros en todas las casas, aprovechándolos para saquear y robar.
En este avispero habíamos caído después de nuestro arriesgado y azaroso viaje a lo largo del Yenisei, a través del Urianhai y por la Mongolia, el país de los Turguts y Kansú hasta el Kuku Nor.
– Creed – me dijo mi buen amigo – que prefiero ahogar bolcheviques y pelear con los hunghutzes, a estar aquí esperando pasivamente noticias cada vez peores.
Tenia razón: lo más terrible de todo aquello, lo que principalmente nos preocupaba en aquel torbellino, y desorden, en el que los hechos reales nos llegaban mezclados con los rumores y las patrañas, era que los rojos pudieran acercarse a Uliassutai a favor del desconcierto general y apoderarse de todos nosotros sin disparar un tiro. Gustosamente hubiéramos abandonado aquel refugio tan poco seguro, pero no sabíamos adónde ir. Por el Norte estaban las partidas de tropas rojas; en el Sur habíamos perdido queridos compañeros y derramado la propia sangre; en el Oeste operaban los funcionarios y destacamentos chinos, y en el Este había estallado la guerra, y las noticias de ella, a pesar de la censura de las autoridades chinas, demostraban la gravedad de la situación en aquella parte de la Mongolia exterior. Por tanto, no podíamos elegir; era preciso quedarnos en Uliassutai. Allí residían también bastantes soldados polacos y dos casas de comercio americanas, gente toda en el mismo caso que nosotros. Nos agrupamos y organizamos un servicio propio de informes, siguiendo con atención la marcha de los acontecimientos. Además, logramos captarnos la amistad del comisario chino y la confianza del sait mongol, y ambos nos sirvieron de mucho para orientarnos.
¿Qué había exactamente en el fondo de la intensa perturbación de Mongolia? El muy discreto sait mongol de Uliassutai me dio la explicación siguiente:
– Según los acuerdos pactados entre Mongolia, China y Rusia el 21 de octubre de 1912, 23 de octubre de 1913 y 7 de junio de 1915, la Mongolia exterior recibió la independencia. El Soberano Pontífice de nuestra religión amarilla, Su Santidad el Buda vivo, pasó a ser el soberano del pueblo mongol de Jalja y de la Mongolia exterior con el título de “Bogdo Yebtsung Damba Hutuktu Kan”. Mientras Rusia fue poderosa y vigiló atentamente la política de Asia, el Gobierno de Pekín cumplió el Tratado; pero cuando al principio de la guerra con Alemania tuvo que retirar sus tropas de la Siberia, China empezó a reivindicar de nuevo sus perdidos derechos sobre Mongolia. Por esto los dos primeros Tratados de 1912 y 1913 se complementaron con el Convenio de 1915. Sin embargo, en 1916, cuando todas las fuerzas de Rusia estaban concentradas en una guerra desdichada, y más tarde, al estallar en febrero de 1917 la primera revolución rusa, que derribó la dinastía de los Romanoff, el Gobierno chino, abiertamente, recuperó la Mongolia; revocó a los ministros y saits mongoles, reemplazándolos con individuos afectos a China; prendió a numerosos mongoles partidarios de la autonomía y les encarceló en Pekín; implantó su propia administración en Urga y las demás ciudades mongolas; retiró a Su Santidad Bogdo Kan de los asuntos administrativos; hizo de él una maquina de firmar decretos chinos, y por último, llenó la Mongolia de tropas. Desde aquel momento una ola de comerciantes y coolies chinos reventó en Mongolia. Los chinos comenzaron a exigir el pago de los impuestos y derechos, retrotrayéndose a 1912. la población mongola viose rápidamente despojada de sus bienes; de suerte que ahora puede verse en las proximidades de las ciudades y monasterios colonias enteras de mongoles arruinados que habitan en albergues subterráneos. Fueron requisados todos nuestros arsenales y tesoros. No quedó un monasterio sin satisfacer una abusiva contribución. Cuantos mongoles trabajaban por la independencia de su país sufrieron terribles persecuciones. Solo algunos príncipes mongoles sin fortuna se vendieron a los chinos por dinero, condecoraciones o títulos. Fácil es comprender por qué la clase directora, Su Santidad, los Kanes, los príncipes y los altos lamas, igual que el pueblo vejado y oprimido, acordándose de que los soberanos mongoles habían en tiempos felices tenido a Pekín y China en sus manos, dándola bajo su dominio el primer puesto en Asia, se mostraban resueltamente hostiles a los funcionarios chinos que tan desatentadamente procedían. La rebelión era, sin embargo, imposible. Carecíamos de armas. Todos nuestros jefes estaban vigilados, y al primer movimiento que hubieran hecho para levantarse en son de guerra hubiesen acabado en la misma prisión de Pekín, donde ochenta de nuestros nobles, príncipes, lamas, perecieron de hambre o torturados por haber defendido la libertad de Mongolia. Era preciso algo realmente extraordinario para sublevar al pueblo. Fueron los administradores chinos, el general Chang Yi y el general Chu Chihsiang, quienes provocaron el movimiento. Anunciaron que Su Santidad Bogdo Kan se hallaba detenido en su mismo palacio y que recordaban a su atención el antiguo decreto del Gobierno de Pekín, considerado por los mongoles como ilegal y arbitrario, según el cual Su Santidad era el último Buda vivo. Aquello fue demasiado. Inmediatamente se establecieron relaciones secretas entre el pueblo y su dios vivo y se prepararon en seguida planes eficaces para la liberación de Su Santidad y para la lucha que había de devolver a nuestra patria la libertad y la independencia. Vino en nuestra ayuda el gran príncipe de los Buriatos, Djam Bolon, quien empezó a negociar con el general Ungern, a la sazón ocupado en combatir a los bolcheviques en Transbaikalia, invitándole a venir a Mongolia para auxiliarnos en la guerra contra los chinos. Entonces emprendimos la lucha por la libertad.