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— ¿Dónde está tu plano? — preguntó el mayor y más peludo, dando otra patada a Bill.

— Robado… — comenzó a llorar de nuevo.

— ¿Eres soldado?

— Se me quedaron mi tarjeta de identificación…

— ¿Tienes pavos?

— Desaparecidos. Todos han desaparecido… como los envases no canjeables de la antigüedad.

— Entonces eres uno de los desplanados — cantaron al unísono, ayudándole a ponerse en pie —. Y ahora, únete a nosotros en la canción de los desplanados — y con trémulas voces cantaron:

— Mantenéos unidos todos y uno, pues los Hermanos Desplanados siempre deberán unirse y luchar para conseguir el derecho de que el poder se desplome y la verdad triunfe, y para que así nosotros, que otrora fuimos libres, podamos alguna vez ser libres para ver los cielos del azul encima, y oír el gentil glop-glop de la nieve.

— No rima demasiado bien — dijo Bill.

— Ah, andamos faltos de talentos por aquí abajo, andamos — dijo el más pequeño y viejo de los desplanados, tosiendo con una tos entrecortado y raquítica.

— Cállate — dijo el más grande, dándole un puñetazo en los riñones al viejo; y dirigiéndose luego a Bill —: Soy Litvok, y esta es mi manada. Formas parte de mi manada ahora, recién llegado, y tu nombre es Golph 28169 menos.

— No, no lo soy. Mi nombre es Bill, y es más fácil de decir… — le dieron otra patada…

— ¡Cierra el pico! Bill es un nombre difícil porque es un nombre nuevo, y nunca recuerdo nombres nuevos. Yo siempre he tenido un Golph 28169 menos en mi manada. ¿Cuál es tu nombre?

— Bi… ¡ay! ¡Quiero decir Golph!

— Así está mejor… pero no olvides que también tienes un apellido.

— Yo estoy hambriento — gimió el viejo —. ¿Cuándo vamos a hacer el asalto?

— Ahora. Seguidme.

Pasaron por encima del viejo Golph etc., que había expirado mientras se iniciaba el nuevo, y se apresuraron a lo largo de un oscuro y húmedo pasadizo. Bill los siguió, preguntándose en dónde se había metido ahora, pero demasiado cansado como para preocuparse en este momento. Estaban hablando de comida; después de conseguirse alguna comida podría pensar qué hacer a continuación, pero mientras tanto se sentía contento porque alguien se ocupase de él y pensase por él. Era como volver a estar de nuevo con el ejército, solo que mejor, pues uno no tenía que afeitarse.

El pequeño grupo de hombres emergió a una sala brillantemente iluminada, molestándoles algo el repentino resplandor. Litvok les hizo una seña para que se detuvieran y miró cuidadosamente en ambas direcciones, luego hizo pantalla con una mano rebozada de suciedad detrás de su oreja en forma de coliflor y escuchó, frunciendo el ceño por el esfuerzo.

— Parece que todo está bien. Schmutzig, tú te quedas aquí y das la alarma si viene alguien; Sporco, atraviesa la sala hasta el otro lado y haz lo mismo; tú, el nuevo Golph, vienes conmigo.

Los dos centinelas se dirigieron hacia sus puestos, mientras Bill seguía a Litvok hasta una salita que contenía una puerta metálica cerrada que el fornido jefe abrió con un simple golpe de martillo de metal que sacó de algún lugar oculto entre sus mugrientas ropas. En el interior, había un cierto número de tubos de diversas dimensiones que se alzaban del suelo y se desvanecían en el techo de arriba. Cada tubo estaba marcado con un número, y Litvok lo señaló.

— Tenemos que encontrar el kl-9256-B — dijo —. Vamos.

Bill encontró rápidamente el tubo, tenía el grosor de su muñeca, y acababa de llamar al jefe de la manada cuando sonó un agudo silbido en la sala.

