Fuera del local su sonrisa se esfumó. No era más que puro teatro ante los periodistas.
– Esos cabrones son como sanguijuelas.
– Y tienen sus costumbres, como las sanguijuelas.
– Cierto, pero ¿con quién, si no, vas a tomar una copa? No he traído el coche, ¿te importa ir a pie?
– ¿Adónde?
– Al primer bar que encontremos.
En realidad tuvieron que dejar atrás tres pubs -lugares poco seguros para que un policía tome una copa tranquilo- hasta dar con uno del agrado de Ancram. No dejaba de llover, aunque con menos fuerza. Rebus notaba la camisa pegada en la espalda. Pese a la lluvia, había una legión de vendedores de Big Issue, que ya nadie compraba.
Se sacudieron el agua y se sentaron en sendos taburetes de la barra. Rebus pidió un whisky y un gin-tonic y encendió un cigarrillo; le ofreció uno a Ancram, que lo rehusó.
– Bueno, ¿dónde has estado?
– He ido a ver a Tío Joe.
«Entre otros sitios.»
– ¿Y qué tal?
– Hablé con él.
«Y adiós muy buenas.»
– ¿Cara a cara? -Rebus asintió y Ancram pareció admirado-. ¿Dónde?
– En su casa.
– ¿La Ponderosa? ¿Y se lo permitió sin orden de registro?
– Una casa limpia como la patena.
– Se pasaría media hora antes de que llegaras escondiéndolo todo en el piso de arriba.
– En el piso de arriba estaba su hijo.
– Haciendo guardia a la puerta del dormitorio, seguro. ¿Viste a Eve?
– ¿Quién es Eve?
– Su contable. No te fíes de su asma de jubilada. Debe de andar por los cincuenta y se conserva perfectamente.
– No la he visto.
– Te acordarías seguro. Bueno, ¿le sacaste algo a ese viejo cabrón?
– Poca cosa. Me juró que hace un año que no tiene a Tony El en plantilla y que no ha vuelto a verle.
Un individuo entró en el bar. Al ver a Ancram estuvo a punto de dar media vuelta, pero como el inspector le había visto por el espejo de la barra, optó por acercarse, sacudiéndose la lluvia del pelo.
– Hola, Chick.
– ¿Qué tal, Dusty?
– Vamos tirando.
– Bien, ¿no?
– Ya me conoce, Chick.
El hombre hablaba en voz queda con la cabeza gacha, y se fue al otro extremo de la barra arrastrando los pies.
– Un conocido -dijo Ancram a guisa de explicación.
Un confidente, claro. El hombre pidió un medio y «media»: whisky con media jarra de cerveza para que entrara mejor. Abrió un paquete de Embassy, haciendo esfuerzos para no mirar al otro extremo de la barra.
– Bueno, ¿y eso fue todo lo que le sacaste a Tío Joe? Tengo curiosidad por saber cómo llegaste allí.
– Fui en un coche patrulla y entré andando.
– Ya sabes a qué me refiero.
– Tío Joe y yo tenemos un amigo en común.
Rebus apuró el whisky.
– ¿Otro? -insinuó Ancram, y Rebus asintió con la cabeza-. Sí, ya sé que estuviste en Barlinnie. – ¿Cosa de Jack Morton?-. Y no se me ocurre que haya allí muchos que tengan mano con Tío Joe… ¿Big Ger Cafferty? -Rebus le aplaudió mentalmente y esta vez Ancram soltó una carcajada sincera-. ¿Así que el viejo cabrón no soltó prenda?
– Sólo que tenía entendido que Tony El se había marchado al sur, a Londres quizá.
Ancram retiró del vaso la raja de limón.
– ¿De veras? Qué interesante.
– ¿Por qué?
– Porque he movilizado a mis amigos en busca de información. -Ancram hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza y el soplón del extremo de la barra dejó su taburete y se le acercó-. Dile al inspector Rebus lo que me has contado, Dusty.
Dusty se pasó la lengua por unos labios inexistentes. Parecía ser el tipo que hace de confidente por darse importancia más que por dinero o rencor.
– Se dice -hablaba otra vez sin alzar la cabeza y Rebus podía verle la coronilla- que Tony El ha estado trabajando por el norte.
– ¿Por el norte?
