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Pero Hanne estaba sumida en sus propios pensamientos y el buque danés empezaba a tener problemas con una pequeña embarcación que parecía insistir en que tenía prioridad en el paso. Lo cierto es que no oyó lo que dijo.

– Seguramente saldrán libres -soltó, elevando el tono y con una pizca de amargura por la falta de interés de Hanne-. ¡Es muy probable que no podamos presentar una acusación contra ninguno de los dos!

Dio resultado. Hanne dejó que el transbordador danés se las arreglara solo y se giró hacia él. La mirada denotaba escepticismo.

– ¿Qué has dicho? ¿Que van a salir libres?

Kristine y su padre estaban bajo arresto, habían asesinado a una persona. Ninguno de los dos había intentado librarse de su responsabilidad. Incluso insistían en ello. Además los habían pillado in fraganti, solo cinco minutos después del crimen.

Por supuesto que no saldrían de esa. Hanne bostezó. Håkon, que había dormido bien y profundamente en su propia cama durante ocho horas y, por consiguiente, había tenido tiempo y fuerzas para repasar el caso, y que, además, lo había discutido con varios colegas esa mañana temprano, estaba en plena forma.

– Los dos afirman haberlo hecho solos -dijo, y tomó un trago del agrio café del comedor-. Los dos se autoinculpan, cada uno por su lado. Niegan rotundamente haberlo hecho juntos. Por lo que sabemos hasta ahora, parece que esto último es cierto. Llegaron en sendos coches y aparcaron en lugares distintos. Además, Kristine intentó crear una coartada.

Sonreía pensando en el chaval, llamado a declarar en un estado que Håkon esperaba no experimentar nunca. El estudiante había vomitado dos veces durante la primera media hora del interrogatorio.

– Pero ¡no entiendo dónde está el problema, Håkon! No existe la menor duda de que uno de los dos lo hizo y que al otro se le puede culpar de complicidad, ¿no?

– Pues el hecho es que no. Ambos aportan historias que son perfectamente compatibles con los datos de los que disponemos. Ambos afirman haber matado al hombre y que el otro llegó justo después. Según las declaraciones provisionales, las huellas de los dos aparecerán tanto en el cuchillo como en la pistola. Ambos tienen un móvil y ambos han tenido la posibilidad de perpetrarlo. Los dos presentan marcas en la mano derecha, como si hubieran apretado el gatillo. ¿Quién disparó al techo y quién disparó al hombre? No se ponen de acuerdo. Entonces, mi querida subinspectora…

Sonrió, y ella no tuvo fuerzas para reprenderlo.

– Entonces tenemos un problema bastante clásico. Para poder juzgar y condenar, debe poder probarse, más allá de una duda razonable, quien fue el que perpetró el crimen. ¡El cincuenta por ciento no es suficiente! ¡Genial!

Abrió los brazos de par en par y se rio a carcajadas. La gente los miraba, pero le daba igual. En vez de eso, se levantó y colocó la silla junto a la mesa. Se quedó de pie y se inclinó, apoyándose en la mesa con las manos en el respaldo de la silla.

– Es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas, quedan todavía muchas pesquisas por realizar. Pero, si no me equivoco, ¡la mujer de bronce de mi despacho estará ahora mismo descojonada de risa! -El fiscal adjunto de la Policía dibujó él mismo una sonrisa de oreja a oreja-. Ah, y otra cosa más. -Miró tímidamente a la mesa y Hanne apreció un ligero rubor en su rostro-. La cena de mañana…

Hanne lo había olvidado por completo.

– Por desgracia, tengo que declinar la invitación -dijo él.

El día estaba lleno de sorpresas.

– No importa -le contestó con inesperada rapidez-. Lo dejamos para más adelante, ¿vale?

Él asintió, pero no parecía querer irse.

– Voy a ser padre -soltó finalmente; tenía las orejas ardiendo-. ¡Voy a ser padre estas Navidades! Karen y yo lo vamos a festejar este fin de semana, nos vamos de viaje. Siento que…

– ¡Ningún problema, Håkon! ¡En absoluto! ¡Felicidades!

Lo abrazó y permanecieron así un buen rato.

¡Vaya día!

Cuando llegó a su despacho, descolgó el teléfono sin vacilar. Sin pensárselo mucho, marcó un número interno.

– ¿Estás ocupado mañana, Billy T.?

– Tengo a los chicos conmigo este fin de semana, iré a buscarlos a las cinco. ¿Por qué me lo preguntas?

– ¿Quieres traértelos y venir a comer a mi casa y a la de…?

¡Vaya por Dios!, no conseguía pronunciar su nombre. Él la sacó del apuro.

– Son tres, y tienen tres, cuatro y cinco años -advirtió.

– Eso no es ningún problema. Ven a las seis.

Llamó a Cecilie a su trabajo y la avisó de que era mejor modificar el menú. Tenían que ser espaguetis y había que comprar muchos refrescos.

La sensación que la embargó al colgar el teléfono la trastornó casi más que todo lo acontecido durante los dos últimos y dramáticos días.

¡Estaba ilusionada!

Anne Holt

Anne Holt nació en 1958 en Larvik (Noruega). Creció en Lillestrøm y Tromsø, y se trasladó a Oslo en 1978 donde vive actualmente con su pareja Anne Christine Kjær y su hija Iohanne. Holt se graduó en leyes en la Universidad de Bergen en 1986, y trabajó para The Norwegian Broadcasting Corporation (NRK) en el periodo 1984-1988. Después en el Departamento de Policia de Oslo durante dos años. En 1990 ejerció como periodista y editora jefe de informativos de un canal televisivo noruego. Anne Holt abrió su propio bufete en 1994, y fue ministra de Justicia de Noruega durante un corto periodo (Noviembre/1996-Febrero/1997). Dimitió por problemas de salud.

Hizo su debut como novelista en 1993 con la novela de intriga Blind gudinne, cuya protagonista era la detective de policia lesbiana Hanne Wilhelmsen, sobre la que ya se han publicado siete títulos. Dos de sus novelas, Løvens gap (1997) y Uten ekko (2000) fueron escritas en colaboración con Berit Reiss-Andersen. Con Castigo, protagonizada por la profiler Inger Johanne Vik y el comisario Yngvar Stubø inicia una nueva serie.

Sus novelas, inteligentes y emocionantes la han convertido en uno de los referentes de la novela escandinava actual. Anne Holt es, junto a Henning Mankell, la autora escandinava más popular del momento.

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