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De esta manera me explicó la situación el sait de Uliassutai. En seguida supe que el barón Ungern, al poner su espada al servicio de la causa de Mongolia, había exigido que inmediatamente se ordenase la movilización de los mongoles del distrito Norte y prometido entrar en Mongolia al frente de los suyos, que maniobraban a lo largo del Kerulen. Algún tiempo después se reunió con el otro destacamento ruso del coronel Kazagrandi y, con la cooperación de los jinetes mongoles, movilizados, principió el ataque a Urga. Rechazados dos veces, por fin el 3 de febrero de 1921 logró apoderarse de la ciudad y restableció al Buda vivo en el trono de los Kanes.

Sin embargo, al terminar el mes de marzo se ignoraban todavía estos acontecimientos en Uliassutai. Desconocíamos la toma de Urga y la destrucción del ejercito chino, fuerte de unos 15.000 hombres, en las batallas que tuvieron lugar en la orilla del Toja y en los caminos entre Urga y Uda. Los chinos ocultaron cuidadosamente la verdad, no dejando pasar a nadie al oeste de Urga. No obstante, circulaban rumores que sembraban el desconcierto. La situación se agravaba; las relación es entre los chinos, por un lado, y los mongoles y los rusos, por otro, eran cada vez más tirantes. En aquella época ejercía el cargo de comisario chino en Uliassutai Wang Tsao-Tsung, aconsejado por Fu-Hsiang, ambos jóvenes e inexpertos. Las autoridades chinas destituyeron al sait mongol, el príncipe Chultun-Beyli, nombrando en su lugar a un príncipe lama, amigo de China, antiguo subministro de Guerra en Urga. Aumentaron las medidas de rigor, se hicieron registros en casas de los oficiales y colonos rusos, se entró en francas componendas con los bolcheviques, se practicaron detenciones y se impusieron algunos castigos corporales. Los oficiales rusos formaron reservadamente una organización de sesenta hombres a fin de poderse defender. Sin embargo, en esta agrupación no tardaron en surgir discusiones entre el teniente coronel Michailoff y algunos de sus subordinados. No cabía duda de que en el momento decisivo el destacamento se dividiría en facciones rivales.

Nosotros, a fuer de extranjeros, decidimos hacer un reconocimiento a fin de saber si estábamos amenazados de la llegada de tropas rojas. Mi compañero y yo nos pusimos de acuerdo para emprenderlo nosotros mismos. El príncipe Chultun-Beyli nos facilitó un guía excelente, un viejo mongol llamado Zerén, que sabia leer y escribir el ruso a la perfección. Era un individuo muy interesante que desempeñaba las funciones de intérprete junto a las autoridades mongolas, y a veces a la disposición del comisario chino. Poco tiempo antes había sido enviado a Pekín con una misión especial, portador de importantísimos despachos, y aquel incomparable jinete recorría la distancia entre Uliassutai y Pekín, o sea unos 3.000 kilómetros, en nueve días, por increíble que ello parezca. Se preparó para esta larga correría ciñéndose el vientre, el pecho, las piernas, los brazos y el cuello con apretadas vendas de algodón, para protegerse de los esfuerzos musculares que habían de ocasionarle tantas horas a caballo. Se puso en el gorro tres plumas de águila para indicar que había recibido la orden de volar tanto como esa ave. Provisto de un documento especial llamado tzara, que le daba derecho a servirse en cada parada de postas de los mejores caballos, uno para montar y otro ensillado para llevarlo de la brida como de repuesto, y de dos ulatchens o guardias para acompañarle y traer consigo los caballos de la parada siguiente o urtón, recorrió a galope cada trayecto de 25 a 40 kilómetros entre cada parada de postas, deteniéndose solo lo preciso para cambiar de caballos y de escolta antes de reanudar la carrera. Delante de él galopaba un ulatchen, montado en un buen caballo, para anunciar su llegada y prepararle nuevas cabalgaduras en la próxima parada. Cada ulatchen llevaba tres caballos; de suerte que podía desprenderse del que se cansaba y dejarle pastando hasta su vuelta, donde le recogía para volverlo a su caballeriza. De tres en tres paradas tomaba, sin desmontar, una taza de té verde caliente y salado, y continuaba su cabalgadura hacia el Sur. Después de diecisiete o dieciocho horas de galope desenfrenado se detenía en el urtón para pasar la noche o lo que quedaba de ella, devoraba una pierna de carnero guisado y dormía. ¡De este modo, comiendo una vez al día y bebiendo cinco tazas de té cada veinticuatro horas, recorrió los 3.000 kilómetros en nueve días!

Con un hombre de esta clase nos pusimos en camino una fría mañana de invierno, dirigiéndonos hacia Kobdo, distante unos 500 kilómetros, porque de allí procedían los rumores alarmantes de que las tropas rojas habían entrado en Ulankon y de que las autoridades chinas les habían entregado a todos los europeos residentes en la ciudad. Atravesamos el helado Dzafin, que es un río terrible. Su cauce está lleno de arenas movedizas donde se atascan en verano los camellos, los caballos y hasta los hombres. Entramos en un largo y sinuoso valle; las montañas que lo cerraban se hallaban cubiertas de espesa nieve y a trechos se divisaban algunos negros bosquecillos de pobos. A medio camino de Kobdo encontramos una yurta de pastor a orillas del pequeño lago de Gaga Nor, donde la caída de la tarde y una tempestad de nieve nos aconsejaron fácilmente pernoctar. Cerca de la yurta vimos un magnifico potro bayo cuya montura nos llamó la atención por lo lujoso de sus adornos en incrustaciones de plata y coral. Cuando nos separamos del camino, dos mongoles salieron de la yurta, apresuradamente.