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El príncipe me contó después cómo el Bogdo Kan adivina el porvenir: se vale de sangre fresca, en cuya superficie surgen letras y figuras; de entrañas de carneros y cabras, que le permiten leer el sino de los magnates y conocer sus pensamientos; de piedras y huesos, en los cuales con gran precisión, el Buda vivo distingue los signos del porvenir de todos, y también acude a la observación de las estrellas, y por sus posiciones aprende a preparar amuletos contra las balas y las enfermedades.

– Los primitivos Bogdo Kanes solo empleaban para predecir el futuro la milagrosa piedra negra – dijo el maramba -. En la superficie de ella aparecían unas inscripciones tibetanas que el Bogdo descifraba, averiguando de esta manera el destino de los individuos y de las naciones.

Cuando el maramba aludió a la piedra negra, en la que aparecían las leyendas tibetanas, recordé que el hecho podía ser posible. En la región sudeste del Urianhai, en Wan Taiga, descubrí un paraje donde había pizarras negras en estado de descomposición. Los trozos de estas pizarras estaban cubiertos de un liquen blanco, formando dibujos complicados que parecían los de los encajes venecianos o páginas escritas en caracteres rúnicos. Si se humedece la pizarra, los dibujos desaparecen, y al secarse vuelven a hacerse visibles.

Nadie tiene derecho, ni se atreve, a pedir al Buda vivo que le revele el porvenir. Predice tan solo cuando se siente inspirado, cuando un delegado especial, portador de una solicitud del Dalai Lama o del Tashi Lama, llega hasta él. El zar Alejandro I, al ser victima de la influencia de la baronesa de Krüdener y de su misticismo, envió un emisario de su confianza al Buda vivo, rogándole que le predijese su destino. El buda Kan de aquella época, un mancebo, leyó el porvenir del zar blanco en la piedra negra, y le participó que en el fin de su existencia lo pasaría vagando tristemente, desconocido de todos y perseguido por todas partes. Hoy, en Rusia, es opinión general que Alejandro I erró por Rusia y Siberia durante el ocaso de su vida, con el seudónimo de Feodor Kusmitch, ayudando y consolando a los prisioneros, a los mendigos y a cuantos sufrían, perseguido y encarcelado frecuentemente por la Policía, hasta que murió en Tomsk (Siberia), donde se considera la casa en que pasó sus últimos días y su tumba como lugares sagrados, objeto de peregrinación y del entusiasmo ferviente del pueblo crédulo. La antigua dinastía de los Romanoff se interesaba vivamente por todo lo que se refería a Feodor Kusmitch, y ese interés confirma la versión popular de que el vagabundo era, en realidad, el zar Alejandro I, que se había voluntariamente impuesto tan austera penitencia.

CAPITULO IV

EL NACIMIENTO DEL BUDA VIVO

El Buda vivo no muere. Su alma pasa algunas veces a la de un niño que nace el día de su muerte, y en ocasiones se transmite en otro hombre durante la vida misma del Buda. Esta nueva morada del espíritu sagrado de buda aparece casi siempre en la yurta de alguna familia pobre tibetana o mongola. Hay en esto una razón política. Si el Buda apareciese en la familia de un príncipe rico, podría resultar de ello la elevación de una familia que no quisiese obedecer al clero, lo que sucedió anteriormente, mientras que la familia pobre y humilde que hereda el trono de Gengis Kan, al adquirir la riqueza, se somete gustosa a los Lamas. Solo tres o cuatro Budas vivos han sido de origen mongol; los demás fueron tibetanos.

Uno de los consejeros del Buda vivo, el Lama Kan Jassaktu, me refirió esto:

