– ¿Y Fergie qué pinta aquí?
– Con una de sus subastas sería la tapadera ideal.
– ¿Y ha aceptado?
Asintió de nuevo. Mordisqueó un trozo de pollo y mojó una oblea en la salsa. Rebus contempló su modo de comer y recordó detalles de su persona: la manera de mover involuntariamente las orejas al masticar, el destello de los ojos al examinar la variedad de platos, el modo de frotarse al final los dedos… Aparte de unas arrugas en el cuello, y que tal vez se tiñera las raíces, estaba estupenda.
– ¿Por qué lo dices?
– ¿No te ha contado algo más?
– Que tiene miedo a esos traficantes; demasiado miedo para decirles que le olviden. Pero lo que no querría es que interceptáramos la operación y le encarcelemos a él por cómplice. Por eso da el soplo.
– ¿A pesar de tener miedo?
– Así es.
– ¿Para cuándo se prevé el asunto?
– Tienen que avisarle por teléfono.
– No sé, Gill. De ser un clavo, no podrías fiarte ni para colgar un pañuelo, y no digamos el abrigo.
– Muy creativo.
Le miró la corbata. Era chillona; se la había puesto expresamente para distraer la atención de la camisa arrugada y a la que le faltaba un botón.
– Bien, hablaré mañana con él a ver si puedo sonsacarle algo más.
– Pero sé amable.
– Como si fuera mi peluche preferido.
Sólo dieron cuenta de la mitad de la comida pero quedaron artos. Llegó el café y unas pastillas de menta que Gill guardó en el bolso para después. Rebus tomó un tercer whisky. Estaba imaginándose la escena finaclass="underline" los dos solos en la calle. Únicamente podía ofrecerse a acompañarla a casa a pie. O invitarla a su piso. Pero no podía quedarse, porque por la mañana estarían apostados los periodistas.
«Rebus, cabronazo, eres un bastardo presuntuoso.»
– ¿De qué te ríes? -inquirió ella.
– Úsalo o déjalo, como suele decirse.
Pagaron a medias, pues las bebidas subían tanto como la comida. Y ya estaban en la calle. Había refrescado.
– ¿Será fácil encontrar taxi por aquí? -dijo ella, mientras miraba la calle en ambas direcciones.
– Aún no han cerrado los pubs, no habrá problema. He dejado mi coche en casa…
– Gracias, John. Me las arreglaré. Mira, ahí viene uno -dijo alzando la mano.
El taxista puso el intermitente y paró junto a ellos de un frenazo.
– Dime si consigues algo -añadió ella.
– Te llamaré en cuanto lo tenga.
– Gracias.
Le dio un beso rápido en la mejilla, apoyándose en su hombro, antes de subir al taxi, cerrar la portezuela y dar la dirección al conductor. Rebus contempló al coche dar media vuelta despacio para perderse en dirección a Tollcross y aún permaneció un rato mirándose los zapatos.
Simplemente para pedirle un favor. Era una alegría saber que uno aún servía para ciertas cosas. «Feardie Fergie», Fergus McLure. Un nombre del pasado; amigo antaño de un tal Lenny Spaven. Sin duda, por la mañana valdría la pena darse una vuelta por Ratho.
Por el inconfundible ruido del motor, advirtió que llegaba otro taxi. Estaba libre. Lo paró y subió.
– Al bar Oxford -dijo.
Cuanto más pensaba John Biblia en el Advenedizo… más cosas sabía de él… y más seguro estaba de que Aberdeen era la clave.
Estaba en su estudio con la llave echada, aislado del mundo, repasando el archivo ADVENEDIZO en su portátil. El intervalo entre la primera y la segunda víctima era de seis semanas; entre la segunda y la tercera, sólo cuatro. Johnny Biblia era un demonio ansioso, pero no había vuelto a matar. O si lo había hecho aún estaría divirtiéndose con el cadáver. Aunque no era el estilo del Advenedizo. Las liquidaba con rapidez y dejaba los cuerpos a la vista. John Biblia había repasado los periódicos, con el resultado de dos casos que recogía el Press and Journal de Aberdeen. Una mujer agredida cuando volvía a casa de la discoteca, el agresor había intentado arrastrarla a un callejón; ella gritó y él, atemorizado, se dio a la fuga. John Biblia fue en automóvil una noche al lugar de los hechos y, de pie en el callejón, estuvo un rato pensando en el Advenedizo al acecho en el mismo sitio, aguardando la hora propicia del cierre de la discoteca. Había cerca una urbanización y la calle de acceso pasaba por la boca del callejón. En apariencia era el lugar ideal, pero el Advenedizo se había puesto nervioso o no lo había preparado
Wen. Lo más probable es que hubiese estado allí al acecho una o dos horas, en la oscuridad, receloso de que alguien lo descubriera, y había estado a punto de abandonar. De manera que cuando finalmente cayó sobre su víctima, no había sido capaz de neutralizarla con la rapidez suficiente y un solo grito le había puesto en fuga.
