Atravesó el pasillo y la abrió.
Ningún sonido.
Miró adentro. Otro pasillo largo. Paredes de acero. Aquí abajo habían construido una auténtica fortaleza. Este pasillo se extendía más allá de la Pared exterior y terminaba en otra puerta.
Ahora Thomas tenía dos opciones: subir las escaleras, las cuales, que supiera, lo podrían llevar a una garita de guardias, o podía examinar la puerta al final de este pasillo. Y lo más probable era que allí también encontrara un guardia.
Ingresó al pasillo y se movió con rapidez. Le llegaron voces cuando estaba a mitad de camino e hizo una pausa. Pero no eran voces de alarma. Corrió los últimos veinte pasos y llegó a la puerta. Las voces venían del salón que había al otro lado.
– Han matado a la mitad de peces en nuestra costa con estas dos detonaciones, ¡pero no apuntarán a nuestras ciudades!
¿Hablaban de detonaciones nucleares? ¡Alguien había lanzado armas nucleares!
– Entonces no conoces a los israelíes. Saben que no tenemos intención de entregar el antivirus, y no tienen nada que perder.
– Ellos aún tienen principios. No se llevarán a inocentes con ellos. Por favor, se lo ruego, el desierto del Neguev ya fue suficientemente malo. No podemos apuntar a Tel Aviv. Una cosa es jugar al poder para realinear poderes, pero otra es detonar armas nucleares sobre objetivos densamente poblados. Ellos están faroleando. Saben que el mundo se volverá contra ellos si apuntan a civiles. Como se volvería contra nosotros si hacemos lo mismo.
– ¿Crees que la opinión del mundo es aún un elemento de igualdad? Entonces eres más ingenuo de lo que creía, Henri -contestó el interlocutor; así que el hombre que protestaba era Paul Henri Gaetan, el presidente francés-. El único lenguaje que entienden los israelíes es la fuerza bruta.
– Entrégales el antivirus -ordenó una tercera voz.
Armand Fortier.
– Perdóneme, señor, pero creo que…
– El plan debe ser flexible -explicó Fortier-. Hemos mostrado ¿ mundo nuestra resolución de usar cualquier fuerza que se requiera para hacer respetar nuestras condiciones. Les hemos hecho dos enormes agujeros en su desierto y ellos han hecho dos agujeros en nuestro océano. ¿Y qué? Los israelíes son víboras. Nunca se sabe cómo van a reaccionar, excepto defensa de su tierra. Si les volvemos a disparar, tomarán represalias. Dos tercios del arsenal nuclear combinado del mundo ya se encuentran cargados en barcos, viajando hacia nuestras costas. No es hora de acelerar el conflicto-¿Dejará intacto a Israel?
– Les daremos el antivirus -repitió Fortier-. A cambio de sus armamentos. -¿Qué prueba les brindará? -volvió a preguntar el presidente Gaetan.
– Un intercambio mutuo en los mares, cinco días a partir de hoy.
El salón se quedó en silencio unos instantes. La siguiente voz que habló fue una que Thomas reconoció a la primera palabra.
– Pero usted destruirá Israel -pronunció Missirian en voz baja.
– Sí.
– ¿Y a los estadounidenses?
– Los estadounidenses no tienen la fuerza de carácter de los israelíes. No les queda más alternativa que entregar sus armas, a pesar de toda su bulla. Escuchamos a diario lo que dicen. Ahora actúan en total confusión, pero nuestro contacto nos asegura que al final no tendrán otra opción que acceder.
– También podrían exigir un intercambio -comentó el presidente francés.
– Entonces les pondremos en evidencia su fanfarroneo. Puedo hacer que Israel espere hasta el momento que decidamos. Los Estados Unidos ya no jugarán ningún papel en la política mundial.
Thomas sintió latirle fuertemente el corazón. Retiró el oído de la puerta. Había oído suficiente.
– ¿Y si Israel sí lanza en diez minutos como prometieron?
Thomas se detuvo. Una larga pausa.
– Entonces arrasamos Tel Aviv -contestó Fortier.
