Los ancianos de la ribera del Amyl me refirieron una antigua leyenda, según la cual una tribu mongola, intentando huir de Gengis Kan, se ocultó en una comarca subterránea. Más tarde un Somoto de los alrededores del lago Nogan Kul me mostró, así que se disipó una nube de humo, la puerta que sirve de entrada al reino de Agharti. Antaño penetró por esa puerta en el reino un cazador, y a su vuelta empezó a contar lo que había visto. Los Lamas le cortaron la lengua para impedirle hablar del misterio de los misterios. Ya viejo, volvió a la entrada de la caverna y desapareció en el reino subterráneo cuyo recuerdo tanto encantó u regocijó su corazón de nómada.
Obtuve informes más detallados de labios del Hutuktu Jelyl Dyamsrap de Narabanchi Kure. Este me narró la historia de la llegada del poderoso rey del mundo a su salida del reino subterráneo, su aparición, sus milagros y profecías, y entonces solamente empecé a comprender que esta leyenda, esta hipnosis, esta visión colectiva, de cualquier modo como se la interprete, encierra, a más de un misterio, una fuerza real y soberana, capaz de influir en el curso de la vida política de Asia. A partir de este momento comencé mis investigaciones.
El Lama Gelong, favorito del príncipe Chultun Beyli, y el príncipe mismo, me hicieron la descripción del reino subterráneo.
– En el mundo – dijo Gelong – todo se halla constantemente en estado de transición y de cambio: los pueblos, las religiones, las leyes y las costumbres. ¡Cuántos grandes imperios y brillantes constituciones han perecido! Lo único que no cambia nunca es el mal, el instrumento de los espíritus perversos. Hace más de seis mil años, un hombre santo desapareció con toda una tribu en el interior de la tierra y nunca ha reaparecido en la superficie de ella. Muchos hombres, sin embargo, han visitado después ese reino misterioso: Sakya Muni, Under Gheghen, Paspa, Baber y otros. Nadie sabe dónde se encuentra situado. Dicen unos que en el Afganistán, otros que en la India. Todos los miembros de esta religión están protegidos contra el mal, y el crimen no existe en el interior de sus fronteras. La ciencia se ha desarrollado en la tranquilidad y nadie vive amenazado de destrucción. El pueblo subterráneo ha llegado al colmo de la sabiduría. Ahora es un gran reino que cuenta con millones de súbditos regidos por el rey del mundo. Este conoce todas las fuerzas de la Naturaleza, lee en todas las almas humanas y en el gran libro del Destino. Invisible, reina sobre ochocientos millones de hombres, que están dispuestos a ejecutar sus órdenes.
El príncipe Chultun Beyli agregó:
– Este reino es Agharti y se extiende a través de todos los accesos subterráneos del mundo entero. He oído a un sabio Lama decir al Bogdo Kan que todas las cavernas subterráneas de America están habitadas por el pueblo antiguo que desapareció de la tierra. Aún se encuentran huellas suyas en la superficie del país. Estos pueblos y estos espacios subterráneos dependen de jefes que reconocen la sabiduría del rey del mundo. En ello no hay gran cosa sorprendente. Sabéis que en los dos océanos mayores del Este y el Oeste había remotamente dos continentes. Las aguas se los tragaron y sus habitantes pasaron al reino subterráneo. Las cavernas profundas están iluminadas por un resplandor particular que permite el crecimiento de cereales y otros vegetales y da a las gentes una larga vida sin enfermedades. Allí existen numerosos pueblos e incontables tribus. Un viejo brahmán budista de Nepal, obedeciendo la voluntad de los dioses, hizo una visita al antiguo reino de Gengis, Siam, y en ella encontró un pescador, quién le ordenó ocupase su barca y bogase con él hacia el mar. Al tercer día arribaron a una isla donde vivía una raza de hombres con dos lenguas, que podían hablar separadamente idiomas distintos. Les enseñaron animales curiosos, tortugas de dieciséis patas y un solo ojo, enormes serpientes de sabrosa carne y pájaros con dientes que cogían los peces del mar para sus amos desconocidos.
Estos isleños les dijeron que habían venido del reino subterráneo y les describieron ciertas regiones.
El Lama Turgut, que me acompaño a mi viaje de Urga a Pekín, me proporcionó otros informes.
