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Estas son las historias que oí contar en las yurtas de los príncipes y en los monasterios lamaístas. El tono con que me las referían me impedía formular la menor objeción.

Misterio…

CAPITULO II

EL REY DEL MUNDO, ENFRENTE DE DIOS

Durante mi estancia en Urga intenté hallar una explicación a esa leyenda del rey del mundo. Naturalmente, el Buda vivo era quien mejor podía documentarme, y procuré, por tanto, hacerle hablar acerca de ello. En una conversación con él cité el nombre del rey del mundo. El anciano pontífice volvió a mí sus ojos inmóviles y sin vida. A mi pesar, me quedé callado. El silencio se prolongó y el pontífice reanudó el dialogo de manera que comprendí que no deseaba abordar el tema. En las caras de las demás personas presentes observé la expresión de asombro y espanto que mis palabras habían producido, especialmente el bibliotecario del Bogdo Kan. Se comprenderá fácilmente que todo aquello contribuyó a aumentar mi curiosidad y mi afán de profundizar en el asunto.

Cuando salí del despacho del Bogdo Hutuktu encontré al bibliotecario, que se había ido antes que yo, y le pregunté si consentiría en que visitase la biblioteca del Buda vivo. Empleé con él una treta inocente.

– Sabed, mi querido Lama – le dije -, que yo estuve un día en medio del campo, a la hora en que el rey del mundo conversaba con Dios, y experimenté la conmovedora impresión del momento.

Sorprendiéndome mucho, el viejo Lama me repuso con todo sereno:

– No es justo que el budismo y nuestra religión amarilla lo oculten. El reconocimiento de la existencia del más santo y poderoso de los hombres, del reino bendito, del gran templo de la ciencia sagrada, es tan consolador para nuestros corazones de pecadores y nuestras vidas corrompidas, que ocultarlo a la Humanidad sería un pecado. Pues bien, oíd – añadió el letrado -: el año entero el rey del mundo dirige los trabajos de los panditas goros de Agharti. A veces acude a la caverna del templo, donde reposa el cuerpo embalsamado de su antecesor, en un féretro de piedra negra. Esta caverna está siempre oscura, pero cuando el rey del mundo entra en ella, en los muros surgen rayas de fuego, y de la cubierta del féretro salen lenguas de llamas. El goro mayor se mantiene junto a él, tapadas la cabeza y la cara, con las manos cruzadas sobre el pecho. El goro no se quita nunca el velo del rostro, porque su cabeza es una calavera de ojos chispeantes y lengua expeditiva. Comulga con las almas de los difuntos.

El rey del mundo habla largo rato, luego se aproxima al féretro, extendiendo la mano. Las llamas brillan más intensamente; las rayas de fuego de las paredes se extinguen y reaparecen entrelazándose, formando signos misteriosos del alfabeto vatannan. Del sarcófago empiezan a salir banderolas transparentes de luz apenas visible. Son los pensamientos de su antecesor. Pronto el rey del mundo se ve rodeado de una aureola de aquella luz, y las letras de fuego escriben, escriben sin cesar en las paredes los deseos y las órdenes de Dios. En aquel instante, el rey del mundo está en relación con las ideas de todos los que dirigen los destinos de la Humanidad: reyes, zares, janes, jefes guerreros, grandes sacerdotes, sabios, hombres poderosos. Conoce sus intenciones y sus planes. Si agradan a Dios, el rey del mundo los favorecerá con su ayuda sobrenatural; si desagradan a Dios, el rey provocará su fracaso. Esta facultad la posee Agharti por la creencia misteriosa de Om, vocablo con el que principian todas nuestras plegarias. Om es el nombre de un antiguo santo, el primero de los goros, que vivió hace trescientos mil años. Fue el primer hombre que conoció a Dios, el primero que enseñó a la Humanidad a creer, esperar y a luchar con el mal. Entonces Dios le otorgó poder absoluto sobre las fuerzas que gobiernan el mundo visible.

