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Casi de inmediato, halló un filón en los archivos de Desperdicios. Tras una cuidadosa comprobación, averiguó que su idea no había sido intentada antes. Le llevó menos de una hora el reunir el material que necesitaba y, menos de tres horas más tarde, tras interrogar a todos los que encontraba y caminar interminables kilómetros, logró hallar la oficina de Basurero.

— Ahora ya puedes buscarte el camino de regreso — gruñó este —. ¿O es que no puedes ver que estoy ocupado?

Con temblorosos dedos, se sirvió otro medio vaso de Viejo Veneno Orgánico y lo tragó de un sorbo.

— Puedes olvidarte de tus problemas…

— ¿Y qué te crees que estoy haciendo? Esfúmate.

— No sin haberte enseñado esto. Una nueva manera de sacarse de encima las bandejas de plástico.

Basurero se tambaleó, poniéndose en pie, y la botella cayó, sin que tratase de retenerla, al suelo, donde su contenido, al derramarse, comenzó a hacer un agujero en el revestimiento de teflón.

— ¿Hablas en serio? ¿Es positivo? ¿Tienes una nueva solución…?

— Positivo.

— Desearía no tener que hacer esto — Basurero se estremeció y tomó de un estante una jarra marcada SERENADOR, LA CURA INSTANTÁNEA PARA LA EMBRIAGUEZ. NO DEBE DE TOMARSE SIN RECETA MÉDICA Y UNA PÓLIZA DE SEGURO DE VIDA. Extrajo una píldora moteada, del tamaño de una nuez, la miró, se estremeció, y luego la tragó con un dolorido gulp. Instantáneamente, todo su cuerpo comenzó a vibrar y cerró los ojos cuando algo hizo gmmmmmff en su interior y una débil columna de humo surgió de sus orejas. Cuando abrió de nuevo los ojos, estos tenían un brillante color escarlata, pero estaban sobrios.

— ¿Qué es? — preguntó roncamente.

— ¿Sabes lo que es esto? — le preguntó Bill, lanzando un grueso volumen sobre el escritorio.

— El listín de teléfonos de la ciudad de Storhestelortby en Proción III, según dice en la portada.

— ¿Sabes cuántos directorios telefónicos viejos tenemos?

— Mi mente se niega a pensar en ello. Continuamente están cambiándolos, y nosotros recibimos los viejos. ¿Y qué?

— Te lo voy a enseñar. ¿Tienes algunas bandejas de plástico?

— ¿Bromeas? — Basurero abrió un armario empotrado y de él cayeron con estrépito centenares de bandejas.

— Estupendo. Ahora yo pondré algunas cosas más: algo de papel de embalar, cordel y cartón tomados de un montón de desperdicios, y ya tendremos todo lo que necesitamos. Si llamas a un robot de trabajos generales, te demostraré el siguiente paso de mi plan.

— Un tra-ge-bot, son dos largos y un corto — Basurero silbó con fuerza con su silbato silencioso, y luego gimió y se aferró la cabeza hasta que dejó de vibrar. Se abrió la puerta de un empellón y por ella apareció un robot, cuyos brazos y tentáculos vibraban expectantes. Bill señaló.

— Al trabajo, robot. Toma cincuenta de esas bandejas, empaquétalas con cartón y papel, y átalas bien aseguradas con el cordel.

Zumbando con electrónica dicha, el robot se abalanzó y un momento más tarde, un perfecto paquete se hallaba en el suelo. Bill abrió el listín al azar y señaló un nombre.

— Ahora pon la dirección que te señalo, marca el paquete como «regalo gratuito, sin impuestos»… ¡y mándalo por correo!

De uno de los dedos del robot surgió un rotulador, con el que rápidamente copió la dirección en el paquete, lo pesó balanceándolo en un brazo, lo franqueó con la franqueadora del escritorio de Basurero, y lo lanzó limpiamente por el buzón de la pared. Se oyó el chuff del soplido cuando el tubo neumático se lo llevó hacia los niveles superiores. La boca de Basurero estaba desencajada mientras seguía la rápida desaparición de las cincuenta bandejas, así que Bill redondeó su argumentación:

— El trabajo robótico para el empaquetado es gratuito, las direcciones nos salen gratis, y también los materiales de embalado. Y a eso se añade el que, al ser esta una oficina gubernamental, el franqueo es gratuito.

— Tienes razón… ¡funcionará! Un plan muy inspirado. Lo pondré en marcha en gran escala de inmediato. Inundaremos la Galaxia habitada con esas malditas bandejas. No sé como agradecértelo…

— ¿Qué te parecería una prima en metálico…?

— Una excelente idea. Te haré un cheque ahora mismo. Bill regresó a su oficina con la mano todavía dolorida por los apretones de felicitación y los oídos aún vibrando por las palabras de agradecimiento. Era un mundo maravilloso en el que vivir. Cerró la puerta de golpe tras él y se sentó en su escritorio, antes de darse cuenta de que un amplio y mugriento abrigo negro colgaba tras la puerta. Luego se dio cuenta de que era el abrigo de X. Luego se dio cuenta de que unos ojos lo miraban desde la oscuridad del cuello del abrigo, y se le detuvo el corazón al comprender que X había regresado.

SIETE

— ¿Ha cambiado de idea acerca de unirse al Partido? — le preguntó X mientras se liberaba del colgador y caía al suelo.

— He estado pensando en ello — se estremeció culpablemente Bill.

— El pensar equivale al actuar. Debemos apartar el hedor de las sanguijuelas fascistas de los olfatos de nuestros seres queridos y de nuestros hogares.

— Me ha convencido. Me afiliaré.

— La lógica siempre vence. Firme en este impreso, una gotita de sangre aquí, y alce la mano mientras pronuncio el juramento secreto.

Bill alzó la mano, y los labios de X se movieron en silencio.

— No le oigo — se quejó Bill.

— Ya le dije que era un juramento secreto. Todo lo que tiene que hacer es decir sí.

— Sí.

— Bienvenido a la Gloriosa Revolución — X le besó calurosamente en ambas mejillas —. Ahora venga conmigo a la reunión de la resistencia; está a punto de empezar.

X corrió hacia la pared trasera y recorrió con los dedos el dibujo que formaba, apretando en una forma especial sobre algunos puntos; se oyó un clic, y la puerta secreta se abrió. Bill miró dubitativo la oscura y húmeda escalera que bajaba.

— ¿Adónde va esto?

— A la resistencia, ¿adónde iba a ir? Sígame, procurando no perderse. Estas son catacumbas milenarias desconocidas para los de la ciudad de arriba, y en ellas habitan cosas desde tiempos inmemoriales.

Había antorchas en un nicho en la pared, y X prendió una y abrió camino por entre la repugnante y húmeda oscuridad. Bill lo acompañó, siguiendo la parpadeante y humeante luz mientras serpenteaban a través de cavernas que amenazaban derrumbarse, tropezando con herrumbrosos raíles en un túnel y chapoteando en oscura agua que les llegaba hasta las rodillas. En una ocasión, oyeron el chasquido de gigantescas garras cerca de ellos y una raspante voz inhumana les habló desde la negrura:

— San… — dijo.

— …gre — respondió X; y luego le susurró al oído de Bill, cuando hubieron pasado sin percance —: Es un excelente centinela. Se trata de un antropófago de Dapdrof, que se lo come a uno al momento si no le da el santo y seña del día.

— ¿Y cuál es el santo y seña? — preguntó Bill, dándose cuenta de que estaba haciendo demasiado por los cien pavos de la C.I.A.