THOMAS VOLVIÓ corriendo al pasillo hacia la bodega. El plan había cambiado. Tenía que avisar a los Estados Unidos antes de que Israel tuviera oportunidad de volver a lanzar. Necesitaba un teléfono. Pero al buscar un teléfono podría encontrar un bolígrafo.
Peligroso, había dicho Justin. Ahora todo era peligroso.
Thomas corrió hacia la puerta de la celda y giró la perilla. Trancada.
¿Trancada? Solo unos minutos antes la había abierto desde este lado.
Aumentó la presión en la manilla. Se le propagó calor por el cuello. Retrocedió, lleno de pánico. Carlos debió haber echado llave al salir.
Thomas se pasó la mano por el cabello y anduvo de un sitio al otro. Esto no era bueno.
¡Necesitaba un teléfono!
Aún estaba en curso la reunión. Thomas subió corriendo las escaleras, de dos en dos peldaños, y atravesó de sopetón la puerta en lo alto. Un solo guardia asustado se quedó mirándolo. Era claro que nunca antes había visto caminar a un muerto.
Thomas lo abatió con un pie en la sien, una rápida patada en voltereta que aterrizó con un horrible ruido sordo. Luego se oyó un crujido mientras el hombre caía sobre la silla metálica plegable que había estado usando.
Thomas no se molestó en cubrir su rastro. No había tiempo. Sin embargo, sí agarró la 9milímetros de la mano del hombre. Al no encontrar una llave de la celda, volaría la puerta de sus goznes. Ruidoso pero eficaz.
Primero el teléfono.
Pasó una ventana y vio al menos una docena de guardias dando vueltas por la entrada, fumando. Notó que eran principalmente militares franceses de alto rango. No se veía ningún matón en los alrededores. Eso sería una preocupación en unos minutos. Teléfono… ¿dónde estaba el teléfono?
En la pared, naturalmente. Negro y pasado de moda como la mayor parte de artículos en el campo francés. Escarbó en su bolsillo, aliviado de encontrar la tarjeta que Grant le diera en Washington. Al dorso, garabateado en lápiz, la línea directa con la Casa Blanca.
Thomas agarró el auricular y marcó el largo número.
Silencio.
Por un momento temió que las líneas estuvieran muertas. Naturalmente, los franceses monitorizarían toda llamada. Comunicarse sería imposible.
De pronto la línea sonó. Luego silbó por un momento. Thomas oró por que se pudiera conectar.
– Usted se ha comunicado con la Casa Blanca. Por favor, escuche detenidamente, ya que nuestras opciones han cambiado. Presione cero en cualquier momento para hablar con una telefonista…
La mano le temblaba. Cero.
– Casa Blanca -contestó una telefonista después de cuatro timbrazos.
– Habla Thomas Hunter. Estoy en Francia y necesito hablar de inmediato con el presidente.
8
ENTONCES ESTÁ claro que te equivocaste -manifestó Woref-.
Nada de lo que creíste haber visto estuvo nunca allí.
– Puedo jurar que vi al albino meter un objeto debajo de su túnica antes de quedarse dormido -objetó Soren moviendo la cabeza de lado a lado-. Se las arregló para escondernos algo durante nuestro cateo inicial.
– Pero no hay ningún objeto; eso fue lo que afirmaste. Duerme un poco mientras puedas. Levantamos al ejército en cuatro horas. Déjame solo.
– Sí, señor -respondió Soren inclinando la cabeza, luego salió y dejó solo al comandante en su tienda.
Habían hecho un buen tiempo y se detuvieron para dormir unas horas al final de la noche. Al día siguiente entrarían a la ciudad y recibirían su recompensa por la captura de Thomas de Hunter.
Habían obligado a los albinos a caminar la mayor parte del día, portando sus cadenas, y ellos se habían quedado dormidos casi al instante, según Soren. Aunque Hunter hubiera escondido un arma en los pliegues de su túnica, ahora tenían poco que temer de él. El antes poderoso guerrero era un esqueleto de su antiguo yo. No solo se había despojado de sus carnes saludables al meterse en los estanques rojos, sino que en el proceso había perdido su hombría. Hunter no era más que un roedor enfermo y su única amenaza para las hordas era que extendiera su enfermedad.