Выбрать главу

La temperatura siguió alta, justo en la frontera de lo tolerable durante horas, mientras contemplaban las bandas de fusibles. En un momento, se oyó un débil sonido metálico que Bill notó más que oyó a través de sus pies desnudos sobre el caliente metal.

— ¿Y qué fue eso?

— Disparo de torpedos.

— ¿Contra qué?

Tembo se alzó simplemente de hombros como toda respuesta, y no apartó su vigilante mirada de las bandas de los fusibles. Bill se agitó en una mezcla de frustración, aburrimiento, agotamiento por el calor y fatiga durante otra hora, hasta que sonó el fin de la alarma y un hálito de aire fresco llegó por los ventiladores. Para cuando se hubo revestido de nuevo en su uniforme, Tembo había desaparecido, y él se arrastró cansinamente hasta su camarote. En el tablero de anuncios del corredor había un nuevo anuncio multicopiado, y se inclinó para leer su mensaje.

DE: Capitán Zekial

A: Todo el personal

ASUNTO: Reciente encuentro

El 23-11-8956 esta nave ha participado en la destrucción mediante torpedos atómicos de la instalación enemiga 17KL-345, y junto con las otras naves de la flotilla llamada Muleta Roja ha cumplido su misión, por lo que se autoriza consecuentemente a que el personal de esta nave adhiera un Núcleo Atómico al pasador de la Medalla de Unidad de Combate en Servicio Activo, o bien, si esta es su primera misión de este tipo, se les autoriza para usar la Medalla de Servicio Activo.

NOTA: Se ha observado a ciertos miembros del personal con sus Núcleos Atómicos invertidos, y esto está mal, y es un crimen merecedor de consejo de guerra, punible con la muerte.

SIETE

Tras la heroica destrucción de 17KL-345, pasaron semanas de entrenamientos y pruebas para restaurar a los cansados veteranos del combate a su habitual condición física. Pero en el transcurso de estos deprimentes meses sonó una llamada por los altavoces, una que Bill jamás había oído antes, un sonido metálico como el de barras de acero golpeadas unas contra otras en el interior de un tambor metálico lleno de canicas. No significaba nada para él o para los otros nuevos soldados, pero hizo que Tembo saltase de su litera para iniciar una rápida Danza de la Maldición Mortal con un raudo acompañamiento de tam-tam efectuado sobre la tapa de su taquilla.

— ¿Ya te has vuelto loco? — preguntó apagadamente Bill desde donde estaba despatarrado, leyendo un desvencijado ejemplar de un libro de historietas denominado Asombrosas y realmente repugnantes aventuras sexuales (con efectos sonoros incorporados). Un desgarrador aullido estaba surgiendo de la página que contemplaba.

— ¿No lo conoces? — preguntó Tembo —. ¡No lo conoces! Ese es el toque de correo, muchacho, el más grato de los sonidos escuchados en el espacio.

El resto de la guardia lo pasaron corriendo y esperando, haciendo cola y todo lo demás. La entrega del correo se efectuaba con la máxima ineficiencia posible, pero finalmente, a pesar de todas las barreras, se distribuyó el correo, y Bill recibió una preciosa postal espacial de su madre. En un lado de la postal se veía una fotografía de la refinería Estrépito, S. A., situada justo al lado de su pueblo, y esto solo ya fue bastante como para producirle un nudo en la garganta.

Luego, en el pequeño cuadrado en el que se permitía inscribir el mensaje, los patéticos trazos de su madre habían escrito: «Mala cosecha, adeudados, la robomula tiene las glándulas sobrecargadas, espero que tú estés igual — Cariños, mamá.» No obstante, era un mensaje de casa, y lo leyó y lo volvió a leer mientras hacían cola para la comida. Tembo, delante suyo, también tenía una postal, llena de ángeles e iglesias, que es lo que uno podía esperar, y Bill se quedó anonadado cuando vio que Tembo leía la postal por última vez y luego la sumergía en su jarra de la comida.

