— Mire, tienen que comprender lo que ha pasado. No pueden estar lanzando todos esos átomos de carbono e hidrógeno a un sol y esperar que no pase nada. La cosa se ha vuelto nova, y me han dicho que no lograron evacuar completamente algunas bases de los planetas interiores.
— La eliminación de los desperdicios no se realiza sin peligros. Al menos murieron en servicio a la humanidad.
— Bueno, sí, eso es fácil de decir. Lo hecho, hecho está. Pero tendrán que detener su Operación Platillo Volador. ¡Inmediatamente!
— ¿Por qué? — preguntó el inspector Jeyes —. Tengo que admitir que este pequeño asunto de la nova no estaba previsto, pero ya ha sucedido y no podemos hacer mucho al respecto. Y han oído decirle a Basurero que casi ha doblado la entrada, y que pronto recuperaremos el tiempo perdido…
— ¿Por qué cree que se ha doblado la capacidad de eliminación? — gruñó el astrónomo —. Han convertido a esa estrella en tan inestable que está consumiéndolo todo y a punto de convertirse en una supernova, que no solo destruirá a todos sus planetas, sino que tal vez sus efectos lleguen hasta Helior y su sol. ¡Detenga inmediatamente su máquina infernal!
El inspector suspiró y luego agitó la mano, en forma cansada y sin embargo final.
— Apágala, Basurero… Tenía que haber imaginado que esto era demasiado bueno para durar.
— Pero, señor — el ingeniero estaba apretujándose las manos con desesperación —, volveremos a donde empezamos. Se comenzará a amontonar de nuevo…
— ¡Haga lo que se le ordena!
Con un suspiro resignado, Basurero se arrastró hasta el tablero de control y cerró un conmutador. El tableteo y repiqueteo de las cintas sin fin murió, y los zumbantes generadores cayeron en el silencio. Por toda la habitación, los hombres de limpieza se hallaban en grupos silenciosos y deprimidos, mientras los astrónomos volvían a la consciencia y se ayudaban los unos a los otros a salir de la habitación. Cuando salía el último, se giró y, mostrando los dientes, escupió la palabra:
— ¡Recogebasuras! — una llave inglesa lanzada contra él golpeó la puerta cerrada, y la derrota fue completa.
— Bien, uno no puede vencer en todas las ocasiones — dijo enérgicamente el inspector Jeyes, aunque sus palabras tenían un tono hueco —. No obstante, Basurero, te traigo sangre nueva. Este es Bill, un joven de brillantes ideas para tu equipo de investigación.
— Es un placer — dijo Basurero, haciendo desaparecer la mano de Bill en el interior de una de sus manazas. Era un hombre enorme, ancho, alto y grueso, con tez olivácea y pelo negro oscuro que le colgaba casi hasta los hombros —. Ven, vamos a tripear un poco, y mientras te explicaré como están las cosas aquí y tú me hablarás de ti.
Caminaron por los prístinos corredores del DM de L, mientras Bill le contaba su vida a su nuevo jefe. Basurero estaba tan interesado en esta que se equivocó al dar un giro y abrió una puerta sin mirar. Surgió un torrente de potes y bandejas de plástico que les llegó hasta las rodillas antes de que pudieran forzarla a cerrarse de nuevo.
— ¿Lo ves? — le dijo a Bill con mal contenida rabia —. Estamos inundados. Hemos usado todo el espacio disponible para almacenamiento, y siguen amontonándose las cosas. Por Krishna que no sé lo que va a pasar; ya no tenemos donde poner más.
Se sacó un silbato de plata del bolsillo y sopló enérgicamente por él. No produjo sonido alguno. Bill se distanció un poco, contemplándolo con sospecha, y Basurero le dirigió un resoplido.
— No pongas esa cara de susto… aún no se me ha perdido ningún tornillo. Esto es un Silbato Supersónico para Robots, que produce un sonido demasiado agudo para los oídos humanos, pero que los robots pueden oír perfectamente… ¿lo ves? — Con un resonar de ruedas, un robot basurero, un robas, llegó rápidamente y, con veloces movimientos de sus brazos recogedores, comenzó a cargar toda la basura plástica en su depósito.
