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En aquel momento, la tapa de los sesos de Ansioso Beager saltó.

Si esto hubiera ocurrido en cualquier otro momento, se hubiera considerado el hecho como poco usual, pero, al suceder en aquel instante, fue espectacularmente poco usual, y todos ellos, Bill incluido, se quedaron con la boca abierta cuando un lagarto de quince centímetros de alto saltó del abierto cráneo hasta el suelo, donde hizo una abolladura bastante grande al golpearlo. Tenía cuatro pequeños brazos, una larga cola, una cabeza similar a la de un pequeño cocodrilo, y era de un brillante color verde. Parecía ser exactamente igual a un chinger, solo que tenía menos de un palmo de alto en vez de tener más de dos metros.

— Todos los guarros humanos oléis mal — dijo en una débil imitación de la voz de Ansioso Beager — Los chingers no sudamos. ¡Vivan los chingers! — cargó a través del compartimiento hacia la litera de Beager.

La parálisis prevaleció. Todos los especialistas en fusibles que habían sido testigos de los imposibles acontecimientos se quedaron en pie o sentados tal y como estaban antes, congelados por el asombro y con los ojos salidos como si fueran huevos duros. El oficial de lavandería estaba atrapado por los dientes que le mordían la mano, mientras que los dos PM trasteaban con las esposas que los sujetaban al cuerpo inmóvil. Tan solo Bill podía moverse y, aún atontado por la paliza, se inclinó para atrapar a la pequeña criatura. Unas garras diminutas pero poderosas se cerraron sobre su carne, y se sintió alzado por el aire y lanzado violentamente contra una mampara.

— Je, je… Eso es para ti, soplón — chilló la diminuta voz.

Antes de que nadie más pudiera interferir, el lagartoide corrió hasta el montón de sacos de Beager, abrió el de encima de todos ellos y se sumergió en el interior. Un instante más tarde se oyó un zumbido que creció en volumen, y del saco emergió la aguzada nariz de un brillante proyectil. Fue saliendo hasta que una pequeña espacionave de no más de sesenta centímetros de largo flotó en el compartimiento. Entonces giró sobre su eje vertical, deteniéndose cuando apuntaba al casco. El zumbido aumentó de tono, y la nave salió repentinamente disparada y atravesó el metal de la pared como si no fuera más duro que el cartón mojado. Se oyeron otros sonidos distantes de rotura a medida que atravesaba plancha tras plancha, hasta que con un clang final atravesó el casco exterior de la nave y escapó al espacio. Se oyó un rugido de aire escapando al vacío, y el clamor de las sirenas de alarma.

— Maldita sea… — dijo el oficial de lavandería, luego cerró su asombrada boca y chilló —: ¡Sáquenme esta cosa de la mano… me está mordiendo hasta matarme!

Los dos PM seguían agitándose hacia delante y hacia atrás, espesados a la inmóvil figura del que fue Ansioso Beager. Beager seguía sonriendo alrededor del bocado que daba a la mano del oficial, y no fue hasta que Bill buscó su rifle atómico y metió el cañón en la boca de Beager, haciendo palanca hasta abrir la mandíbula, que el oficial de lavandería logró retirar la mano. Mientras hacía esto, Bill vio que la parte superior de la cabeza de Ansioso se había abierto justamente por encima de las orejas, y estaba sujeta en la parte trasera por una brillante bisagra de bronce. En el interior del bostezante cráneo, en lugar de cerebro y huesos y otras cosas, había una pequeña habitación de control con una diminuta silla, minúsculos mandos, pantallas de televisión, y un refrigerador de agua. Ansioso era tan solo un robot manejado por la pequeña criatura que había huido en la espacionave: una criatura que parecía un chinger, pero que tan solo tenía quince centímetros de alto.

— ¡Hey! — dijo Bill —, Ansioso es tan solo un robot manejado por la pequeña criatura que ha escapado en la espacionave. Parecía un chinger, pero tan solo tenía quince centímetros de alto…

— Quince centímetros o dos metros diez, ¿qué diferencia hay en eso? — gruñó petulante el oficial de lavandería, mientras se anudaba un pañuelo alrededor de su mano herida —. No esperará que les digamos a los reclutas lo pequeños que son en realidad nuestros enemigos, o explicarles que proceden de un planeta de diez g. Tenemos que mantener alta la moral.