Después del coloquio con su antecesor, el rey del mundo reúne el Supremo Consejo de Dios, juzga las naciones y los pensamientos de los grandes hombres y los ayuda o los anonada. Mahytma y Mahynga hallan el puesto de esas acciones e intenciones entre las causas que manejan el mundo. En seguida el rey del mundo entra en el templo, y a solas reza y medita. El fuego brota del altar, y poco a poco se propaga a todos los altares próximos y a través de la llama ardiente se vislumbra cada vez más claro el rostro de Dios. El rey del mundo participa respetuosamente a Dios las decisiones del Consejo, y recibe en cambio las instrucciones inescrutables del Omnipotente. Cuando abandona el templo, el rey del mundo exhala un resplandor divino.

CAPITULO III

¿REALIDAD O FICCION MISTICA?

– ¿Ha visto alguien al rey del mundo? – pregunté.

– Sí – contestó el Lama -. Durante las fiestas solemnes del primitivo budismo, en Siam y las Indias, el rey del mundo apareció cinco veces. Ocupaba una carroza magnifica tirada por elefantes blancos, engalanados con finísimas telas cuajadas de oro y pedrería. El rey vestía un manto blanco y llevaba en la cabeza la tiara roja, de la que pendían hilos de brillantes que le tapaban la cara. Bendecía al pueblo con una bola de oro rematada por un áureo cordero. Los ciegos recobran la vista, los sordos oyeron, los impedidos echaron a andar y los muertos se incorporaban en sus tumbas por doquiera fijaba la mirada el rey del mundo. también se apareció hace ciento cincuenta años, en Erdeni Dzu, y visitó igualmente el antiguo monasterio de Sakkai y Narabanchi Kure.

Uno de nuestros Budas vivos y uno de los Tashi Lamas recibieron de él un mensaje escrito en caracteres desconocidos y en láminas de oro. Nadie podía leer aquel documento. El Tashi Lama entró en el templo, puso la lámina de oro sobre su cabeza y empezó a rezar. Gracias a su plegaria los pensamientos del rey del mundo penetraron en su cerebro, y sin haber leído los enigmáticos signos, comprendió y cumplió la regia disposición.

– ¿Cuántas personas han ido a Agharti? – pregunté.

– Muchas – contestó el Lama -, pero todas guardan el secreto de lo que vieron. Cuando los oletos destruyeron Lhassa, uno de sus destacamentos, recorriendo las montañas del Sudoeste, llegó a los límites de Agharti. Aprendieron algunas ciencias misteriosas y las trajeron a la superficie de la Tierra. He aquí por qué los oletos y los calmucos son tan hábiles magos y adivinos. Ciertas tribus negras del Este se internaron también en Agharti y allí estuvieron varios siglos. Más tarde fueron expulsados del reino y regresaron a la faz del planeta según los naipes, las hierbas y las líneas poseedoras del misterio de los augurios de la mano. De esas tribus proceden los gitanos. Allá, en el norte de Asia, existe una tribu en vías de desaparecer que residió en el maravilloso Agharti. Sus miembros saben llamar a las almas de los muertos cuando flotan en el aire.

El Lama permaneció silencioso un buen rato. Luego, como respondiendo a mis pensamientos, continuó:

– En Agharti, los sabios panditas escriben en tablas de piedra toda la ciencia de nuestro planeta y de los demás mundos. Los doctos budistas chinos no lo ignoran. Su creencia es la más alta y pura. Cada siglo cien sabios de china se reúnen en un lugar secreto, a orillas del mar, y de las profundidades de este salen cien tortugas inmortales. En sus conchas, los chinos escriben sus conclusiones de la ciencia divina del siglo.

Esto me recuerda la historia que me contó un viejo bonzo chino del templo del cielo, de Pekín. Me dijo que las tortugas viven más de tres mil años sin aire ni alimento y que esta es la razón por la cual todas las columnas del templo azul del cielo tienen por base tortugas vivas, a fin de evitar que se pudra la madera.