– Dundee…, en el nordeste.
– ¿Y en Aberdeen?
– Por allí; sí.
– ¿En qué?
Se encogió de hombros.
– Opera por su cuenta; a saber… Se le ha visto por allí.
– Gracias, Dusty -dijo Ancram y el hombre se escabulló hacia el fondo de la barra. Ancram miró a la camarera-. Otras dos
– dijo- y póngale a Dusty lo que quiera. -Se volvió hacia Rebus-. ¿A quién crees, a Tío Joe o a Dusty?
– ¿Crees que me mintió para tomarme el pelo?
– O por liarte.
Sí, hacerle ir a Londres con una falsa pista que entorpeciera la investigación. Tiempo y esfuerzos perdidos.
– La víctima trabajaba en Aberdeen -añadió Rebus.
– Todas las pistas se juntan allí. -Les sirvieron las bebidas y Ancram pagó con un billete de veinte libras-. Quédese la vuelta; cobre lo que deba Dusty y le da lo que sobre, menos una libra para usted.
La mujer hizo el gesto de asentimiento de quien está acostumbrada. Rebus no dejaba de pensar en los caminos que llevaban al norte. ¿Quería ir a Aberdeen? Estaría a salvo de Justicia en directo, quizás así dejaría de pensar en Lawson Geddes. A ese respecto, el día había sido una especie de vacaciones; Edimburgo estaba lleno de fantasmas, pero también Glasgow: Jim Stevens, Jack Morton, John Biblia y sus víctimas.
– ¿Fue Jack quien te dijo que había ido a Barlinnie?
– Me impuse por jerarquía, no se lo reproches.
– Cuánto ha cambiado.
– ¿Te molestó? No sé por qué te siguió después de comer. El celo del converso.
– No sé a qué te refieres -dijo Rebus.
Se llevó el vaso a los labios y dio un largo trago.
– ¿No te lo contó? Se ha afiliado a Alcohólicos Anónimos y, en serio, no para cobrar la baja por depresión. -Ancram hizo una pausa-. Pensándolo bien, a lo mejor yo también lo hago -añadió con un guiño, sonriendo.
Había algo molesto en su sonrisa; como si escondiera muchos secretos. Una sonrisa condescendiente.
Una sonrisa muy de Glasgow.
– Era un alcohólico -prosiguió Ancram-. Bueno, lo sigue siendo. Una vez que se empieza, nunca se deja. Pero algo le sucedió en Falkirk y acabó en el hospital casi en coma con sudores, vómitos y alucinaciones. Lo primero que hizo al salir fue buscar en el listín el teléfono de la Esperanza y ellos le remitieron a la iglesia de los zumos. -Miró el vaso de Rebus-. Dios, qué rápido. Anda, tómate otra.
La camarera venía ya con otra copa en la mano.
– Pues sí, gracias -dijo Rebus, algo despechado consigo mismo por sentirse tan tranquilo-. Pareces sobrado de pasta. Y el traje es precioso.
Los ojos de Ancram perdieron la chispa.
– Hay un sastre de Argyle Street que nos hace el diez por ciento de descuento a los del cuerpo -replicó, entrecerrando los ojos-. Vamos, suéltalo.
– No, en realidad, no es nada, pero revisando el expediente de Toal no pude por menos que advertir que siempre parece disponer de información interna.
– Cuidado, amiguito.
Lo de «amiguito» chirriaba con toda intención.
– Bueno -prosiguió Rebus-, todo el mundo sabe que en la Costa Oeste hay sobornos. No siempre con dinero, ya sabe. Pueden ser relojes, pulseras con el nombre grabado, anillos, algún traje que otro…
Ancram echó una mirada a su alrededor, como si buscase testigos a los comentarios de Rebus.
– ¿Le importaría dar nombres, inspector, o en el DIC de Edimburgo se contentan con rumores? Tengo entendido que en Fettes no hay sitio en los armarios, que están repletos de esqueletos. -Cogió su copa-. Y por lo visto la mitad de ellos están llenos de sus huellas.
Otra vez la sonrisa, los ojos chispeantes. ¿Cómo lo sabía? Rebus dio media vuelta y salió del pub. Oyó a Ancram que decía:
– ¡No todos podemos ir a Barlinnie a ver a un amigo! Hasta luego, inspector…