— Me tiene celos — gruñó Bill, ya enamorado de su nueva imagen.
— ¡No se haga el freudiano conmigo! — aulló el doctor; y luego lloriqueo, desconsolado —: Siempre quise ser un héroe, pero lo único que hago es cuidar a los héroes. Voy a sacarte esas vendas.
Descolgó los cables que mantenía en alto el brazo de Bill, y comenzó a desenrollar las vendas, mientras los soldados se apelotonaban para contemplar.
— ¿Cómo está mi brazo, doctor? — Bill se sintió repentinamente preocupado.
— Asado como un filete. Tuve que amputarlo.
— Entonces, ¿qué es eso? — ululó Bill, horrorizado.
— Otro brazo que te injerté. Había muchos sueltos después de la batalla. La nave tuvo un cuarenta y dos por ciento de bajas, y realmente me pude dedicar a cortar, picar y coser. Te lo aseguro.
Cayó el último vendaje, y los soldados dijeron ah con satisfacción.
— Vaya, es un brazo magnífico.
— Prueba a hacer algo.
— Y tiene un cosido estupendo cerca del hombro: ¡Fijáos que bien le han quedado los puntos!
— Y además tiene buenos músculos, y es largo, no como la mierda que lleva al otro lado.
— Más largo y más oscuro… ¡tiene un maravilloso color!
— ¡Es el brazo de Tembo! — bramó Bill —. ¡Sáquenmelo! — se arrastró por la cama, pero el brazo lo siguió. Lo aplastaron de nuevo contra las almohadas.
— Eres un tipo de suerte, Bill, al tener un buen brazo como este. Y además es el brazo de un amigo.
— Sabemos que le hubiera gustado que tú lo heredases.
— Siempre tendrás algo que te lo recuerde.
Realmente, no era un mal brazo. Bill lo dobló y flexionó los dedos de la mano, mirándolo aún con sospecha. Se lo notaba bien. Lo extendió y agarró el brazo de un soldado, apretando. Podía notar como los huesos del hombre se comprimían, mientras este chillaba y se estremecía. Entonces Bill miró con más detenimiento la mano, y comenzó a escupir blasfemias contra el doctor.
— ¡Estúpido cortahuesos! ¡Doctor de thoat! Menudo trabajo ha hecho… ¡este es un brazo derecho!
— Así que es un brazo derecho… ¿y qué?
— Pero usted cortó mi brazo izquierdo. Ahora tengo dos brazos derechos…
— Escuche, había un déficit de brazos izquierdos. No soy ningún milagrero. Lo hago lo mejor que sé, y solo tengo quejas. Puede estar contento de que no le injertara una pierna — Sonrió diabólicamente —, y puede aún estar más contento de que no le injertase…
— Es un buen brazo, Bill — dijo el soldado al que le había aplastado el brazo, mientras se lo friccionaba —. Y además tienes suerte: ahora podrás saludar con ambos brazos, y nadie más puede hacerlo.
— Tienes razón — dijo humildemente Bill —. No había pensado en ello. Realmente, soy un hombre afortunado — intentó un saludo con su brazo izquierdo-derecho, y el codo se dobló perfectamente sobre su pecho, y las yemas de los dedos se agitaron sobre su ceja. Todos los soldados se pusieron firmes y devolvieron el saludo. La puerta se abrió de un empujón y un oficial metió la cabeza por ella.
— Descansen, muchachos, esto es tan solo una visita informal del Viejo.
— ¡El Capitán Zekial viene aquí!
— Nunca he visto al Viejo… — los soldados piaban como pajarillos, y estaban tan nerviosos como vírgenes en una ceremonia de desfloración. Otros tres oficiales atravesaron la puerta, y finalmente entró un enfermero que llevaba de la mano a un retardado mental de diez años de edad con un chupete y uniforme de capitán.
— Ehhh… hola, chicos… — dijo el capitán.
— El capitán desea saludamos a todos — dijo eficientemente un primer teniente.
