— ¿A dónde? — preguntó ansiosamente, ya que era un perenne creyente en toda clase de rumores.
— Directamente al infierno, a menos que seas salvado.
— No empieces de nuevo… — rogó Bill.
— Mira — le dijo tentadoramente Tembo, y proyectó una celestial escena con puertas de oro, nubes y el suave latir de un tam-tam como música de fondo.
— ¡Apaga esas tonterías del cielo! — chilló el primera clase Bilis, y la escena se desvaneció.
Algo tiró ligeramente del estómago de Bill, pero él lo ignoró, creyendo que se trataba simplemente de otro de los síntomas continuamente sentidos por sus aterrorizadas tripas que, a pesar de que se estaban atrofiando hasta la muerte, aún no se daban cuenta de que su maravillosa maquinaria triturante y disolvente había sido condenada a una dieta líquida. Pero Tembo dejó de trabajar e inclinó la cabeza hacia un lado, y luego se golpeó experimentalmente el estómago.
— Nos estamos moviendo — dijo, afirmativo —. Y además vamos a las estrellas. Han conectado los motores interestelares.
— ¿Te refieres a que estamos atravesando el subespacio, y que pronto experimentaremos el terrible tirón en cada fibra de nuestro cuerpo?
— No, ya no usan los antiguos motores subespaciales porque, aunque un montón de naves entraban en el subespacio con un tirón que descoyuntaba todas las fibras, ninguna de ellas logró salir jamás. Leí en la Gaceta del Soldado que un matemático había dicho que se había producido un ligero error en las ecuaciones, y que el tiempo era distinto en el subespacio, pero que era diferente en más rápido en vez de diferente en más lento, así que tal vez pase toda la eternidad antes de que esas naves salgan.
— Entonces, ¿vamos al hiperespacio?
— Nada de eso.
— ¿O estamos siendo disueltos en nuestros átomos componentes y grabados en la memoria de un gigantesco computador que piensa que estamos en otra parte y así resulta que estamos allí?
— ¡Caramba! — dijo Tembo, mientras sus cejas subían hasta su cabello —. Para ser un muchacho campesino zoroastriano tienes ideas bastante raras. ¿Has estado fumando o bebiendo algo que no me hayas contado?
— ¡Dímelo! — rogó Bill —. Si no es nada de eso… ¿qué es? Tenemos que cruzar el espacio interestelar para luchar con los chingers… ¿Cómo vamos a hacerlo?
— Es así — Tembo miró a su alrededor para asegurarse de que el primera clase Bilis no se hallaba por allí, y luego juntó las manos ahuecadas, formando una esfera —. Imagínate que mis manos son la nave, flotando en el espacio. Entonces se conecta el Dispositivo Hinchador…
— ¿El qué?
— El Dispositivo Hinchador, que se llama así porque hincha las cosas. ¿Sabes?, todo está hecho a base de cosas pequeñitas llamadas electrones, protones, neutrones, trontones y cosas así, que en alguna manera están unidas por una especie de energía ligadora. Pero, si uno debilita la energía que mantiene a las cosas juntas (me olvidaba decirte que además esas cositas están girando todo el rato como si estuvieran locas, aunque quizá ya lo supieras…) bueno, se debilita la energía y, como están corriendo tan deprisa, las cositas comienzan a separarse unas de otras, y cuanto más débil es la energía más lejos se separan. ¿Me sigues?
— Creo que sí, aunque no estoy seguro de que me guste lo que cuentas.
— Tranquilo. Ahora… ¿ves mis manos? A medida que la energía se debilita, la nave se hace más grande — separó las manos —, se hace más grande, hasta que lo es tanto como un planeta, luego como un sol, y por fin como todo un sistema estelar. El Dispositivo Hinchador nos puede hacer tan grandes como queramos. Entonces se invierte el proceso, nos encogemos hasta nuestro tamaño real, y allí estamos.
— ¿Dónde estamos?
— Donde queramos estar — respondió pacientemente Tembo.
Bill se giró y dio industriosamente abrillantador a un fusible, mientras el primera clase Bilis pasaba, con un brillo de sospecha en sus ojos. Tan pronto como hubo girado una esquina, Bill se inclinó y le silbó a Tembo:
— ¿Cómo podemos estar en otra parte distinta a donde nos encontrábamos al empezar? El hacerse mayores y luego más pequeños no lleva a nadie a ningún sitio.