— ¿Por qué haces eso? — le preguntó asombrado.

— ¿Para qué otra cosa sirve el correo? — zumbó Tembo, metiendo aún más la postal —. Mira ahora.

Ante la asombrada mirada de Bill, la postal estaba comenzando a hincharse. La superficie blanca se rompió y se desprendió en pequeñas motas, mientras el marrón interior crecía y crecía hasta llenar la jarra y hacerse de un par de centímetros de grueso. Tembo sacó la goteante tablilla y le dio un gran bocado en un extremo.

— Chocolate deshidratado — dijo con la boca llena ¡Bueno! Prueba el tuyo.

Antes de que acabase de hablar, Bill ya había metido su postal en el líquido, y estaba contemplando arrobado como crecía. El mensaje se disolvió, pero en lugar de una masa marrón la suya era blanca.

— Dulce… o quizá pan — dijo, tratando de no babear.

La masa blanca se estaba hinchando, apretándose contra los lados de la jarra, saliendo por la parte superior. Bill tomó el extremo y lo alzó con una mano mientras crecía. Subió y subió hasta que hubo absorbido hasta la última gota de líquido, y Bill tuvo entre sus manos extendidas una hilera de gruesas letras unidas de cerca de dos metros de largo: VOTAD POR HONESTO GEEK EL AMIGO DE LOS SOLDADOS, decían. Bill se inclinó y le dio un tremendo bocado a la T. Se atraganto y escupió los húmedos trozos al suelo.

— Cartón — dijo huecamente —. Madre siempre compra saldos. Hasta cuando se trata de chocolate deshidratado… — buscó en su jarra algo con lo que sacarse el sabor a periódico viejo de la boca, pero estaba vacía.

En algún lugar, muy arriba en el escalafón del poder, se tomó una decisión, se resolvió un problema, y se dio una orden. De las pequeñas cosas nacen las grandes: La cagada de un pajarilla cae sobre la ladera cubierta de nieve de una montaña, rueda, recoge nieve, se hace más y más grande, gigante y más gigante, hasta que es una atronadora masa de nieve y hielo, una avalancha, una aterradora masa de muerte rodante que arrasa todo un poblado. De pequeños comienzos… ¿quién sabe qué comienzo tuvo esto? Tal vez los dioses lo sepan, pero se están riendo. Tal vez la altiva y emperingotada esposa de algún Alto Ministro vio una alhaja que deseaba y con astuta y cortante lengua exacerbó al calzonazos de su marido hasta que, para tener algo de paz, le prometió regalársela, y entonces buscó el dinero para comprarla. Tal vez fuera así como llegase a oídos del Emperador la insinuación sobre una nueva campaña en el 77sub7avo sector, tranquilo desde hacía años, pues una victoria allí, o hasta un empate, si es que producía las suficientes muertes, significaría una medalla, una recompensa, algo de dinero. Y así la avaricia de una mujer, como la cagada de un pajarilla, puso en marcha la bola de nieve de la guerra, reuniendo poderosas flotas, nave a nave, como una roca en un estanque que produce ondas hasta que la más apartada de las gotas es alcanzada por su movimiento…

— Vamos a entrar en acción — dijo Tembo mientras olisqueaba su jarra de comida —. Están cargando el rancho con estimulantes, reductores del dolor, salitre y antibióticos.

— ¿Es por eso por lo que están siempre tocando música patriótica? — gritó Bill, para poderse hacer oír entre el constante rugido de los pífanos y tambores que surgía de los altavoces. Tembo asintió.

— Queda poco tiempo para que seas salvado, para que asegures tu lugar en las legiones de Samedi…

— ¿Por qué no hablas con Caliente Brown? — aulló Bill ¡Ya me salen los tam-tams por los oídos! Cada vez que miro a una pared veo ángeles flotando en nubes. ¡Deja de molestarme! Dedícate a Caliente… cualquiera que haga lo que él hace con los thoats probablemente se unirá a tu manada de vudú en un segundo.