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— He hablado con Brown acerca de su alma, pero ese tema aún está dudoso. Nunca me contesta, así que no estoy seguro de si me escucha o no. Pero tú eres diferente, hijo mío. Tu demuestras irritación, lo cual indica que sientes dudas. Y la duda es el primer paso hacia la fe…

La música se cortó en medio de un compás, y durante tres segundos hubo un estallido de silencio que terminó abruptamente.

— Atención. Atención todos… Estén atentos… En unos momentos conectaremos con la nave almirante para escuchar un informe del almirante… Atentos todos. — la voz fue cortada por el toque de generala, pero siguió de nuevo cuando hubo terminado el repugnante sonido — ¡…y ahora nos encontramos en el puente de ese gigantesco conquistador de las rutas espaciales, el superacorazado de treinta kilómetros de largo, poderosamente blindado, mayestáticamente armado, denominado La reina de las hadas…! Los hombres de guardia se están haciendo ahora a un lado, y acercándose a mí en un simple uniforme de platino trenzado llega el Gran Almirante de la Flota, el Muy Honorable Lord Arqueóptero. ¡Admirable! ¿Podría dedicarnos un momento, Su Excelencia?

— La siguiente voz que oirán será…

La siguiente voz fue un estallido de música mientras los técnicos en fusibles vigilaban sus bandas de fusible, pero la siguiente voz después de esto tuvo todas las ricas tonalidades adenoidales que siempre se asociaban con los Pares del Imperio.

— Chicos… ¡vamos a entrar en acción! Esta, la más poderosa flota que jamás haya visto la galaxia, se está dirigiendo en línea recta hacia el enemigo para dar el golpe devastador que puede decidir esta guerra. En mi tanque de operaciones situado frente a mí veo una miríada de puntitos de luz, extendiéndose tan lejos como abarca la vista, y cada punto de luz ¡y os digo que son como agujeros en una manta!, no es una nave, ni un escuadrón… ¡sino una flota entera! Estamos barriéndolo todo, acercándonos…

El sonido de un tam-tam llenó el aire, y en la banda del fusible que Bill estaba vigilando aparecieron un par de puertas doradas abriéndose.

— ¡Tembo! — chilló —. ¡¿Quieres apagar eso?! ¡Quiero oír lo de la batalla!

— Memeces grabadas — sorbió Tembo —. Mejor será que gastes los pocos momentos de tu vida que quizá te queden en buscar la salvación. Esto que oyes no es ningún almirante, sino una grabación. Ya la he oído cinco veces antes; y tan solo la ponen para dar moral antes de lo que están seguros que va a ser una batalla con elevadas pérdidas. Esto nunca fue un almirante, sino que lo sacaron de un viejo programa de televisión…

— ¡Yuppiii! — aulló Bill, saltando hacia adelante. El fusible que estaba contemplando se había cuarteado con una brillante descarga en los bornes, y en el mismo instante la banda del fusible se había quemado y pasado del rojo al negro —. ¡Uggg! — gruñó, y luego, ¡Uggg!, ¡Uggg!, ¡Uggg! — en rápida sucesión, quemándose las palmas con el fusible aún caliente, dejándolo caer sobre su pie, y finalmente logrando meterlo por el conducto de fusibles. Cuando se dio la vuelta, Tembo ya había colocado un fusible nuevo en los bornes vacíos.

— Ese era mi fusible… No tenías que haber… — había lágrimas en sus ojos.

— Lo siento. Pero según las reglas tengo que ayudar si estoy libre.

— Bueno, al menos hemos entrado en acción — dijo Bill, de vuelta a su posición, y tratando de darse masajes a su dolido pie.

— No, aún no, aún hace demasiado frío. Eso fue tan solo una avería en los fusibles, uno puede distinguirlo por la descarga en los bornes. Ocurre a veces cuando los fusibles son viejos.

— …armadas masivas tripuladas por heroicos soldados…

— Podríamos haber estado en combate — bufó Bill.

— …el atronar de las descargas atómicas y las brillantes estelas de los torpedos al ataque…

— Creo que ya estamos ahora. Parece que hace más calor, ¿no, Bill? Mejor será que nos desnudemos; si realmente hay una batalla, quizá luego no nos sea posible.

