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– ¿Qué tal, Jack? Te hacía aún en Falkirk.

El inspector Jack Morton se volvió como quien ve visiones, se levantó de su mesa de trabajo y le estrechó la mano.

– Y allí sigo, pero aquí necesitaban ayuda -dijo, echando una mirada a la sala-. Se comprende.

Rebus miró a Jack Morton de arriba abajo, sin poder dar crédito a sus ojos. La última vez que se vieron Jack tenía unos doce kilos de más y era un fumador empedernido con una tos capaz de romper el parabrisas de un coche patrulla. De todo lo cual ya no quedaba nada, ni siquiera el sempiterno cigarrillo. Llevaba, además, el pelo cortado de forma reglamentaria y vestía un traje caro con zapatos negros relucientes y una camisa con corbata.

– ¿Qué te ha pasado? -inquirió.

Morton sonrió y se dio unas palmaditas en el estómago casi plano.

– Un día me vi en el espejo y me sorprendió que no se rompiera. Dejé la bebida y el tabaco y me apunté a un gimnasio.

– ¿De buenas a primeras?

– Son decisiones de vida o muerte que hay que tomar sin vacilar.

– Tienes un aspecto estupendo.

– Me gustaría poder decir lo mismo, John.

Rebus sopesaba una réplica cuando entró el inspector jefe Ancram.

– ¿Inspector Rebus? -Ancram le estrechó la mano mientras le escrutaba con la mirada-. Lamento haberle hecho esperar.

Ancram pasaba de los cincuenta, vestía tan bien como Jack Morton y estaba bastante calvo, al estilo Sean Connery, con un grueso mostacho a juego.

– ¿Ya le ha enseñado esto Jack?

– No exactamente, señor.

– Bien. Está usted en Glasgow, en el último lugar donde actuó Johnny Biblia.

– ¿Ésta es la comisaría más próxima a Kelvingrove?

– La proximidad con el lugar del crimen fue uno de los puntos a favor -añadió Ancram sonriente-. Aunque Judith Cairns fue la tercera víctima, los periodistas ya habían mencionado la relación con John Biblia. Aquí tenemos todo lo relativo al asesino.

– ¿Podría verlo?

Ancram lo miró y después accedió con un gesto.

– Venga por aquí.

Rebus siguió al inspector jefe por el pasillo hasta otra sala rodeada de despachos. Aquello parecía más una biblioteca que una comisaría. Enseguida comprendió por qué olía a polvo: estaba lleno de viejas cajas de cartón, archivadores de muelle y legajos de bordes deteriorados y atados con cordel. Cuatro oficiales de Homicidios -dos hombres y dos mujeres- clasificaban todo lo relacionado con el antiguo caso John Biblia.

– Estaba en un almacén -dijo Ancram-. Si hubiera visto cómo olía al retirarlo… -añadió, soplando una carpeta, que desprendió un polvillo fino.

– Entonces, ¿aceptan la tesis de que existe una relación?

Era la pregunta que mutuamente se habían planteado todos los policías de Escocia; si descartaban la posibilidad de que los dos casos y los dos asesinos no tuviesen nada que ver, entonces malgastarían cientos de horas de trabajo.

– Oh, sí -respondió Ancram. Sí, Rebus también lo creía-. Mire, para empezar el modus operandi es muy parecido, y además están los recuerdos que se lleva. Puede fallar la descripción de Johnny Biblia, pero estoy seguro de que emula a su ídolo. ¿No cree? -añadió mirando a Rebus.

Rebus asintió con la cabeza. Miraba el material, pensando cuánto le gustaría poder quedarse unas semanas y encontrar algo en lo que nadie hubiese reparado… Un sueño, claro, una fantasía, pero en las noches de poco trabajo a veces era motivación suficiente. Él tenía los periódicos, pero sólo explicaban lo que había revelado la policía. Se acercó a unas estanterías a leer los lomos de los archivadores: Indagaciones puerta a puerta, Empresas de taxis, Peluqueros, Sastrerías, Postizos.

– ¿Postizos?

Ancram sonrió.

– Por su pelo tan corto. Se sospechó que podía ser una peluca… Y se indagó entre los peluqueros para ver si alguno reconocía el estilo.

– Y a los sastres por el corte italiano del traje.

Ancram lo miró.

Él se encogió de hombros.

– Me interesa el caso. ¿Esto qué es? -añadió Rebus señalando un Cuadro en la pared.

– Similitudes y diferencias entre ambos casos -dijo Ancram-. Salas de baile y discotecas. Y las descripciones: alto, delgado, tímido, pelo castaño rojizo, bien vestido… Fíjese que es como si Johnny fuese el hijo de John Biblia.

– Es algo que yo mismo me he planteado. Suponiendo que Johnny Biblia esté copiando a su mentor y suponiendo que John Biblia esté todavía por ahí…

– John Biblia está muerto.

– Pero, suponiendo que no lo esté -añadió Rebus sin quitar la vista del cuadro-. Me pregunto si le halaga o le cabrea.

– A mí no me lo pregunte.

– La víctima de Glasgow no estaba en un club -dijo Rebus.

– Bueno, no se la vio a última hora en un club, pero aquella misma noche sí había estado en uno, y él pudo muy bien haberla seguido desde allí hasta el concierto.

Johnny Biblia había recogido a la primera y segunda víctimas en discotecas, el equivalente en los noventa de los salones de baile de los sesenta, más ruidosas, menos iluminadas y más peligrosas. Las dos iban con gente que facilitó sólo una vaga descripción del hombre con quien se había marchado su amiga. Pero a la tercera víctima, Judith Cairns, la había recogido en un concierto de rock en la sala superior de un pub.

– Hay más casos -decía Ancram-. Tres sin resolver en Glasgow a finales de los setenta y siempre con la desaparición de algún objeto de la víctima.

– Como si fuera el mismo -musitó Rebus.

– Y muchas otras pistas poco estudiadas -añadió Ancram cruzándose de brazos-. ¿Hasta qué extremo conoce Johnny Biblia las tres ciudades? ¿Eligió al azar los clubes nocturnos o los conocía de antemano? ¿Fue elegido cada uno de ellos premeditadamente? ¿Podría tratarse de un repartidor de cerveza? ¿De un disc-jockey} ¿Un periodista de revistas musicales? Quién sabe si no es un simple redactor de puñeteras guías de viaje… -espetó Ancram a guisa de conclusión.

Se echó a reír forzadamente y se restregó la frente.

– Podría ser el propio John Biblia -dijo Rebus.

– Inspector, John Biblia está muerto y enterrado.

– ¿De verdad lo cree?

Ancram asintió con la cabeza. No era el único; había muchos policías que creían saber todo sobre John Biblia y estaban convencidos de que había muerto. Pero otros eran más escépticos, Rebus entre ellos. Probablemente ni una prueba de ADN le habría hecho desistir. La posibilidad de que John Biblia siguiera vivo para él era una realidad.

Disponían de la descripción de un hombre de unos treinta años, pero existían enormes discrepancias en las declaraciones de los testigos. Por eso se habían desempolvado los retratos robot originales y los dibujos artísticos de John Biblia, para difundirlos a través de los medios de comunicación. Recurrían al habitual truco psicológico de publicar notas en la prensa para que se entregara: «Es evidente que necesita ayuda y nos gustaría que se pusiera en contacto con nosotros». Un farol y silencio por respuesta.