– La capital de Agharti está rodeada de villas en las que habitan los grandes sacerdotes y sabios. Recuerda a Lhassa, donde el palacio del Dalai Lama, el Potala, se halla en la cima de un monte cubierto de templos y monasterios. El trono del rey del mundo se alza entre dos millones de dioses encarnados. Estos son los santos panditas. El palacio mismo se halla circundado por la residencia de los goros, quienes poseen todas las fuerzas visibles e invisibles de la tierra, del infierno y del cielo, y pueden disponer a su antojo de la vida y de la muerte de los hombres. Si nuestra loca Humanidad emprendiese la guerra contra ellos, serían capaces de hacer saltar la corteza de nuestro planeta, transformando la superficie de este en desiertos. Pueden secar los mares, cambiar los continentes en océanos y convertir las montañas en arenales. A su mando, los árboles, las hierbas y las zarzas empiezan a retoñar; los hombres viejos y débiles se rejuvenecen y vigorizan y los muertos resucitan. En extraños carros, que nosotros no conocemos, recorren a toda velocidad los estrechos pasillos del interior de nuestro planeta. Algunos brahmanes de la India y ciertos Dalai Lamas del Tíbet han conseguido escalar los picos de las cordilleras, nunca holladas hasta entonces por pie humano, y vieron inscripciones grabadas en las rocas, pisadas en la nieve y señales de ruedas de carruajes. El bienaventurado Sakya Muni encontró en la cima de un monte unas tablas de piedra con letreros que solo logró descifrar a edad muy avanzada, y penetró luego en el reino de Agharti, del que trajo las migajas del saber sagrado que pudo retener en la memoria. Allí, en palacios maravillosos de cristal, moran los jefes invisibles de los fieles: el rey del mundo, Brahytma, que puede hablar a Dios como yo os hablo, y sus dos auxiliares: Mahaytma, que conoce los acontecimientos futuros, y Mahynga, que dirige y prevé las causas de esos acontecimientos.
Los santos panditas estudian el mundo y sus fuerzas. A veces, los más sabios de ellos se reúnen y envían delegados a los sitios donde jamás llegó la mirada de los hombres. Esto lo describe el Tashi Lama, que vivió hace ochocientos cincuenta años. Los panditas más altos, con una mano en los ojos y la otra en la base del cráneo de los sacerdotes más jóvenes, los adormecen profundamente, lavan sus cuerpos con infusiones de plantas, los inmunizan contra el dolor, los hacen tan duros como una piedra, los envuelven en bandas mágicas y se ponen a rezar al Dios todopoderoso. Los jóvenes petrificados, acostados con los ojos abiertos y oídos atentos, ven, oyen y se acuerdan de todo. En seguida un goro se acerca y clava en ellos una mirada penetrante. Lentamente los cuerpos se levantan de la tierra y desaparecen. El goro sigue sentado, con los ojos fijos en el sitio al que los envió. Unos hilos invisibles los sujetan a su voluntad y algunos de ellos viajan por las estrellas, asisten a los acontecimientos y observan los pueblos desconocidos, sus costumbres y condiciones. Escuchan las conversaciones, leen los libros y se percatan de las dichas y las miserias, de la santidad y de los pecados, de la piedad y el vicio… Los hay que se mezclan a la llama, ven la criatura de fuego, ardiente y feroz, combaten sin tregua, derriban y machacan los metales en las entrañas de los planetas, hacen hervir el agua en los geysers y fuentes termales, funden las rocas y derraman sus materiales en fusión sobre la superficie de la Tierra y en los orificios de las montañas. Otros se lanzan en busca de los seres del aire, infinitamente pequeños, evanescentes y transparentes, empapándose en sus misterios y descubriendo el objeto de su existencia. Algunos se deslizan hasta los abismos del mar y estudian el reino de las útiles criaturas del agua que transportan y esparcen el calor saludable por toda la Tierra, rigiendo los vientos, las olas y las tempestades. En el monasterio de Erdeni Dzu vivió antaño Pandita Hutuktu, que estuvo en Agharti. Al morir habló del tiempo en que moró, por voluntad del goro, en una estrella roja del Este, y de cuando voló sobre el Océano cubierto de hielos y vagó entre las llamas ondulantes que arden en las profundidades de la Tierra.