— Bueno, son bastante astutos con eso del Dispositivo Hinchador. La forma de operar que me han contado es similar a cuando uno toma una goma elástica cogiéndola de un extremo con cada mano. Uno no mueve la mano izquierda, pero estira la goma tan lejos como puede con la derecha. Cuando uno deja que la goma vuelva a su tamaño normal, mantiene la mano derecha quieta y suelta la izquierda. ¿Te das cuenta? No has movido la goma, sino que la has estirado y la has dejado ir, pero se ha movido. Como nuestra nave está haciendo ahora. Se está haciendo mayor, pero en una dirección. Cuando la proa alcance el lugar a donde estamos yendo, la popa estará donde estábamos. Entonces encogemos y, ¡bang!, allí estamos. Y tú podrías llegar al cielo con la misma facilidad, hijo mío, si tan solo…
— ¡Predicando en horas de servicio, Tembo! — aulló el primera clase Bilis desde el otro lado de la plataforma de fusibles, sobre la que estaba mirándolos con un espejo atado al extremo de un palo —. Te tendré puliendo bornes de fusible durante un año. Ya se te ha advertido antes.
Ataron y pulieron en silencio después de esto, hasta que el pequeño planeta tan grande como una pelota de tenis atravesó la pared. Un perfecto planetita con diminutas zonas polares, frentes helados, cubierto de nubes, con océanos y todo eso.
— ¿Qué es eso? — exclamó Bill.
— Mala navegación — gruñó Tembo —. Un poco de retroceso. La nave está yendo algo hacia atrás en lugar de ir solo en la otra dirección. ¡No, no, no lo toques, a veces puede causar accidentes! Es el planeta que acabamos de dejar, Phigerinadon Il.
— Mi hogar — sollozó Bill, notando como las lágrimas le corrían mientras el planeta se empequeñecía hasta tener el tamaño de una canica —. Adiós, mamá — saludó con la mano mientras la canica disminuía hasta ser una mota y luego se desvanecía.
Después de eso el viaje pasó sin más acontecimientos, particularmente ya que no podían notar cuando se estaban moviendo, no sabían cuando se detenían, y no tenían ni idea de donde estaban. Aunque estuvieron seguros de que habían llegado a algún lugar cuando se les ordenó retirar los atalajes de los fusibles. La tranquilidad duró tres guardias, y entonces sonó generala. Bill corrió con los demás, contento por primera vez desde que se había alistado. Todos los sacrificios, los duros momentos pasados, no serían en vano. Al fin iba a entrar en acción contra los sucios chingers.
Se colocaron en Primer Tiempo frente a las bancadas de fusibles, con los ojos clavados en las rojas banda de los fusibles, que se llamaban bandas de fusible. A través de las suelas de sus botas, Bill podía notar un débil y lejano temblor en la cubierta.
— ¿Qué es eso? — le preguntó a Tembo por la comisura de los labios.
— Los motores, no el Dispositivo Hinchador. Motores atómicos. Significa que debemos estar maniobrando, haciendo algo.
— ¿Pero qué?
— ¡Vigilen las bandas de fusibles! — aulló el primera clase Bilis.
Bill estaba comenzando a sudar, y repentinamente se dio cuenta de que el calor estaba aumentando en forma molesta.
Tembo, sin apartar la vista de los fusibles, se desnudó, plegando cuidadosamente la ropa tras de sí.
— ¿Podemos hacer eso? — preguntó Bill, desabrochándose el cuello —. ¿Qué es lo que pasa?
— Va contra las normas, pero uno tiene que desnudarse o cocerse. Desnúdate, hijo, o morirás sin haberte salvado. Debemos de estar a punto de entrar en acción, ya que han puesto los escudos. Diecisiete escudos de fuerza, un escudo electromagnético, un casco blindado doble y una delgada capa de gelatina pseudoviviente que fluye y cierra cualquier abertura. Con todo eso no hay la más mínima pérdida de energía desde la nave, ni forma alguna en que librarse de ella. Ni del calor. Con los motores en marcha y todo el mundo sudando, el calor puede llegar a ser bastante fuerte. Sobre todo cuando disparen los cañones.