— Eso del silbato es una gran idea — comentó Bill —. Me gusta eso de poder llamar a un robot cuando uno lo necesita. ¿Crees que podría tener uno, ahora que soy Agente de Saneamiento como tú y los demás?
— Son algo especial — le contestó Basurero, entrando en la cantina por la puerta correcta —. Difíciles de conseguir, ¿entiendes?
— No, no entiendo. ¿Tendré uno o no?
Basurero lo ignoró, contemplando absorto el menú y marcando un número. La comida preparada y congelada salió por el dispensador, y la empujó al calentador radar.
— ¿Bien? — inquirió Bill.
— Si tanto te interesa — explicó Basurero un tanto embarazado —, te diré que los sacamos de los paquetes de cereales. En realidad, se trata de silbatos para perros que les regalan a los chicos consumidores. Ya te mostraré donde está el vertedero de las cajas y te podrás buscar uno.
— Lo haré. Yo también quiero poder llamar a los robots.
Se llevaron sus comidas, ya calientes, a una de las mesas y entre bocados Basurero maldijo la bandeja de plástico de la que estaba comiendo, pinchándola irritado al final.
— Mira esto — dijo —: contribuimos a nuestra propia perdición. Espera a ver como se amontonan ahora que hemos apagado el transmisor de materia.
— ¿Habéis pensado en echarlas al mar?
— El Proyecto Gran Chapuzón está trabajando en eso. No puedo contarte mucho acerca del mismo porque es alto secreto. Tienes que pensar que los mares de este planeta están cubiertos como todo lo demás y que, en estos días, el agua ya es un verdadero puré. Echamos desperdicios en ellos tanto tiempo como pudimos, hasta que elevamos tanto su nivel que las olas llegaban hasta las escotillas de inspección a la marea alta. Seguimos echando, pero a un ritmo mucho más lento.
— ¿Y cómo es eso posible? — se asombró Bill.
Basurero miró cuidadosamente a su alrededor, luego se inclinó por sobre la mesa, se colocó el índice junto a la nariz, guiñó un ojo, sonrió y dijo chissss en un siseo apagado.
— ¿Es secreto? — interrogó Bill.
— Puedes estar seguro. Metereología se nos echaría encima si se enterase. Lo que hacemos es evaporar y condensar el agua, y volver a tirar la sal al mar. ¡Además, hemos arreglado en secreto ciertas tuberías para que funcionen en sentido contrario! En cuanto nos enteramos que está lloviendo en el techo, bombeamos nuestra agua y la dejamos mezclarse con la lluvia. Los de Metereología ya están medio locos. Cada año, desde que iniciamos el Proyecto Gran Chapuzón, se ha incrementado la densidad de la lluvia en las zonas templadas en setenta y cinco centímetros, y cae tanta nieve en los polos que algunos de los pisos superiores se están desplomando bajo el peso de la nieve. ¡Pero hay que Eliminar la Basura! ¡Seguiremos siempre barriendo! No cuentes nada de esto: como sabes, es un secreto.
— Ni una palabra; aunque, realmente, es una gran idea.
Sonriendo orgullosamente, Basurero limpió su bandeja y, echándose hacia delante, la introdujo por un vertedero de desperdicios en la pared. Pero, al hacerlo, cayeron en cascada otras catorce bandejas sobre la mesa.
— ¡Lo dicho! — Rechinó los dientes, instantáneamente deprimido —. Aquí es donde se acaba todo. Estamos en el fondo, y todo lo que echan en los demás niveles acaba aquí, y estamos siendo invadidos sin que tengamos donde guardarlo ni forma en que eliminarlo. Tendré que correr ahora. Será preciso poner en marcha el Proyecto Gran Pulga de inmediato.
Se alzó, y Bill lo siguió hasta la puerta.
— ¿Eso de la Gran Pulga también es secreto?
— No lo será en cuanto salga a la luz. Hemos sobornado a un inspector del Departamento de Salubridad para que diga haber encontrado evidencias de que uno de los dormitorios, uno de los grandes, está siendo infestado por los insectos. Uno de los de kilómetro de largo, por kilómetro de ancho, por kilómetro de alto. Piensa en eso: 1.000.000.000 de metros cúbicos de espacio de almacenamiento no utilizado. Sacarán a todo el mundo para fumigar el lugar, y antes de que logren volver ya lo habremos llenado de bandejas de plástico.