¿Habéis visto en las cuevas de algún antiguo castillo de Italia, Francia o Inglaterra las telarañas polvorientas y el moho centenario? Es el polvo de los siglos. Tal vez tocó el rostro, el casco o la espada de un emperador romano, de San Luis, del Gran Inquisidor, de Galileo o del rey Ricardo. Vuestro corazón se contrae involuntariamente y os sentís llenos de respeto para esos testigos de las épocas pasadas. La misma impresión experimenté en Ta Kure, más acentuada quizá. La vida continúa allí como se desarrolló hace ochocientos años: el hombre está unido férreamente a la tradición, y la conmoción contemporánea únicamente complica y embaraza la existencia normal.
– Hoy es un gran día – me dijo en cierta ocasión el Buda vivo -; es la conmemoración del triunfo del budismo sobre las demás religiones. Hace mucho tiempo, Kublai Kan conoció a los Lamas de todas las creencias y les ordenó que explicasen su fe. Ellos alabaron a sus dioses y hutuktus y si más tardar comenzaron las discusiones y polémicas. Solo un Lama permaneció silencioso. Por fin sonrió con expresión burlona, exclamando:
– ¡Gran emperador! Manda a cada uno que demuestre el poder de sus dioses con la ejecución de un milagro y así podrás juzgar y elegir.
Kublai Kan ordenó sin dilación a los Lamas que hiciesen un milagro, pero todos enmudecieron, confusos e impotentes.
– Ahora – dijo el emperador, dirigiéndose al Lama autor de la proposición – te toca a ti probar el poder de tus dioses.
El lama miró fija y detenidamente al emperador, se volvió, contemplando a la concurrencia, y con grave ademán tendió la mano hacia ella. En aquel momento el vaso de oro del emperador se levantó de la mesa y se colocó en los labios del Kan sin que mano visible le sostuviera. El emperador probó un delicioso vino aromático. Quedaron todos pasmados y sobrecogidos, y Kublai Kan habló:
– Rezaré a tus dioses y todos mis pueblos deberán adorarles. ¿Cuál es tu religión? ¿Quién eres y de dónde vienes?
– Mi religión es la que predicó el sabio Buda. Yo soy el Pandita Lama Turjo Gamba, del lejano y glorioso monasterio de Sakkia, el en Tíbet, donde mora encarnado en un cuerpo humano el espíritu de Buda, su sabiduría y su poder. Te anuncio, señor, que los pueblos adeptos de nuestra fe poseerán todo el universo occidental y durante ciento doce años defenderán sus creencias por el mundo entero.
Esto es lo que sucedió tal día como hoy hace muchos siglos. El Lama Turjo Gamba no regresó al Tíbet, quedo aquí, en Ta Kure donde solo había una aldea insignificante. De aquí fue junto al emperador a Karakorum y más tarde también con él a la capital de china, para fortalecerle en la fe, predecir la solución de los asuntos del Estado e iluminarle según la voluntad de dios.
El Buda vivo calló un momento, murmuró una oración y añadió:
– ¡Urga, patria antigua del budismo! Con Gengis Kan partieron, para la conquista de Europa, los oletos, llamados por otro nombre calmucos. Estos se establecieron casi cien años en las estepas de Rusia. Luego tomaron a Mongolia, porque los Lamas amarillos les precisaron para combatir a los reyes del Tíbet, los Lamas de gorros rojos que oprimían al pueblo. Los calmucos ayudaron a la religión amarilla, pero se dieron cuenta de que Lhassa está muy distante y no podía irradiar nuestras creencias por toda la tierra. Por consecuencia, el calmuco Gushi Kan trajo del Tíbet un santo Lama, Undur Gheghen, que había visitado al rey del mundo. A partir de aquel día, el Bogdo Gheghen no se ha movido de Urga, mostrándose protector de las libertades mongolas y de los emperadores chinos de origen mongol. Undur Gheghen fue el primer buda vivo del país mongólico. Nos legó a nosotros, sus sucesores, el anillo del Gengis Kan, enviado por Kublai Kan al Dalai Lama en recompensa del milagro hecho por el Lama Turjo Gamba. Poseemos también la tapa del cráneo de un misterioso taumaturgo negro de las Indias: Strongtsan, rey del Tíbet, la empleaba a modo de copa y bebía en ella durante las ceremonias del templo hace seiscientos años. Tenemos además una antigua estatua de piedra representando a Buda, que fue traída de Pekín, por el fundador de la religión amarilla, Paspa.