– Los monasterios de Lhassa y Tashi Lumpo están constantemente al corriente, por cartas de Urga, del estado de salud del Buda vivo. Cuando su cuerpo humano envejece y el espíritu de Buda desea desprenderse, comienzan en los templos tibetanos solemnes ceremonias, y al propio tiempo los astrólogos estudian el porvenir. Estos ritos dan a conocer a los Lamas de piedad más acrecentada, los que deben terminar donde el espíritu de Buda ha de reencarnar. Para eso recorren todo el país y observan. Con frecuencia, el mismo dios les ayuda en su tarea con señales e indicaciones. A veces, un lobo blanco aparece junto a la yurta de un pobre pastor, o bien en una tienda nace un cordero de dos cabezas o cae del cielo un meteoro. Los lamas cogen peces en el lago sagrado de Tangri Nor y leen en sus escamas el nombre del nuevo Bogdo Kan; otros recogen piedras cuyas cuarteadoras les indican dónde deben buscarle y a quién deben hallar; algunos se retiran a los angostos barrancos de las montañas para escuchar las voces de los espíritus que pronuncian el nombre del nuevo elegido de los dioses. Ya descubierto este, se reúnen secretamente todos los datos posibles acerca de su familia y se transmiten al muy sabio Tashi Lama, conocido con el sobrenombre de Edeni; es decir, la perla de la sabiduría, quien, según los ritos de Rama, realiza la elección del predestinado. Si la elección concuerda con los textos sagrados, Tashi Lama envía una carta confidencial al Dalai Lama, el cual celebra un sacrificio especial en el templo del espíritu de las montañas y confirma la elección estampando su gran sello en la carta de Tashi Lama.

Si el viejo Buda existe aún, el nombre de su sucesor se mantiene celosamente secreto; si el alma de Buda ha abandonado ya el cuerpo del Bogdo Kan, una delegación especial sale del Tíbet con el nuevo Buda vivo. Idénticas formalidades acompañan la elección del Gheghen y de los hutuktus en todos los monasterios lamaístas de Mongolia; pero la confirmación de la elección corresponde al Buda vivo y no se anuncia en Lhassa hasta después del acontecimiento.

CAPITULO V

UNA PÁGINA DE LA HISTORIA DEL BUDA VIVO

El Bogdo Kan que reina actualmente en Mongolia exterior es tibetano. Pertenece a una pobre familia que vivía en los alrededores de Sakkia Kure, al oeste del Tíbet. Desde su más tierna infancia tuvo un carácter violento y exaltado; le inflamaba la idea de la independencia mongola y ardía en deseos de hacer gloriosa la herencia de Gengis Kan. Esto le dio pronto grata influencia entre los Lamas, príncipes y kanes de Mongolia, igual que con el Gobierno ruso, que procuró siempre tenerle a su lado. No temió alzarse contra la dinastía manchú de China y obtuvo con facilidad la protección de Rusia, el Tíbet y de los buriatos y kirghises, que le proporcionaron dinero, armas, soldados y el apoyo de sus diplomáticos. Los emperadores de China eludieron entrar en guerra abierta con el dios vivo, por miedo a provocar protestas de los budistas chinos. En cierta ocasión enviaron al Bogdo Kan un hábil envenenador. El Buda vivo, sin embargo, comprendió inmediatamente la razón de aquellas atenciones facultativas, y conocedor del poder de los venenos asiáticos, decidió emprender un viaje para inspeccionar los monasterios mongoles y tibetanos. Dejó para sustituirle a un hubilgan, que se hizo amigo del doctor chino y le sonsacó el objeto de su visita. No tardó el chino en morir, por causa desconocida, y el Buda vivo regresó a su capital.

Otro peligro amenazó al dios vivo. Fue cuando Lhassa juzgó que el Bogdo Kan seguía una política independiente del Tíbet. El Dalai Lama inició negociaciones con varios kanes y príncipes, poniéndose a la cabeza del movimiento el Sain Noyon Kan y Jassuktu Kan, y les persuadió de la conveniencia de acelerar la emigración del Buda a otra forma humana.

Llegaron a Urga, donde el Bogdo Kan los acogió con las mayores muestras de alegría y estimación. Les prepararon un gran festín, y los conspiradores estaban ya dispuestos a ejecutar los planes del Dalai Lama. Sin embargo, al fin del banquete notaron ciertas molestias y murieron todos aquella misma noche. El Buda vivo envió sus cuerpo a las respectivas familias con todos los honores propios de su alcurnia.

El Bogdo Kan conoce todos los pensamientos, todos los actos de los príncipes y los kanes, y la menor conjura urdida contra él; de suerte que el culpable es atraído astutamente a Urga, de donde un vuelve a salir vivo.