Выбрать главу

Los periódicos, al dar conocimiento de la marcha sangrienta del barón a través de la Transbaikalia, despertaban en mí recuerdos de aquella temporada. Hoy mismo, aunque han transcurrido ya más de siete meses, no me es posible olvidar tantas escenas de locura, conspiración y odio.

Las profecías se han cumplido. A los ciento treinta días de la memorable noche, el barón Ungern fue capturado por los bolcheviques a consecuencia de la traición de sus oficiales y ejecutado a fines de septiembre.

¡El barón R. F. von Sternberg!… Como una tempestad de sangre desencadenada por Karma vengador, pasó por Asia Central. ¿Qué ha quedado de él? La orden del día dirigida a sus soldados, que terminaba con las palabras de la revelación de San Juan:

“Que nadie detenga la venganza que caerá sobre el corruptor y el asesino del alma del pueblo ruso. La revolución debe ser extirpada del mundo. Contra ella nos ha prevenido en estos términos la revelación de San Juan: “Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata y enjoyada en oro, perlas y piedras preciosas; tenía en la mano una copa llena de abominaciones y de la escoria de sus imprudencias. En su frente brillaba escrito este nombre misterioso: la gran Babilonia, la madre de las impudencias y abominaciones de la tierra. Vi a esa mujer, ebria de sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús”.

Es un documento humano, un documento de la tragedia rusa, tal vez de la tragedia mundial.

Pero del barón queda otra huella más importante aún.

En las yurtas mongolas, juntos a las hogueras de los pastores, buriatos, mongoles, djungaros, kirghises, calmucos y tibetanos, cuentan la leyenda nacida de aquel hijo de los cruzados y los corsarios:

“Del Norte vino un guerrero blanco llamando a los mongoles y alentándolos a romper sus cadenas de esclavitud, que cayeron en nuestro suelo emancipado. Ese guerrero blanco era Gengis Kan reencarnado, y predijo el advenimiento del más excelso de todos los mongoles, que difundirá la hermosa fe de Buda, la gloria y el poder de los descendientes de Gengis Kan, Ugadai y Kublai Kan. ¡Y ese día llegará!”.

Asia despertará y sus hijos pronunciaran audaces palabras.

Bueno será para la paz del mundo que se muestren discípulos de las escrituras prudentes de Ugadai y del sultán Baber, y no se pongan bajo los auspicios de los malos demonios de Tamerlán el Destructor.

PARTE CUARTA

EL BUDA VIVO

CAPITULO PRIMERO

EN EL JARDIN BIENAVENTURADO DE LAS MIL BIENANDANZAS

En Mongolia, país de los milagros y arcanos, vive el guardián de lo misterioso y lo desconocido: El Buda vivo, S. S. Djebtsung Damba Hutuktu Kan, Bogdo Gheghen, pontífice de Ta Kure. Es la encarnación del inmortal Buda, el representante de la serie continua de soberanos espirituales que reinan desde 1670, transmitiéndose el alma siempre más afinada de Buda Amitabba, unido a Chanra-zi, el espíritu misericordioso de las montañas. En él esta todo, hasta el mito del sol y la fascinación de los picos misteriosos del Himalaya, los cuentos de las pagodas de la India, la rígida majestuosidad de los conquistadores mongoles, emperadores de Asia entera, las antiguas y brumosas leyendas de los sabios chinos, la inmersión en los pensamientos de los brahmanes, la vida austera de los monjes de la Orden Virtuosa, la venganza de los guerreros, eternamente errantes, los oletos con sus kanes Batur Hun-Taigi y Gushi, la altiva herencia de Gengis Kan y Kublai Kan, la psicología clerical reaccionaria de los Lamas, el enigma de los reyes tibetanos que empieza en Srong Tsang Gampo, la implacable crueldad de la secta amarilla de Paspa. Toda la nebulosa historia de Asia, Mongolia, del Pamir, del Himalaya, de la Mesopotamia, de Persia y China, rodea al dios vivo de Urga. Así no debe nadie sorprenderse de que su nombre no sea venerado a lo largo del Volga, en Siberia y Arabia, entre el Tigris y el Éufrates, en Indochina y en las villas del Océano Ártico.