— ¿E-e-te e-de la-ama?
— Y especialmente desea dar su enhorabuena personal al héroe del momento.
— …ha-ía a-go má-pe-o lo-e olvi-ado…
— Y adicionalmente desea informar al valiente luchador que salvó nuestra nave que está siendo promocionado hasta el grado de técnico en fusibles de primera clase, cuya antedicha promoción incluye un realistamiento automático por siete años, que le serán añadidos a los de su alistamiento original; y que cuando sea dado de alta del hospital irá con el primer medio de transporte disponible hasta el Planeta Imperial de Helior, para recibir allí la recompensa a su heroicidad en forma del Dardo Púrpura con la Nebulosa del Saco de Carbón, de la propia mano del Emperador.
— …ero ir a mear…
— Pero ahora las exigencias de su mando lo obligan a regresar al puente, y quiere daros a todos una afectuosa despedida.
— ¿No es el Viejo algo joven para su grado? — preguntó Bill.
— No más que muchos otros — el doctor rebuscó entre sus agujas hipodérmicas, buscando alguna lo bastante despuntada como para dar una inyección —. Tienes que recordar que todos los capitanes tienen que pertenecer a la nobleza, y aún una nobleza tan numerosa como la nuestra está muy solicitada para todas las tareas de un imperio galáctico. Tomamos lo que podemos — encontró una aguja torcida y la colocó en la jeringuilla.
— De acuerdo, es joven, pero ¿no es también algo estúpido para su puesto?
— Cuidado con eso, muchacho, que es lesa majestad. Si tienes un imperio de un par de millares de años de antigüedad, y una nobleza que va apareándose consigo misma, tendrás todos los genes defectuosos y recesivos apareciendo, y acabarás con un grupo de gentes que serán algo más exóticos que lo que pueda ofrecer un manicomio normal. No hay nada malo en el Viejo que un nuevo cociente de inteligencia no pudiera curar. Deberías de haber visto al capitán de la última nave en que serví… — se estremeció, y clavó maliciosamente la aguja en la carne de Bill. Este aulló y luego, dolorido, contempló como la sangre surgía del orificio abierto por la hipodérmica al ser retirada esta.
Se cerró la puerta, y Bill se quedó solo, contemplando la desnuda pared y su futuro. Era un especialista en fusibles de primera clase, y esto era bueno. Pero el alistamiento obligatorio por siete años más ya no era tan bueno. Su buen ánimo decayó. Deseó poder hablar con alguno de sus viejos compañeros, y entonces recordó que todos estaban muertos, y su ánimo decayó aún más. Trató de animarse a sí mismo, pero no pudo pensar en nada que lo alegrase hasta que descubrió que podía estrecharse a sí mismo la mano. Esto le hizo sentirse algo mejor.
Se arrellanó en las almohadas y se estrechó la mano hasta que se quedó dormido.
LIBRO SEGUNDO
UN BAÑO EN EL REACTOR DE PISCINA
UNO
Ante ellos, el frente del cilíndrico transbordador era una única y gigantesca ventana, un grueso escudo de cristal blindado repleto ahora por las ensortijadas volutas de nubes a través de las que caían. Bill se recostó confortablemente en la silla de desaceleración, contemplando la escena con ansiedad. En la gruesa nave había asientos para veinte personas, pero solo estaban ocupados tres, incluyendo el de Bill. Sentado junto a él, y trataba de no mirarlo demasiado, había un artillero de primera clase que parecía haber sido disparado por uno de sus cañones. Su rostro era casi todo de plástico, y contenía un único y sanguinolento ojo. Era un cesto ambulante, ya que sus cuatro amputados miembros habían sido reemplazados por brillantes artilugios, repletos de resplandecientes pistones, controles electrónicos y bobinas. Su insignia de artillero estaba soldada al chasis metálico que hacía las veces de su antebrazo. El tercer hombre, una bestia de sargento de infantería, se había quedado dormido en el mismo momento en que habían subido a bordo tras llegar del transporte interestelar.