Sí, podía muy bien tratarse del Advenedizo. El había estudiado su fracaso, ideando un plan mejor: ir a la discoteca, entablar conversación con la víctima…, ganarse su confianza y, después, la agresión.
Segundo caso: una mujer denunció a un mirón furtivo en el jardín trasero de la casa. La policía había encontrado señales en la puerta de la cocina, torpes intentos de allanamiento. Quizás estuviera relacionado con el primer caso, quizá no. Primer suceso: ocho semanas antes del primer asesinato. Segundo: cuatro semanas antes. De lo que se deducía una pauta de meses, a la que se superponía otro patrón: el mirón devenía en agresor. Claro que podían existir, en otras ciudades, casos que él ignorase y que dieran pie a otras hipótesis, pero a John Biblia le complacía ceñirse a la de Aberdeen. Primera víctima: muchas veces la primera víctima era de la localidad y cuando el asesino adquiría confianza el radio de acción se ampliaba. Pero el primer éxito era fundamental.
Llamaron tímidamente a la puerta del estudio:
– He hecho café.
– Voy enseguida.
Volvió al ordenador. Sabía que la policía estaría atareada estableciendo los retratos robot y los perfiles psicológicos; recordaba uno sobre él, aportado por un psiquiatra, una autoridad por la cantidad de siglas, títulos y diplomas que seguían a su apellido: BSc, BL, MA, MB, ChB, LLB, DPA y miembro del Real Colegio de Patología. En términos generales, una bobada. Él había leído aquel informe hacía años en un libro y subsanado las pocas cosas ciertas que sobre él se afirmaba: que el asesino en serie era, supuestamente, introvertido y con muy pocos amigos íntimos, por lo que se veía forzado a ser más social. El prototipo psicológico correspondía al de un individuo poco dinámico y temeroso del contacto con adultos, circunstancia que le inducía a hacer un trabajo cuyas características esenciales fuesen dinamismo y contactos. En cuanto al resto del perfil…, basura en su mayor parte.
Los asesinos en serie tienen muchas veces un historial de actividad homosexuaclass="underline" frío.
Suelen ser solteros: que se lo dijeran al destapador de Yorkshire.
Suelen escuchar dos voces interiores, una buena y otra mala. Coleccionan armas y les ponen nombres cariñosos parecidos a los de animales de compañía. Hay muchos que se visten de mujer. Otros muestran interés por la magia negra o los monstruos y coleccionan pornografía dura. Y abundan los que disponen de un «lugar privado» donde guardan objetos como capuchas, muñecas y trajes de submarinismo.
Miró a su alrededor y movió la cabeza despectivamente.
Pocas cosas había acertado el psiquiatra. Sí, admitía que era egocéntrico, como la mitad de la humanidad; limpio y acicalado, también. Le interesaba la Segunda Guerra Mundial (pero no exclusivamente el nazismo o los campos de concentración). Posible embustero: bueno, aunque más bien era la gente, que se lo creía todo. Y desde luego planeaba con mucha anticipación a quién iba a matar, como parecía estar haciendo ahora el Advenedizo.
El bibliotecario no había concluido la comprobación de la lista de periódicos que le había dado, y la revisión de los encargos de libros sobre John Biblia no había dado resultado. Era la parte negativa. Pero estaba la parte positiva: gracias a la reciente fiebre de interés por el caso de John Biblia, disponía ahora de los detalles que daba la prensa sobre otros asesinatos no resueltos, siete en total. Cinco se habían producido en 1977, uno en 1978 y otro en una fecha mucho más reciente. A partir de lo cual se perfilaba una segunda tesis. El primer crimen era el debut del Advenedizo y el segundo, su reaparición tras un largo intervalo. Quizá por una estancia en el extranjero, o en alguna institución, quién sabe si por una relación estable que neutralizaba sus impulsos asesinos. Si la policía era meticulosa -cosa que dudaba- estaría comprobando los divorcios recientes de hombres casados en 1978 o 1979. Él, John Biblia, carecía de sus medios, lo cual era frustrante. Se levantó y miró sin ver las estanterías de libros. El hecho era que ahora corría el rumor de que el Advenedizo era John Biblia y que las descripciones de los testigos presenciales no eran fiables y, como consecuencia, la policía y los medios de comunicación desempolvaban sus fotos robot y sus retratos artísticos.