— ¡Vamos, vamos, en pelotas! — aulló el primera clase Bilis, saltando como una gacela por entre las hileras de fusibles, vestido tan solo con un par de sucios calcetines y con sus galones y la insignia de su especialidad tatuados. Se oyó un súbito chisporroteo en el aire, y Bill notó como los muñones de su rapado cabello se le ponían de punta.

— ¿Qué es eso? — gimoteó.

— Una descarga secundaria de la bancada de fusibles — señaló Tembo —. Lo que sucede es secreto, pero he oído decir que significa que uno de los escudos defensivos está siendo atacado con radiaciones, y que al irse sobrecargando sube a lo largo del espectro hasta el verde, hasta el azul, hasta el ultravioleta, para pasar finalmente al negro y desmoronarse el escudo.

— Eso suena bastante raro.

— Ya te he dicho que es tan solo un rumor. Todo eso es secreto…

— ¡¡Ya está!!

Un tremendo bang hendió el húmedo aire de la sala de fusibles, y una bancada de estos se arqueó, humeó y se ennegreció. Uno de ellos se partió en dos, desparramando en todas direcciones pequeños fragmentos como metralla. Los especialistas en fusibles saltaron, aferraron los fusibles, deslizaron repuestos con manos sudorosas, apenas si viéndose por entre las nauseabundas humaredas. Los fusibles fueron conectados, y hubo un momento de silencio, interrumpido tan solo por el dolorido sonar de una pantalla de comunicaciones.

— ¡Hijo de padre! — murmuró el primera clase Bilis, dándole una patada a un fusible que se interponía en su camino y zambulléndose hacia la pantalla. Su chaqueta de uniforme colgaba de un gancho junto a esta, y se la colocó antes de darle un puñetazo al botón de encendido. Acabó de abrocharse el último botón justamente cuando se iluminó la pantalla. Bilis saludó, así que debía hallarse frente a un oficial. La pantalla estaba de lado, de modo que Bill no podía asegurarlo, y la voz tenía el tartamudeante gimoteo de los sinbarbilla-y-con-muchos-dientes que estaba comenzando a asociar con la oficialidad.

— Ha tardado en contestar, primera clase Bilis… ¿Quizá el segunda clase Bilis podría contestar más rápido?

— Tenga piedad, señor… Soy un hombre viejo — cayó al suelo de rodillas, en una actitud de súplica que lo hizo desaparecer de la pantalla.

— ¡Póngase en pie, idiota! ¿Han reparado los fusibles después de la última sobrecarga?

— Reemplazamos, señor, no reparamos…

— ¡Nada de tecnicismos, so cerdo! ¡Una respuesta clara!

— Todo está en orden, señor. Operando en el verde. No hay quejas de nadie, su excelencia.

— ¿Por qué no va usted de uniforme?

— Estoy de uniforme, señor — gimoteó Bilis, acercándose más a la pantalla para que no se pudieran ver sus desnudas caderas ni sus temblorosas piernas.

— ¡No me mienta! Hay sudor en su frente. No se le permite sudar de uniforme. ¿Me ve sudar a mí? Y yo además llevo puesta una gorra… en su ángulo correcto. Me olvidaré de ello, por esta vez, porque tengo un corazón de oro. Puede retirarse.

— ¡Sucio cabrón! — maldijo Bilis con toda la fuerza de sus pulmones, arrancándose la chaqueta de su envarado cuerpo. La temperatura sobrepasaba los cincuenta grados, y seguía subiendo —. ¡Sudor! Tienen aire acondicionado en el puente… ¿Y dónde os creéis que va a parar su calor? ¡Aquí! ¡¡ayyyyyyl!

Dos bancadas completas de fusibles estallaron simultáneamente y tres de estos explotaron como bombas. Al mismo tiempo, el suelo se agitó lo bastante bajo sus pies como para notarlo.

— ¡Problemas gordos! — chilló Tembo —. Cualquier cosa que sea lo bastante fuerte como para hacerse notar a través del campo estático debe ser lo bastante potente como para aplastar la nave como si fuera una galleta. ¡Ahí hay más! — saltó a la bancada y pateó un fusible quemado, metiendo otro nuevo.