El Bogdo dio una palmada y uno de los secretarios cogió entre un paño rojo una gruesa llave de plata, con la que abrió el cofre de los sellos. El Buda vivo metió la mano en el arcón y sacó una cajita de marfil delicadamente grabada, de la que retiró para enseñármela una pesada sortija de oro con un espléndido rubí tallado y la tradicional svástica.
– Gengis Kan y Kublai Kan usaron constantemente esta sortija en su mano derecha – me dijo.
Cuando el secretario cerró el arca, el Bogdo le ordenó que fuese a buscar a su marimba predilecto, al que hizo leer algunas paginas de un antiguo libro que había sobre la mesa. El Lama comenzó a leer en voz monótona:
“Luego que Gushi Kan, jefe de los calmucos, terminó la lucha contra los gorros rojos, se llevó con él la piedra negra misteriosa que el rey del mundo había regalado al Dalai Lama. Gushi Kan deseaba fundar en Mongolia occidental la capital de la religión amarilla, pero los oletos se hallaban en aquella época en guerras con los emperadores manchúes por el trono de China y sufrían derrota tras derrota. El último kan de los oletos, Amursana, huyó a Rusia, pero antes de escaparse envió a Urga la piedra negra sagrada. Mientras estuvo en Urga y el Buda vivo la usaba para bendecir al pueblo, ni la enfermedad ni las desgracias cayeron sobre los mongoles; pero hace unos cien años, alguien robó la piedra sagrada y desde aquel día los budistas la han buscado inútilmente por el mundo entero, porque sin ella el pueblo mongol no puede ser grande”.
– Esto basta – exclamó Bogdo Gheghen -. Nuestros vecinos nos desprecian. Olvidan que antes fuimos sus amos; pero nosotros conservamos nuestras santas tradiciones y sabemos que vendrá para las tribus mongolas y la religión amarilla el definitivo triunfo. Tenemos a nuestro lado a los protectores de la fe, a los fieles guardianes de la herencia de Gengis Kan.
Así habló el Buda vivo. Así hablan los antiguos libros.
CAPITULO III
El príncipe Djam Bolon pidió a un marimba que nos enseñase la biblioteca del Buda vivo. Es un vasto salón ocupado por numerosos escribas que preparan las obras que tratan de los milagro de todos los Budas vivos, comenzando por Undur Gheghen, para terminar con los gheghens y hutuktus de los varios monasterios lamaístas en todos los templos y en todas las escuelas de Bandis. Un marimba leyó dos extractos:
“El beato Bogdo Gheghen sopló en un espejo. En seguida, como a través de una niebla, apareció un valle en el cual millares y millares de guerreros peleaban unos contra otros. El sabio Buda vivo, favorecido por los dioses, quemó incienso e imploró de estos que le revelasen el destino de los príncipes. En la humareda azul vieron todos una sombría prisión y los cuerpos lívidos y torturados de los príncipes muertos”.
Un libro especial, del que hay ya numerosas reproducciones, refiere los milagros del Buda actual. El príncipe Djam Bolon me dio a conocer algunos de los pasajes de esta obra.
“Existe una antigua imagen de madera del Buda con los ojos abiertos. La trajeron de las Indias y Bogdo Gheghen la colocó en un altar, yéndose a rezar. Cuando volvió del santuario mandó que le diesen la imagen, y todos quedaron aterrados, porque el dios había cerrado los ojos y lloraba. En su cuerpo aparecieron brotes verdes, y el Bogdo dijo: La desgracia y la alegría me esperan; perderé la vista, pero Mongolia será libre”.
La profecía se ha cumplido.
Otra vez, un día en que el Buda vivo se hallaba extraordinariamente inquieto, dispuso que le llevasen una vasija llena de agua, que hizo poner delante del altar. De improviso, los cirios y las lámparas se encendieron espontáneamente y el agua del recipiente adquirió tonalidades irisadas.