CINCO

Ahora que Ansioso Beager había resultado ser un espía chinger, Bill se sentía muy solitario. Caliente Brown, que casi nunca hablaba, ahora hablaba aún menos, lo cual significaba nunca, así que no había nadie con quien Bill pudiera charlar. Caliente era el único otro especialista en fusibles en el compartimiento que hubiera estado en el pelotón de Bill en el Campo León Trotsky, y todos los demás hombres estaban muy agrupados y acostumbraban a reunirse y murmurar si alguien se les acercaba. Su única diversión era el soldar, y cada vez que no estaban de servicio sacaban los soldadores y soldaban cosas al suelo, y al siguiente descanso las arrancaban de nuevo, lo cual es una forma tan tonta de perder el tiempo como cualquier otra, aunque parecía divertirles. Así que Bill estaba algo fuera de sí y trataba de charlar con Ansioso Beager.

— ¡Mira los problemas en que me has metido! — gimoteaba.

Beager simplemente sonreía, sin conmoverse por la queja.

— Al menos cierra tu cabeza cuando te hablo — gruñó Bill, y se la cerró de un golpe. Pero no servía de nada. Ansioso ya no podía hacer otra cosa que sonreír. Había limpiado su última bota. Ahora estaba allí de pie, realmente era muy pesado y además estaba magnetizado al suelo, y los técnicos en fusibles colgaban sus camisas sucias y sus soldaduras de él. Se quedó allí durante tres guardias antes de que alguien pensase que había que hacer algo acerca de él, y finalmente llegó un pelotón de PM con palancas, lo inclinó, colocándolo sobre una carretilla, y se lo llevó.

— Hasta la vista — le despidió Bill, agitando su pañuelo.

Luego volvió a limpiarse las botas. Era un buen compañero, aunque fuera un espía chinger.

Caliente no le respondió, y los soldadores no hablaban con él, y pasaba la mayor parte de su tiempo evitando al reverendo Tembo. La gran dama de la flota, Fanny Girl, estaba aún en órbita mientras se le instalaban los motores. Había muy poco que hacer puesto que, a pesar de lo que dijera el primera clase Bilis, todos ellos habían aprendido las tareas del cuidado de los fusibles en algo menos del año previsto, en realidad les llevó algo así como quizá quince minutos. En su tiempo libre, Bill correteaba por la nave, yendo tan lejos como le permitían los PM que guardaban las compuertas, y hasta llegó a pensar en volver a ver al capellán para tener a alguien con quien charlar. Pero, si calculaba mal la hora, se encontraría de nuevo con el oficial de lavandería, y esto era más de lo que podía soportar. Así que caminó a través de la nave, muy solitario, y miró por la puerta de un compartimiento y vio una bota sobre una cama.

Bill se detuvo, helado, inmóvil, anonadado, rígido, horrorizado, desmayado, y tuvo que luchar para controlar su vejiga súbitamente contraída.

Conocía aquella bota. Nunca olvidaría aquella bota hasta el día en que muriese, tal y como nunca podría olvidar su número de serie, pudiéndole decir del derecho, del revés o desde el centro. Cada detalle de aquella terrible bota aparecía claro en su memoria, desde los cordones similares a serpientes en la repulsiva piel de la parte superior, que se decía era piel humana, hasta las rugosas suelas de patear manchadas con algo rojo que tan solo podía ser sangre humana. Aquella bota pertenecía a Deseomortal Drang.

La bota estaba unida a una pierna y, paralizado por el terror, tan incapaz de controlarse como un pájaro frente a una serpiente, se halló inclinándose más y más hacia el interior del compartimiento, mientras sus ojos recorrían la pierna hasta llegar al cinturón, a la camisa, al cuello, sobre el que se hallaba un rostro que había tenido un papel estelar en todas sus pesadillas desde que se había alistado. Los labios se movieron…