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— Y así es como se hace: por tiempos, en la forma militar. Y lo vais a aprender, o de lo contrario… — sonó un apagado zumbido, atravesando el aire como un eructo mal contenido —. Eso es la llamada a rancho, así que os dejaré que vayáis, y mientras estéis comiendo pensad en todo lo que vais a tener que aprender. ¡Rompan filas!

Otros soldados iban ya por el corredor, y los siguieron a las entrañas de la nave.

— Je, je… ¿Creéis que la comida será algo mejor que la del campamento? — preguntó Ansioso, lamiéndose excitadamente los labios.

— Es completamente imposible que sea peor — dijo Bill, cuando se unieron a una cola que llegaba hasta una puerta marcada Comedor Consolidado Nº 2 —. Cualquier cambio será para mejorar. Después de todo… ¿no somos ahora soldados en campaña? Tenemos que estar bien alimentados para el combate, según dice el manual.

La cola se movió hacia adelante con una dolorosa lentitud, pero en menos de una hora se hallaron en la puerta. Tras ella, un cansado soldado de cocina vestido con un mono grasiento y manchado de jabón le entregó a Bill una jarra de plástico amarillo de un cajón situado frente a él. Bill siguió hacia adelante, y cuando el soldado frente a él se apartó se encontró con una pared desnuda de la que emergía un único grifo sin llave. Un grueso cocinero que se hallaba junto a él, vistiendo un enorme gorro blanco de cocinero y una camiseta sucia, le indicó que se adelantase con la cuchara sopera que llevaba en la mano.

— Vamo', vamo', ¿no ha com'ío nunca? 'A jarra bajo e' grifo, 'a chapa en e' bujero, ¡venga ya!

Bill puso la jarra tal y como se lo había ordenado, y se fijó en una delgada ranura en la pared metálica, justamente a la altura de la vista. Su placa de identificación le colgaba del cuello, y la introdujo en la ranura. Algo hizo bzzz, y un delgado chorro de fluido amarillento salió a borbotones, llenando a medias el recipiente.

— ¡El siguiente! — chilló el cocinero. Y empujó a Bill, para que Ansioso pudiera tomar su lugar.

— ¿Qué es esto? — preguntó Bill, contemplando la jarra.

— ¿Qué é' é'to? — se irritó el cocinero, poniéndose de un brillante color rojo ¡E'to é' tu com'ía, so idiota! E'to é' un agua absolutamente químicamente pura, en la que é'tan disue'to 18 aminoácido', 16 vitamina', 11 sale' minerale', u' ester ácido y glucosa, ¿Qué otra cosa e'peraba'?

— ¿Comida…? — dijo esperanzado Bill; y entonces lo vio todo rojo, cuando la cuchara sopera le golpeó la cabeza —. ¿Podrían dármela sin el ester ácido? — preguntó confiadamente, pero lo empujaron de vuelta al corredor, en donde se le unió Ansioso.

— Je, je — dijo Ansioso —, esto tiene todos los elementos nutritivos necesarios para mantener indefinidamente la vida. ¿No es maravilloso?

Bill sorbió su jarra y luego suspiró trémulamente.

— Mira esto — le dijo Tembo; y cuando Bill se dio la vuelta una imagen proyectada apareció en la pared del corredor. Mostraba un firmamento con nubes sobre las que parecían flotar pequeñas figuras —. El infierno te espera, muchacho, a menos que seas salvado. Da la espalda a tus creencias supersticiosas y acógete en la Primera Iglesia Vudú Reformada, que te abre los brazos; entra en su seno, y hallarás tu lugar en el cielo a la diestra de Samedi. Estarás allí sentado con Mondongué y Bakalú y Zandor, que saldrán a recibirte.

La escena proyectada cambió, las nubes se acercaron, mientras del pequeño altavoz surgía el débil sonido de un coro celestial con acompañamiento de tambores. Ahora las figuras podían ser vistas claramente, todas ellas de piel muy negra y túnicas blancas, de cuya espalda surgían grandes alas negras. Se sonreían y saludaban unas a otras cuando se cruzaban sus nubes, mientras cantaban entusiásticamente y golpeaban los pequeños tam-tams que llevaba cada una. Era una hermosa escena, y los ojos de Bill se nublaron un tanto.

— ¡Atención!