— ¡Fuera! — dijo Litvok, y empujó a Bill frente a él. Luego cerró la puerta y se puso frente a ella, de tal forma que con su cuerpo cubría la cerradura rota. Se oyó un siseo y un ronroneo crecientes que se acercaban desde la sala hacia ellos, mientras esperaban en la salita. Litvok ocultaba su martillo tras de sí, y el ruido creció hasta que apareció un robot de limpieza que giró hacia ellos sus ojos binoculares montados sobre antenas.

— ¿Harán el favor de echarse a un lado? Este robot desea limpiar el lugar en el que se encuentran — dijo una voz grabada desde el interior del robot, con tono firme. Hizo girar esperanzado sus cepillos en su dirección.

— Lárgate — gruñó Litvok.

— La interferencia con un robot de limpieza durante el desempeño de su deber es un crimen castigable, al mismo tiempo que un acto antisocial. ¿Se han entretenido en pensar cuál sería la situación si el Departamento de Limpieza no…?

— Bocazas — rugió Litvok, y golpeó al robot en la parte alta de su caja craneana con el martillo.

— ¡Uonkiti! — aulló el robot, y escapó zigzagueando a lo largo de la sala, chorreando agua por sus aspersores.

— Acabemos con esto — dijo Litvok, abriendo de nuevo la puerta. Le entregó el martillo a Bill, y sacando una sierra de metales de algún lugar de sus despedazadas ropas atacó la tubería con frenéticos tirones. La tubería de metal era dura, y al cabo de un minuto ya estaba empapado en sudor y comenzaba a cansarse.

— Sigue tú — le chilló a Bill —, ve tan de prisa como puedas, y luego te sustituiré.

Turnándose, les llevó menos de tres minutos el segar completamente el tubo. Litvok volvió a meterse la sierra entre sus ropas y tomó el martillo.

— Prepárate — dijo, escupiendo en sus manos y dando luego un tremendo martillazo a la tubería.

Con dos golpes logró que la parte superior del tubo cortado se doblase hasta desalinearse con la parte inferior, y del orificio comenzó a manar un río sin fin de salchichas tipo Frankfurt verdes enlazadas. Litvok tomó un extremo de la cadena y se lo echó por sobre los hombros de Bill, luego comenzó a enrollar vueltas y más vueltas de las cosas sobre sus hombros y brazos, cada vez más alto. Llegaron al nivel de los ojos de Bill, y este pudo leer las blancas letras estampadas sobre sus formas de color gris hierba: SUPERCLORAS, decía, y también: ¡REPLETAS DE SOL! y: LA MARCA DE DISTINCIÓN, y: PRUEBE NUESTRAs TROTAMBURGUESAS LA PRÓXIMA VEZ.

— Ya basta — gruñó Bill, tambaleándose bajo el peso. Litvok cortó la cadena y comenzó a enrollársela sobre sus propios hombros, cuando el fluir de cosas verdes cesó repentinamente. Tiró de las últimas que quedaban en el tubo y corrió hacia la puerta.

— Ha sonado la alarma, nos persiguen. ¡Huyamos antes de que lleguen los polis! — Silbó fuertemente, y los vigías llegaron corriendo para unírselas. Corrieron, con Bill tambaleándose bajo el peso de las salchichas, en una carrera de pesadilla a través de los túneles, bajando escaleras de mano y tubos aceitados, hasta que alcanzaron una polvorienta área desierta en la que las débiles luces eran pocas y muy espaciadas. Litvok abrió una trampilla del suelo y se dejaron caer uno a uno, para arrastrarse por un túnel de cables y tubos entre dos niveles. Schmutzig y Sporco iban detrás para recoger las salchichas que caían de la dolorida espalda de Bill. Finalmente, a través de una rejilla cortada, llegaron a su totalmente oscuro destino, y Bill se derrumbó en el suelo, que se hallaba cubierto de despojos. Con gritos de ansia, los otros le arrebataron su carga, y al cabo de un minuto ardía un fuego en una papelera de metal y las verdes salchichas se estaban tostando en una parrilla.