Durante mi estancia en Urga visité varias veces la morada del Buda vivo, hablé con él y observé su vida. Sus sabios marimbas favoritos me proporcionaron a cerca de él valiosos informes. Le he visto leer horóscopos, he oído sus predicaciones, he consultado sus archivos de libros antiguos y los manuscritos que contienen la vida y las profecías de todos los Bogdo Kanes. Los Lamas me hablaron con franqueza y sin reservas, porque la carta del Hutuktu de Narabanchi me granjeó su estimación.

La personalidad del Buda vivo presenta el mismo dualismo que se encuentra en todo el lamaísmo. Inteligente, penetrante y enérgico, ha dado, sin embargo, en el alcoholismo, causa de su ceguera. Cuando se quedó ciego, los lamas cayeron en la desesperación más profunda. Algunos aseguraron que convenía matarle y poner en su puesto a otro Buda encarnado; los demás hicieron valer los grandes meritos del pontífice a los ojos de los mongoles y fieles a la religión amarilla. Decidieron, por ultimo, edificar un gran templo con una gigantesca estatua de Buda, a fin de aplacar a los dioses. Eso, no obstante, fue inútil para devolverle la vista al Bogdo; pero le dio ocasión para apresurar la ida al otro mundo de aquellos lamas que más se habían distinguido por sus radicalismos excesivos en cuanto al modo de resolver el problema de su ceguera.

No cesa de meditar acerca de la grandeza de la iglesia y de Mongolia, y al propio tiempo se ocupa de bagatelas superfluas. La artillería le interesa mucho. Un oficial ruso retirado le regaló dos cañones viejos que valieron al donante el título de Tumbaiir Gun, “príncipe grato a mi corazón”. En los días de fiesta se disparaban cañonazos, con sumo regocijo del augusto ciego. En el palacio del dios había automóviles, gramófonos, teléfonos, cristales, porcelanas, cuadros, perfumes, instrumentos de música, cuadrúpedos y pájaros raros, elefantes, osos del Himalaya, monos, serpientes, loros de las Indias; pero todo le cansaba en seguida y quedaba olvidado.

A Urga afluyen los peregrinos y las ofrendas de todas las partes del mundo lamaísta y budista. El tesorero del palacio, el honorable Balma Dorji, me enseñó un día el salón donde se conservan todos los regalos hechos al buda. Es un museo único de objetos preciosos. Allí hay reunidas cosas rarísimas que no existen en los museos de Europa. El tesorero, abriendo una vitrina cerrada con una cerradura de plata, me dijo:

– Aquí tenéis pepitas de oro puro de Bei Kem, cibelinas negras de Kemchick, astas de ciervo milagrosas, un estuche enviado por los orochones lleno de preciosas raíces de ginseng y de almizcle aromático, un trozo de ámbar procedente de las costas del mar del Hielo, que pesa ciento veinticuatro lans (unas diez libras). Ved, además, estas piedras preciosas de las Indias, sándalo perfumado y marfiles tallados de China.

Me mostró todos los artículos del museo, hablándome con evidente satisfacción. En efecto, aquello era maravilloso.

Tenía ante mis asombrados ojos pieles riquísimas, castores blancos, cibelinas negras, zorros blancos, azules y negros, panteras negras, cajitas de concha de tortuga, bellísimamente trabajadas, que contenían hatyks de diez y quince metros de largo, de seda de las Indias, tan finos como si fuesen de telaraña; saquitos hechos con hilos de oro y perlas estupendas, obsequios de los rajahs indostánicos, sortijas de rubíes y zafiros de China y la India, gruesas esmeraldas, diamantes en bruto, colmillos de elefante adornados con oro, perlas y piedras preciosas, vestidos bordados de oro y plata, defensas de morsas esculpidas en bajorrelieve por artistas primitivos de las costas del mar de Behring, sin contar lo que no puedo recordar ni citar. En una sala especial se hallaban las vitrinas que encierran las imágenes de Buda, de oro, plata, bronce, marfil, coral, nácar o de maderas pintadas y perfumadas.

– Sabéis que cuando los conquistadores invaden un país donde son adorados los dioses, rompen las imágenes y las vuelcan. Así sucedió hace más de trescientos años, cuando los calmucos penetraron en el Tíbet, y en 1900, cuando las tropas europeas entraron a saco en Pekín. ¿sabéis por qué? Coged una de esas estatuas y examinadla.