La aullante tonalidad produjo ecos en las paredes, y los soldados echaron atrás los hombros, juntaron los tacones y miraron al frente. El coro celestial se desvaneció cuando Tembo volvió a meterse el proyector en el bolsillo.

— Descansen — ordenó el primera clase Bilis, y al girarse lo vieron guiando a dos PM con pistolas empuñadas que actuaban como guardaespaldas de un oficial. Bill sabía que era un oficial porque habían tenido un curso de Identificación de Oficiales, además de porque en la parel de la letrina había un cartel titulado CONOCE A TUS OFICIALES, y había tenido larga oportunidad de estudiarlo durante un inicio de epidemia de amebiasis. Su mandíbula cayó cuando el oficial se acercó lo bastante como para poderlo tocar, y se detuvo frente a Tembo.

— Especialista en fusibles de sexta clase Tembo, tengo buenas noticias para usted. En dos semanas se termina su período de siete años de alistamiento y, dado su excelente comportamiento, el capitán Zekial ha autorizado que le doblemos la paga de despedida, un licenciamiento honorable con banda de música, y el transporte gratuito de regreso a la Tierra.

Tembo, relajado y firme, miró hacia abajo, al diminuto teniente del bigotito rubio que se encontraba frente a él.

— Eso será imposible, señor.

— ¡Imposible! — chirrió el teniente, balanceándose sobre sus botas de tacón alto —. ¡¿Quién es usted para decirme a mí lo que es imposible…?!

— No soy yo, señor — le respondió Tembo con la mayor calma —. La regla 13-9A, párrafo 45, página 8923, volumen 43, de las Reglas, Regulaciones y Artículos de Guerra. Ningún soldado u oficial será licenciado, a menos que lo sea con deshonor, comportando sentencia de muerte, de una nave, puesto, base, campo, buque, avanzadilla o campo de trabajo, en tiempo de emergencia…

— ¿Es usted un leguleyo, Tembo?

— No, señor. Soy un leal soldado, señor. Tan solo quiero cumplir con mi deber, señor.

— Hay algo muy raro en usted, Tembo. Vi en su ficha que se alistó voluntariamente, sin necesidad de que usaran drogas y/o hipnotismo. Ahora, rehúsa ser licenciado. Eso es malo, Tembo, muy malo. Le da a usted un mal nombre. Le hace aparecer como sospechoso. Le hace aparecer como espía o algo similar.

— Soy un leal soldado del Emperador, señor, y no un espía.

— No es ningún espía, Tembo, ya hemos estudiado eso concienzudamente. Pero ¿por qué está en el ejército, Tembo?

— Para ser un leal soldado del Emperador, señor, y para hacer todo lo que pueda en la difusión de la fe. ¿Está usted salvado, señor?

— ¡Vigile su lengua, soldado, o se meterá en líos! Sí, conocemos esta historia, reverendo. Pero no nos la creemos. Es usted muy astuto, pero ya lo averiguaremos… — se marchó, murmurando para sí mismo, y todos se pusieron firmes hasta que hubo desaparecido. Los otros soldados miraron a Tembo en forma extraña, y no se sintieron confortables hasta que también se hubo ido. Bill y Ansioso regresaron lentamente a su camarote.

— ¡Se negó a aceptar que lo licenciaran…! — murmuró asombrado Bill.

— Je, je — dijo Ansioso —. Tal vez esté loco. No se me ocurre otra explicación.

— Nadie puede estar tan loco — y luego —: Me pregunto que habrá aquí dentro — señalando una puerta con un gran cartel que decía PROHIBIDA LA ENTRADA AL PERSONAL NO AUTORIZADO.

— Je, je… No sé… ¿No será comida?

Se introdujeron inmediatamente y cerraron la puerta tras ellos. Pero no había comida allí. En lugar de ello, se hallaron en una amplia cámara con una pared curvada, mientras que, pegados a esta pared, se veían complicados aparatos con medidores, esferas, controles, palancas, conmutadores, una pantalla visora y un tubo de escape. Bill se inclinó y leyó la placa del aparato más cercano:

— Cañón atómico tipo IV. ¡Y fíjate que tamaño tienen! Esta debe ser la batería principal de la nave. — Se dio la vuelta y vio que Ansioso estaba con el brazo levantado, de forma que su reloj de muñeca apuntaba a los cañones, y estaba apretando la corona con el dedo índice de la otra mano.